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Condensar el infinito

Conversación con el poeta David Leo García
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Viernes, 23 de septiembre de 2016. Leo artículos y redacto emails, redacto reseñas, redacto nerviosa, los viernes son días de reordenar la agenda cultural en la que trabajo. Miro el móvil cada cinco minutos. David concursa y los días de concurso recibo un mensaje cada dos horas, aproximadamente, con un número. El número de victorias. 23. O 55. O 101. Pero esta vez no hay mensaje, el teléfono suena y un número con prefijo de Madrid me sacude de mi mañana de viernes nublada. Será algo de la revista, pienso. Descuelgo. Comienza a hablarme Christian Gálvez y al intentar articular palabra resuena mi eco. Desde el segundo uno algo se me rompe por dentro y soy consciente de lo que está ocurriendo.

David Leo García ha ganado el bote de "Pasapalabra".

— Hola, David. ¿En qué pensabas cuando te metiste en todo esto?

No sé si apelar a lo que conocemos como vocación: un impulso irrefrenable hacia lo que hacemos. Llevo desde niño acumulando datos más o menos absurdos, y más o menos voluntariamente. Comencé jugando al Trivial con mis hermanos y mis primos, y pronto se me fue de las manos. Incluso torturaba a mi familia, en alguna celebración de cumpleaños o Navidad, con remedos del "Un, dos, tres" o "Saber y ganar". Ahí estaba el germen de todo, pero nadie lo sospechaba, ni siquiera yo mismo.

Escribe Claudio Rodríguez, uno de mis poetas más queridos, en el poema Cáscaras: “El nombre de las cosas que es mentira / y es caridad […] / la inmensa cicatriz que oculta la honda herida, / son nuestro ruin amparo”.

Y los datos también, los datos son mentira: no revelan nada, no constituyen una auténtica cultura. ¿Por qué tanto ruido entonces?

Tal vez porque, como dice Félix de Azúa en alguno de sus ensayos, no se puede vivir en una ciudad sin historia. Hacen falta ruinas, ecos del horror de las civilizaciones y la presencia poderosa y diacrónica del arte.

O tal vez porque los datos marcan el límite del cuadrilátero, ese ring donde comienza el combate del conocimiento.

Otros versos, esta vez de Jesús Aguado: “prefiriendo […] / al abismo fatal de la sabiduría / la planta baja del conocimiento”.

O la declaración de un magnífico de "Saber y ganar": “Todos nosotros poseemos un mar de conocimientos. Pero ese mar tiene dos milímetros de profundidad”.

Creo que el estudio ha constituido mi original manera de ser idiota.

— Vienes del mundo de la poesía y parece como si jugaras a compatibilizar dos universos distintos, haciendo malabarismos entre las letras y los concursos. ¿Qué une la poesía y los concursos? ¿Qué los diferencia?

En principio puede parecer que la poesía es un arte solipsista, casi misántropo. Pero proyectado hacia el exterior: la edición, la lectura en público, la glosa, el eco. Y, sin embargo, el concurso, que tiene esa fachada más espectacular y dirigida hacia la multitud, se nutre de miles de horas de estudio en solitario. Algo parecido a la “soledad del corredor de fondo”. En común hay un punto claro: ambas actividades juegan con el lenguaje. Pero la poesía trabaja con los significados y significantes buscando la sorpresa, sin respuestas correctas. Acaso con la sugerencia en la formulación de la pregunta. Al contrario de lo que ocurre en el concurso, que tiene esa parte mecánica, poco creativa, en la que simplemente se vuelca al exterior todo el contenido del estudio. En el concurso, la búsqueda es lineal. En poesía, oblicua. La identidad queda más comprometida en la segunda, claro.

— Y más concretamente, ¿qué une o diferencia a concursantes y poetas? ¿Crees que existe rivalidad en alguno de estos ámbitos?

Bueno, he forjado grandes amistades en los dos ámbitos, por suerte... Pero sí que he notado que, paradójicamente, en los concursos, que en principio se basan en la competición, haya encontrado más compañerismo y más alegría por las victorias ajenas que en la poesía, donde (pese a los susodichos amigos), parece que fuera obligatorio definirse por oposición a los demás. Quizás ayude que el hecho de contestar preguntas en programas de largo recorrido ("Saber y ganar" o "Pasapalabra", donde la participación puede durar varios meses) tenga ese cariz deportivo, pese a su gramo de azar, y por eso el éxito sea más incontestable que en la literatura, donde, como todos sabemos, pueden contar otros factores y los verdaderos logros son más o menos unánimemente reconocidos cien o doscientos años más tarde.

— ¿Te ha distanciado el concurso de la actividad literaria?

En cierto modo sí, por varios motivos. Por su matiz antagónico, como dije antes. Porque la sensación de urgencia del estudio y el concurso anulaba el afán despacioso de la cadencia de los versos. Y porque al leer (o al ver una película) me resultaba muy difícil desconectar, hacerlo por placer, sin intentar extraer información válida todo el rato, por lo que prefería irme a tomar una caña con un amigo.

— Aunque en "Pasapalabra" se midan la cultura y la rapidez mental (entre otras cosas), el resto de la parrilla de Telecinco está compuesta por programas de corte sensacionalista. ¿Has recibido críticas de otros escritores por ello?

La verdad es que no, ¿qué crítica podría hacerse? Sin entrar a valorar el resto de programas de Telecinco, queda claro que yo no decido los contenidos, con lo que mi participación en ellos se ha limitado a concursar y a la consecuente promoción. Por otra parte, no se puede negar que siga la lógica del capital, claro, pero me alegro de que por una vez los conocimientos también sean activos económicos.

— ¿Te miraban con escepticismo cuando comunicabas tu propósito a amigos o familiares? ¿Por qué crees que la gente se plantea retos tan difíciles como unas oposiciones pero no se atreven con los concursos?

Somos muy conservadores y preferimos no apostarlo todo a la misma carta. Mientras que hay gente que opina que dedicarse a estudiar para un concurso no era muy práctico, a mí me ocurre al contrario: lo realista me parecía centrarme en esto, y una quimera poder encontrar un trabajo. ¡No entiendo cómo no lo hace mucha más gente! Es mucho más divertido prepararse uno mismo el temario que seguir las pautas que se imponen, por ejemplo, al estudiar unas oposiciones, donde el camino ya está marcado desde el comienzo.

— Pero ya sabes que nos han educado de una forma muy concreta para que sigamos ciertos caminos preestablecidos: instituto, grado, postgrado, oposiciones o búsqueda de empleo, etc. ¿Cómo animarías a alguien “normal” a que se desviara un poco de ese camino y se preparase para concursar?

A todos los amigos y conocidos a los que les reconozco cierta cultura general extensiva los intento animar: sin duda pasarían el casting, y sin duda, con un poco de esfuerzo, harían un buen papel en el programa. Partiendo de una buena base y con un método adecuado, ese “poco de esfuerzo” puede suponer unos cuatro o cinco meses de estudio. No es demasiado trabajo y la recompensa merece la pena.

1. Primeros pasos: pasión y disciplina

Comenzar una aventura a pequeños pasos, palabra por palabra. ¿Y cómo se conserva la fuerza y la disciplina ante un reto tan inmenso? Aprender el diccionario, la enciclopedia, los anexos de Wikipedia, los atlas. Los ríos y montes más recónditos, el actor secundario de aquella película de los años treinta, o aquel adjetivo en desuso de Murcia. Un premio Nobel más, el nombre de pila de otro inventor. Miro a David estudiando y veo en él algo así como el arte de condensar el infinito.

— ¿Crees que has ido evolucionando a lo largo del programa?

Sí, porque durante el programa he seguido estudiando, pero con más intensidad que antes de empezar, y mejorando mucho el método. Con el tiempo también fui ganando algo más de confianza en mí mismo. Aunque la verdad es que antes del rosco siempre estaba nervioso, unas veces se notaba más y otras menos.

— ¿Y tenías algún truco para relajarte?

Dejar la mente en blanco y centrarme en problemas de resolución inmediata, como pequeños problemas matemáticos. Durante el rosco repasaba mentalmente los huecos y las palabras que me quedaban.

— ¿Hasta cuántas palabras podías aprender al día?

En alguna entrevista leí que Lilit Manukyan (la admirable chica armenia que se convirtió en la primera extranjera en ganar el bote) aprendía unas cincuenta palabras al día y me dije: “pedazo de vago, tú tienes el castellano como lengua materna, tienes que conseguir aprender muchas más”. Así me puse el reto de cien diarias, pero ha habido jornadas en que he llegado a las ciento cincuenta e incluso doscientas.

— Después de pasar tantos meses totalmente centrado en esto y comprobando que seguía siendo imposible de conseguir y que subía el nivel de los roscos cada vez más, ¿tuviste algún momento de rendición en el que pensaste en dejarlo?

Ciertamente no era fácil sobreponerse. Los “cerrojos” (así llamamos a las incógnitas de muy difícil resolución) se iban multiplicando y, aunque a veces conseguía resolver algunos (el inventor de la chapa de las botellas, el autor del cuadro “La Virgen del Rosal”, el Nobel de Química del 85...), siempre quedaban otros por resolver. El cansancio físico y el desajuste vital de viajar todas las semanas a Madrid también hacían mella. Pero, pese a todo, aunque el objetivo pareciese alejarse y alejarse, seguía pasándolo bien y encontrándome muy a gusto. Y, dicho sea de paso, ganando por programa lo que me ofrecerían (con suerte) en cualquier sitio por un mes de trabajo.

— Momentos después de llevarte el rosco, cuando aún estabas en el plató, ¿cuál fue la primera imagen o pensamiento que se te pasó por la cabeza?

Un cúmulo de imágenes, como de cine experimental. “Mi vida en un power-point”, como dije (citando una canción de Isbert, el grupo de mis hermanos). Mi familia, mis amigos, retazos de conversaciones sobre el tema, la cara repulsiva de Vincent Gallo (por el que me habían preguntado en el rosco). La cabeza girando, dificultad para hablar como si hubiera bebido. Y el futuro encima, kilos de páginas de agenda por rellenar. Y algo de miedo, también.

— ¿Pero existe el miedo a ganar?

Claro que sí, no es un concepto que me haya inventado yo. Está muy estudiado en Psicología, donde recibe el nombre de “nikefobia”.

Recuerdo el caso de un jugador de póker que estaba jugado la mesa final de las World Series y que iba espectacularmente bien, líder en fichas. Poco a poco le fueron atenazando los pensamientos de qué pasaría si ganase: entrevistas, flashes, parabienes... Ser el centro de atención, en definitiva. Pensó en equivocarse adrede y dejarse ganar burdamente. Algo así he sentido a veces: notaba en mí cierta resistencia a completar la faena. Por los mismos motivos que el jugador del torneo, y también por abandonar el concurso. Y tal vez por la exigencia social de hacer algo grandioso al ganar tanto dinero.

El jugador quedó segundo, por cierto.

2. Fin de una aventura… ¿comienzo de otra?

“La meta es como un túnel, se nutre de tiniebla […] / Cuando uno logra un fin se queda triste. La meta se lo traga” (Álvaro García).

— ¿Y ahora, después haber aterrizado un poco, cómo te sientes?

Ahora tengo sentimientos muy contradictorios: el de haber “ganado mi tiempo”, un “pasaporte a la calma”, poderlo emplear como más me gustase... Pero también el de estar preso en mi libertad, algo de pena y vacío al despedirme de esta rutina que había sido mi trabajo durante tantos meses.

De momento voy a vivir la resaca y a hacer la fotosíntesis.

— Dime tres de tus palabras favoritas que te gustaría que te hubieran preguntado:

Talcualillo (dicho de un enfermo: que va experimentando alguna mejoría), Lauricocha (unas cuevas prehistóricas de Perú), manucodiata (ave del paraíso). Por ejemplo.

— ¿Qué puertas te ha abierto tu presencia en el programa?

A raíz de la emisión del rosco (e incluso antes), me han llegado varias ofertas, principalmente editoriales, para distintos géneros. Aún estoy gestionando qué me apetece escribir y publicar.

— ¿Y te han llegado propuestas desde sitios donde antes te habían rechazado?

Alguna ha habido, sí, y me parece un poco triste que lo que más les interese de mi poesía es algo tan ajeno a ella. Y que, en un ámbito presuntamente humanístico, no deje de primar el comercio.

— ¿Qué te aporta un concurso que no te aporta nada más?

Combinar la rutina del trabajo con la emoción de la poesía.

— ¿Qué es lo que más vas a echar de menos?

Me lo estaba pasando tan bien que casi me arrepentí un poco cuando pronuncié la palabra “ranzón”.

Echaré de menos los infinitos desayunos con Marta, Montse, Anabel y Silvia, de redacción; los gritos de Marian, la regidora (que tú rebautizaste como “reñidora”), que ha sido como una madre todo este tiempo; cuando Alberto venía a conectar y desconectar las bombillas de la prueba musical y me tocaba “las lorzas”, diciéndome que adelgazase; el cigarrillo de antes del rosco, preguntándole a Pablo si le venía bien, por temas de horario, que me lo llevase ese día (siempre le venía mal). Tantas y tantas cosas. Me voy con un inmenso sentimiento de gratitud.

 

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