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Mi reino no es de este mundo

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El rito consumado entre un público no precisamente sobrio, el barritar extático de los todavía creyentes alcanzado la comunión, referencias inconscientes a Bataille, Artaud, Guénon y Lautréamont en píldoras conspiratorias de la burguesía afrancesada y la típica fantasía universal de descender a los infiernos para contarlo después y proclamar el monoteísmo. En definitiva, como dijo el único crítico que aguantó hasta el final de la obra: "...de Shakespeare a Iggy Pop en 50 minutos. No se acerque mucho, llévese auriculares y póngase cerca de la puerta". Y no se lo pierda.

Sobre este programa


Héctor Arnau, una vez más desdoblado cazurramente en su papel múltiple de pobrecito hablador a sueldo de las licoreras y de los antros de más alcurnia de la vanguardia estudiantil, representa a un párroco panteísta acongojado por el relativismo juvenil, el escepticismo psicotrópico, la pobreza espiritual, la saturación de la publicidad como conocimiento y la emprende desmanotadamente (con aventajada técnica vocal) contra la ley del talión, la democracia capitalista, las universidades-empresa, el turismo revolucionario y la etimología como ciencia infusa.