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Cumbia caliente

Encuentros cercanos con los hipnóticos Meridian Brothers
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Meridian Brothers son una insólita banda de Bogotá liderada por el prolífico Eblis Álvarez —también involucrado en Frente Cumbiero, Los Pirañas, Chúpame el Dedo, Romperayo y en mil otros proyectos—, quien toca y graba todos los instrumentos de este caleidoscópico conjunto que en directo completan María Angélica Valencia (vientos y percusión), César Quevedo (bajo), Alejandro Forero (teclados y sintes) y Damián Ponce (percusión). Una propuesta que marida distintas variedades de música tropical con influencias y técnicas propias de la música contemporánea, de la psicodelia y de la proto-electrónica circa space age en un cóctel alucinado y abducidor, cuya alquimia de ritmo, encanto y sonido les ha valido comparaciones con otras raras avis como The Residents, Pram o la Penguin Cafe Orchestra. El intrincado entramado instrumental se redondea con las letras de Álvarez, en las que el costumbrismo se baña con un barniz surrealista que induce a la sonrisa y a las interpretaciones abiertas. Salvadora Robot (Soundways, 2014) es el quinto y último disco de una dilatada trayectoria a lo largo de este siglo que en el último trienio incluye actuaciones en festivales como Periferias (España), Roskilde (Dinamarca), Rencontres Trans Musicales (Francia), Rock al Parque (Colombia) o Nrmal (México).


La creciente acogida de su propuesta ha ido casi a la par de la pujanza internacional de la cumbia, pero también es un reflejo de la bonanza creativa de una milieu de artistas bogotanos articulada alrededor de discográficas o colectivos como La Distritofónica o Festina Lente, orbitando en pequeños bares y espacios como Matik-Matik, El Anónimo o Latino Power. Una célula con bandas como Asdrúbal, Frente Cumbiero, Mula o Los Pirañas, con la particularidad de estar conformada por un grupo de amigos que se conoce desde la universidad y que está jugando con las formas estéticas de la música tropical, al tiempo que cambia la consideración en su país de una tradición sonora hasta hace poco calificada como “arrabalera”. Quedo con Eblis Álvarez y Alejandro Forero —activo participante de esta escena con proyectos como Primero Mi Tía o Asdrúbal, ideólogo y fundador de La Distritofónica y miembro de Meridian Brothers— para que nos hablen acerca de los hermanos y su contexto.

La banda, que corretea desde hace más de una década, consiguió subirse a una ola que, explican, tuvo dos puntos clave: el éxito de Bomba Estéreo en 2008 y la edición del rotundo disco del Frente Cumbiero con Mad Professor at the controls en 2010. Un influyente trabajo patrocinado por el British Council en el que participó Eblis, cuya promoción incluyó una importante entrevista con su artífice Mario Galeano —también en Ondatrópica, Los Pirañas y Chúpame el Dedo— en la publicación neoyorquina BOMB. Esos lanzamientos despertaron el interés occidental por esta combinación entre músicas locales tropicales y géneros de la modernidad, propiciando una mayor atención de revistas prestigiosas como The Wire o Les Inrockuptibles: “Nos han disparado en Colombia. Si no hubiera sido por eso… ¿Cuánto llevamos luchando para abrirnos paso, cuánto?”, pregunta Eblis a Alejandro. “Siempre era tocar en el bar del barrio”.

EL HECHIZO DE LA MÚSICA TROPICAL

Tras una adolescencia practicando rock de influencia anglosajona, la música tropical no invadió la perspectiva creativa de Eblis hasta 1995, con dieciocho primaveras, cuando conoció a Pedro Ojeda —actual baterista de Los Pirañas y de Romperayo— y, sobre todo, a Javier Morales —miembro fundador de La Distritofónica, ahora recorriendo Sudamérica con su acordeón—, con el que creó Dúo Latin Lover y a quien caracteriza como una especie de genio. “[Javier] tenía una fijación difícil de explicar, entre la broma y el concepto. Fue quien trajo la música tropical a nuestras vidas de una manera diaria. Era un personaje muy rechazado que tocaba vallenatos en el colegio y que era marginado por no estar con lo último de Keith Jarrett. Gracias a ellos nos adelantamos diez años a lo que iba a ocurrir en Bogotá”. Dúo Latin Lover era “una mezcla de concepto y técnica. Yo grababa de casete a casete todos los instrumentos, mientras que Javier ponía el concepto de «vamos a hacer vallenato puro, baladas y cumbia». Pero esa cumbia no era el hype de hoy de la cumbia electrónica. Era totalmente rechazada, la gente te podía decir: «¿Usted qué está haciendo? Usted es de los arrabales, de las favelas, hermano»”; esto es, una cumbia otrora considerada como el hilo de las navidades y desprestigiada clasistamente en la calle y la academia. Por aquel entonces Eblis se lo tomaba más a cachondeo, mientras que Javier iba más en serio: “Hacíamos las letras en el bus que iba a la universidad. Luego íbamos a casa a grabar. Recuerdo esas sesiones como divertidísimas, a veces no podíamos grabar de la risa”, y recrea con voz de pitufo: “La negra no me quiere mirar, qué es lo que va a pasar…”. Esas cintas se convirtieron en un éxito entre los compañeros, pero era algo tan fuera de contexto que tuvo un alcance muy limitado, “entre amigos que se copiaban casetes”.

Poco después, junto a Mario Galeano, Pedro Ojeda, Javier Morales y María Angélica Valencia, se involucró en los referenciales Ensemble Polifónico Vallenato y el Sexteto La Constelación de Colombia, perversiones con arrojo punk e ímpetu primitivo de distintas variantes de la música tropical. Los primeros eran una reinterpretación chirriante del vallenato, mientras que los segundos añadieron instrumentos tradicionales a la mezcla. Pese a su trayectoria fugaz, devinieron —junto a Curupira— bandas muy relevantes para la microescena local y justo el año pasado Staubgold editó el acetato compartido Fiesta, que viva la (2014), que compila las añejas grabaciones de Ensemble y el Sexteto realizadas entre 1999 y el 2000.


Vibrantes iniciativas que llegaron a su fin con el nuevo milenio cuando, al igual que otros músicos de su generación, Eblis emigró a Dinamarca para realizar maestrías en un momento en el que la única forma de vivir de la música era ser profesor. Aunque las cosas no han cambiado tanto, puesto que siguen dando clases en la universidad para complementar lo que sacan por tocar y vender discos, sí es interesante constatar que antes de los dosmiles no había en Colombia una industria independiente fuerte como sí la había en Argentina con el rock, en Brasil con la música popular brasilera o con la llanera en Venezuela. Discográficas clásicas como Costeño, Felito Records, Discos Fuentes o Sonolux “son otra historia, no tienen nada que ver con nosotros. Es una influencia que pillamos después, comprando discos e influenciándonos de lo que hacían en los setenta y los ochenta”, explica Eblis. “Nunca existió una industria musical independiente fuerte, creo que esa falta es lo que ha hecho que esto esté renaciendo, o empezando ahora muchas cosas”, añade Alejandro, principal impulsor en 2004 de La Distritofónica. “Creo que tuvimos suerte, [porque] hay una cosa histórica con la tecnología digital: antes había muchos músicos en la misma onda, pero como grabar era tan caro, tan difícil, no se pudieron desarrollar tanto, mientras que ahora nos podemos grabar en nuestras casas. Pudimos dar un poco más de historia a lo que estábamos haciendo y retroalimentar la escena poco a poco, y eso es clave. Nosotros hablamos de escena porque se vive muy fuerte.”

En el país de Andersen, Eblis estudió composición clásica y electrónica, algo que le sirvió para acceder a buenos estudios y equipos, así como para manejar software y hardware hasta ese momento inalcanzable. Más importante aun, la añoranza le sirvió para reconciliarse definitivamente con la música tropical: “Volví a la niñez. Había experimentado antes con los ritmos tropicales, pero para mí eran algo etéreo. Encontrar la nostalgia hizo que me interesara de verdad por saber de dónde venía la salsa o cómo se desarrolló el vallenato. Empecé a comprar esa música y a incorporarla a mi vida diaria, puesto que antes no la había asimilado”.

Por esa época también recuperó la confianza en las capacidades expresivas de la guitarra, gracias, entre otros factores, a conocer a Luke Sutherland —de los post-rockeros Long Fin Killie— cuando coincidieron en Jomi Massage, un proyecto danés de pop experimental para el que el bogotano hacía arreglos. “En esa época había dejado de tocar la guitarra porque no encontraba inspiración. Todo lo que me salía era jazz, jazz y jazz. Estaba muy concentrado, pero había una esterilidad, no iba hacia ningún lado. Pensé en abandonar la guitarra y ponerme a hacer electrónica. Hasta que le vi con esa actitud, muy influenciado por Sonic Youth y por el grupo holandés The Ex. Me di cuenta de que se podía asumir otra actitud hacia la guitarra, como pegarle o tocar con máquinas de loops. Todas esas experiencias las tenía con la electrónica y pensé en combinarlas con la guitarra.”

Meridian Brothers se inició como un proyecto muy íntimo con el que experimentaba grabando de casete a casete todos los instrumentos. Unas cintas que regalaba a sus amigos y las vendía a “freaks del barrio”. En Dinamarca siguió siendo así hasta que en 2006 contactó con Alejandro para proponerle una edición con La Distritofónica. Posteriormente mandó los archivos por correo físico y al poco editaron Meridian Brothers V: El Advenimiento del Castillo Mujer. Fue el primer lanzamiento oficial de una discografía con cuatro discos iniciales esquivos, de los que no se encuentra nada por internet: “Esa información no existe, solamente he mostrado esos discos a mi novia y a un par de personas como Alejandro cuando iba muy borracho [risas]. Quisiera enterrar eso. Por el 2000 grabé cosas como el II de Meridian Brothers y seguía tratando de proyectar un lenguaje que imaginaba que se podía hacer, pero aún no lo tenía. Quería crear una música popular nueva, y no fue hasta Meridian Brothers V que me dije que esto podía ser”.


CONTORSIONES ENTRE LO ACADÉMICO Y LO POPULAR

Ambicioso como suena al hablar de nueva música popular, Eblis conjuga las enseñanzas aprendidas durante más de quince años en la academia, dándoles un nuevo encaje dentro de un envoltorio de música pingona, trascendiendo el confín habitual de figuras como Ligeti o Parmegiani: “Quería llevarla a un contexto social y comunitario. Ésa es mi crítica a la música contemporánea, que se volvió un lenguaje muy universitario. Como un ghetto, un código secreto para el que se necesitaban muchas cosas para entender la música. A partir de allí surgió la idea de «he estudiado estas técnicas y maneras tan interesantes de hacer, sería bueno implementarlas por otros canales de comunicación». Aunque es compleja, sé que le gusta a mucha gente que no es músico”. Una argumentación y modo de pensar que recuerda un tanto a los músicos del free jazz de la onda AACM, que también intentaron llevar enseñanzas de vanguardia al ámbito social, aunque en su caso fracasaran estrepitosamente, perdiendo el favor de la comunidad negra.

Con semejante background no es de extrañar que los métodos basados en el azar o la improvisación jueguen un papel importante en la composición. “En canciones como «Soy el pinchadiscos del amor» o «Queremos subir al cielo a saludar a Dios…» utilizaba un programa en el que ponía distintos samples tocados con diferentes transposiciones y velocidades, y con eso, de modo bastante aleatorio, creaba una base musical que luego utilizaba al modo de un curator”. Esto le lleva a resultados a veces irreconocibles, que encaja en discos vertebrados alrededor de una idea. Si Desesperanza (2012) iba alrededor de la salsa setentera y su método de grabación, el aparentemente más disperso Salvadora Robot también sigue una coherencia interna: “Mucha gente nos ha tomado como un grupo muy ecléctico, pero yo no lo veo así; lo veo como si fuera todo un desarrollo, como si cada disco fuera una obra completa. Todo es una evolución: desde «Somos los residentes» hasta la última parte, con las codas, el reggaetón y el cierre con «El festival vallenato», es una obra entera; cada canción es un movimiento con un experimento”.


EL ENCAJE Y EL ARTE DE ESCRIBIR

Una de las cosas que diferencian a Meridian Brothers de sus compañeros de generación es el uso de letras. Su prosa oscila intermitentemente entre la hilaridad, la ironía y la mirada crítica, con momentos que bien podrían figurar en La persecución y el arte de escribir, de Leo Strauss. Un ejemplo es “El festival vallenato”, cuyo sonido y letra recrean el momento en que el ganador del Festival de Valledupar —celebrado en la ciudad cuna del vallenato— toca una puya, pero ambientándolo en el bar en el que actúan siempre, el Matik-Matik. En la canción “hay varias citas de lo que está pasando con el vallenato de verdad, que se ha empezado a asociar un poco con el paramilitarismo, porque en los 80 los paramilitares y los narcotraficantes empezaron a meterse en esa industria. Una de las citas explica lo que le pasó a Silvestre Dangond, que paró un concierto a la mitad porque un tipo le estaba haciendo pistolas desde el escenario: «Oye tú [imita la voz], el de la audiencia, el que me está haciendo pistola, te voy a agarrar el escolta para que te agarre los huevos». Estoy un poco repitiendo esa cita, como una crítica a la zona paramilitar en la que se metió el vallenato”. Al final de la canción “hay niñas que dicen «¡que viva el festival de música clásica de Cartagena!», reflejando la actitud arribista de esa zona que valora así [hace una señal estilo pitiminí] la música clásica y sale en sociedad para ver el concierto de piano, y no es que el concierto sea malo, sino que tiene una representación muy aristocrática”, en un contexto en el que se mezclan multinacionales, paramilitarismo y terratenientes. “Son pequeñas críticas a cosas que pasan, pero que deben ser leídas por alguien que naturalmente sepa; nosotros no somos panfletarios”.

“El festival vallenato” sirve para entender el multidimensional tejido de sus letras, que combinan elementos retratistas con imaginativa dispersión. Aunque confiesan no tomar alucinógenos, sus canciones son vivamente surrealistas, no exentas de una sazonada dosis de humor y de una dislocada pátina costumbrista a las que añaden ocasionales voces ralentizadas y pitcheadas estilo pitufo, animales cantarines y las risas de los personajes protagonistas. En ocasiones parece una banda que toca en un pueblo encantado: “Soy muy empírico, no tengo estructura de poeta. Son cosas que he leído por ahí, siempre se me ocurren historias. Cojo un personaje y trato de ponerlo de una manera muy gráfica y descriptiva”, dice Eblis, quien parece tener especial predilección por emplear figuras poderosas a las que rocía con un aire decadente y grotesco: guerrilleros, templarios, presidentes déspotas, reyes magos, ángeles, incluso djs superestrella, todos pasan por su cuchillo lírico. “Son fijaciones que tengo por la gente mala, me causa mucha curiosidad cómo alguien puede llegar a tales extremos, y me estudio las biografías de déspotas como Atila, Stalin o Mao. Es como un pasatiempo que tengo.”


En “La salsa caliente” o “La gitana me ha dejado” se acerca a los roles de género: “Me gusta mucho estudiar a las mujeres. No es algo sexual, sino el contraste con el hombre, los roles que se crean. La primera canción del primer disco [«La industria del deporte»] empieza con «Soy una niña que ha nacido para la construcción…». Siempre me interesó asumir un rol distinto, como el de una mujer, para poder meterme en el mundo femenino”. Asimismo, parece mostrar chanza hacia las caracterizaciones habituales de la masculinidad: “Es una crítica al macho colombiano totalmente burdo que está compenetrado con la esencia de la violencia acá, que es muy macha: ese machote de supuesto honor que al final está ejerciendo su poder físico. Tiene que ver con los déspotas, con por qué la gente ejerce un poder excesivo sobre otros. El prototipo del macho colombiano es el del paramilitar, el del policía colombiano, el del político, [el del] «Usted no me insulta aquí, usted me respeta»”.

Sea como sea, Meridian Brothers y la escena bogotana forman parte de un continuo histórico de músicos que están renovando los lenguajes de la siempre maleable e históricamente mestiza música tropical, ensanchando sus límites y buscando nuevas formulaciones. Algo que, precisan, se ha hecho siempre: “Es una cosa histórica que ha pasado con cada generación. Nosotros somos parte de ésta y hacemos lo mismo.” Y que así sigan.

 
La foto de apertura es de Nataly Guzmán.
La segunda foto, de Lorenza Vargas.