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El entusiasmo

Dos lecturas sobre las vigentes maquinarias de creación y precariedad
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I. Sibila y el tiempo.

No hay lugar para la conciencia allí donde el tiempo es ocupado en actividad frenética. La vida en un mundo permanentemente conectado pareciera movilizarse hoy en base a la impresión y no a la concentración, en la captura de pantalla antes que en la reflexión pausada. Si acaso, se tolera la profundidad de un charco o el rascar de una uña, pero difícilmente la de un pozo o una caverna. Conozco a alguien que lo acredita, o tal vez la imagino, no sé, no está claro. Se llama Ana, María o Silvia. Sí, pongamos, Silvia, Silvia Sibila.

Sibila es una mujer de su tiempo que dedica sus horas a buscar beca o trabajo, y busca trabajo para en el futuro disponer de tiempo que le permita vivir y crear, y por fin dejar de buscar trabajo. Alguien le repitió que vivir de la vocación es algo que merece la pena ser luchado y, como ella también lo pensaba y vocación era su gran impulso, puso su entusiasmo en este empeño, o viceversa.

Sibila no se planteaba si acaso hoy el clásico motor del entusiasmo (como incentivo de la inspiración creadora) está siendo instrumentalizado como apariencia requerida para mantener la precariedad de un mundo hiperproductivo y desigual. Mundo que exige a los que empiezan o a los que nada tienen, darlo todo, sonreír, competir constantemente, mostrar, seguir la inercia, con pasión e ingenio, entregados a buenas causas o a causas que lo parecen, habitualmente gratis, pero más, así. «No pares Sibila, no tendrás sueldo, pero te esperan cuatro certificados con membrete y firma azulada, sello borroso, algo de prestigio de un día, un fuerte abrazo y tres o cuatro elogios por tu buen hacer».

Sibila tiene el cuerpo fofo y la cabeza dura de pasar horas y horas frente a su ordenador. Trabaja incansablemente porque confía en el sistema, y cree que el sistema le devolverá algo del tiempo que le dedica y, por fin, en un futuro cercano podrá retomar su creación como práctica profesional con un tiempo que realmente le pertenezca.

No está claro si Sibila creía, y si lo hacía con pasión, que la creación era uno de los pocos territorios que nos permiten sumergirnos y romper la tendencia de una vida marcada por la celeridad de un pensamiento abocado al gerundio. Sibila sí pensaba que el entusiasmo que sentía por su vocación la salvaría y que el entusiasmo sería siempre un valor añadido, que así lo advertiría el mundo de afuera (incluso aceptando que el afuera ya no era tal, o no como antes).

Pero a Sibila algo le escama pues observa cómo, mientras muchos lograron convertir su afición en un trabajo, a ella se le pide día a día convertir su trabajo en una afición. Es decir, contentarse con trabajar gratis. Fue más o menos de esta manera que Sibila se vio un día inmersa en un entramado de vida donde se dedica a trabajar sin cobrar, o a cobrar muy poco, a veces incluso a pagar dinero por trabajar.

Desde que la red es lo que es, Sibila convive con personas que cambian sus trabajos por sueños e inventan profesiones, con personas que cambian sueños por trabajos, y con otras que, sin sueños, medran en los trabajos (los académicos saben); valiéndose para ello del negocio del entusiasmo, entrenados en aparentarlo, vacíos de sentido y de alma; recopilando cientos de papeles con firma y sello que les posicionan en un mundo hipercompetitivo y vacuo de intensidad; creando una imagen de vida falseada por un sistema (hackeable) que para ir rápido precisa cuantificarlo todo, simplificarlo y hacerlo operativo. Y como si en su oreja derecha viviera el conejo de Alicia, una voz le recuerda: «¡No hay tiempo, Sibila, no hay tiempo! “Lo más” será siempre más valorado. Contemos pues: 130 frente a 100. No profundices Sibila. Cuenta Sibila, cuenta».

Sibila también convive con otros como ella, trabajadores dóciles, habitantes culturales, creadores de diferenciación, evasión, vanidad revalorizada, intensidad o inutilidad convertida en cosa imprescindible; padeciendo y paralelamente suministrando al mundo todo tipo de experiencias, aparentemente inservibles o meramente estetizadas. Experiencias que ahora parecen necesarias o reconfortan las estimas propias, porque pronto los entusiastas aprenden que para seguir apasionados por el hoy deben tratar sobre sí mismos.

Para trabajar de su entusiasmo a Sibila le habría valido una tecnología más fea pero suele elegir con gusto y esto le cuesta caro. También le serviría una tecnología algo más tonta, pero ya que tiene mil aplicaciones que autodenominan al aparato inteligente, y por defecto sus máquinas le reclaman actualización y descarga, las usa y les dedica tiempo y tiempo. ¿Cómo no hacerlo si además le hablan? A veces Sibila, querría encontrar complicidad y respuesta en esas tecnologías, y se pregunta si acaso pidiendo “por favor” o dando las “gracias” a Google, como cuentan hacen algunas ancianas, tal vez la máquina aumente su empatía e inteligencia y le ayude a verse a sí misma y valorar si mantiene el ritmo o por fin se para. Pero la corriente le lleva y en el fondo sabe que la máquina le piensa, pero no necesariamente le ayuda a pensar.

En su vida de entusiasta, la ilusión al tomar la pastilla que le ayuda a dormir cada noche es casi comparable a la que pone cuando mira cada día, cada hora, o conforme se acerca el plazo, cada minuto, la web donde se publicará la “lista de admitidos”. Esta lista siempre estará y puede corresponder a un nuevo proyecto donde “aparecer” es ya un logro; o a una beca por la que seguramente tendrá que pagar; o a una lista de seleccionados donde sólo salen “unos pocos”. Si su nombre aparece le temblarán las piernas y será feliz un tiempo, después trabajará gratis piensa que por prestigio o por futuro, y eso le dará autoestima hasta la próxima convocatoria.

No es fácil que Sibila se de cuenta de su vida miserable porque no tiene tiempo para detenerse, para frenarla y advertir lo que pasa. Sibila no identifica a los ricos que salen en la tele con los jefes que ella tiene, ni con los jefes de sus jefes. Su aspecto a veces es distinto, pero a diferencia de ella y al igual que los de la tele, sus jefes “siempre” cobran y aumentan sus ingresos año tras año. Claro que sus jefes nunca se dan por aludidos y habitualmente critican la desigualdad en los otros y a los ricos con traje. Mientras, Sibila está siempre al borde económico del abismo y de la dependencia familiar, donde, de paso, usan el vínculo material para recordarle que es mujer y que el tiempo pasa.

Las agencias de evaluación y revistas escriben a Sibila cada pocos días para felicitarla por haber sido seleccionada para evaluar un artículo o un proyecto. Sibila agradece con amabilidad el reconocimiento y dedica sus horas a evaluar gratis para que el sistema cultural y académico ruede y ruede. Al poco tiempo recibirá mensajes de una máquina que le pedirá algo de su tiempo para evaluar el trabajo de evaluación que días u horas antes ha hecho. Tardará poco, le dicen, apenas unos minutos. Los mismos minutos que advierten en el siguiente mensaje, y en el que sigue… Una vida hiperbolizadamente evaluadora y evaluada. Un sí, algún no, quizá una observación y algunos matices preceden al botón ENVIAR. «¡Sólo unos minutos Sibila!». Y se suman a la suma, a la ilusión de un tiempo propio y a su vida, que pasa y pasa. Y Sibila siente que mengua y mengua y que la ropa le viene ya muy grande y que un día desaparecerá.

Porque hay momentos en los que Sibila teme haberse convertido en cosa y teme que la inconsciencia no le permita combatir ese estado, que le resulte indistinguible lo abstracto de ese ser y la excitación brutal de su vida imparable. Sibila recuerda cuando creaba sin aplicaciones intrusivas y mil agentes evaluadores a su alrededor y su creación ocupaba su pasión y su (entonces) tiempo. No tiene claro en qué momento han capturado su entusiasmo para comprometerle con una maquinaria que siente impropia.

Quizá algún día el entusiasmo enjaulado se pudra y le agrie el carácter y pueda decir lo que piensa a sus jefes y a los que impostan una vida entusiasmada vacía de sentido, pero el sistema le ha inculcado muy profundo la valía de la obediencia y el no-conflicto. Quizá un día se vea en el espejo y se descubra como parte de todo eso que ya le irrita. Sibila no es tonta y sabe que  sus jefes cobran y que hay gente que cobra mucho y ella casi nada. Y que a sus treinta años le estafan al decirle que lo suyo es una inversión, que ella cobra con cosas más importantes que el dinero: posibilidad de futuro, visibilidad, reconocimiento y mucho cariño, "¡Qué grande eres Sibila!"… Le dicen: "Que suerte tienes, poder dedicarte a lo que te gusta". Y todo esto le asquea si el futuro que le espera es lo que tiene ahora o acaso lo que ve en ellos.

Uno de estos días tiene previsto poner demasiado rojo en sus labios y demasiado perfume en su ropa, estallar de entusiasmo públicamente, agotarlo de puro exceso y producir un cortocircuito que la haga parar e interrumpir el sistema. Ya que ha estado menguando y menguando se ha hecho tan, tan pequeña que tiene menos necesidades. Puede arreglárselas en cualquier agujero y con poca comida. Si sabe rentabilizar su nuevo estado, dispondría de todo, todo su tiempo para inflamar de nuevo su entusiasmo por la creación desde su libertad de pobre. Se pregunta si esto es posible.

II. La apropiación de la maquinaria entusiasta.

En la antigua Grecia la palabra entusiasmo se vinculaba a la inspiración divina y el éxtasis o arrobamiento de las Sibilas que predecían el futuro. El entusiasmo ha sido utilizado para aludir al efecto de la intervención de un dios o fuerza inspiradora en la persona encendiendo su fuego interno.

Hoy sigue relacionándose con una actitud de júbilo, con la exaltación del estado de ánimo evidenciado una alegría poderosa y excesiva. Sin embargo, también hoy el entusiasmo tiene una lectura vinculada a la velocidad productiva, esa que requiere camuflar la preocupación y el conflicto bajo una coraza de motivación que genere contagio y mantenga el ritmo de las vidas.

El entusiasmo alimenta la maquinaria, las madrugadas, el plazo de entrega, la justificación que punza, el agotamiento travestido. El entusiasmo es hoy motor para la cultura amateur y la precariedad de tantos que descubren en su vieja afición o en la posibilidad de convertir la narración online de su vida en razón de ser frente a un vacío laboral o vital. Pero el entusiasmo también es base de la explotación contemporánea que concentra muchas de las contradicciones del capital, sembrada de becarios, colaboradores a tiempo parcial no remunerados, pagados a lo sumo con visibilidad, autónomos itinerantes, críticos culturales, profesores, contadores de “sí mismos” que se exigen máxima dedicación, energía, entrega y sonrisa, como inercia que augura reconocimiento, quizá trabajo, quizá futuro.

El entusiasmo anuda una de las dificultades del mundo actual cuando hablamos de las formas de movilización creativa, dependencia y conflicto contemporáneos. Me refiero no sólo a aquellas potencias derivadas de habitar un mundo mediado por pantallas y por la posibilidad constante de “crear”, cuantificar y compartir ideas, sino también a la búsqueda de la hiperactividad con todo tipo de estrategias apoyadas en la motivación, la ansiedad y el entusiasmo. Como si un reloj trucado nos sujetara en la inercia de comenzar constantemente algo nuevo sin mirar atrás, como si una voz martilleara: «Disfrutar, hacer, sonreír, aceptar, innovar, jugar, compartir, actualizar, continuar, continuar…».

Sin embargo, cuando los proyectos se acaban, las exposiciones terminan y los libros se cierran, la creación sigue y sigue. Y sigue en un mundo donde ya todos crean. ¿Qué pasa entonces con la materialidad de los creadores como aquellos que habitan/conforman determinados espacios, determinadas prácticas que buscan ser trabajo?

La cosa cambia, está cambiando. Cierto que la red transforma el mundo en sus formas de valor y producción. Cierto que la maquinaria genera rápidas sensaciones de júbilo al hacer y al compartir lo creado, pero también de “fracaso en directo” e imposibilidad, de disolución de la creación y de caducidad extrema ante la implacable petición de más actualidad, ingenio y novedad nunca saciadas; ante la petición de menos pausa. Hacer y ser por reconocimiento y visibilidad como pago.

En esta parte del mundo, después del trabajo doméstico y de cuidados (esa increíble multitud silenciada de trabajadoras afectivas controladas), el trabajo cultural contemporáneo, que yo ampliaría marcadamente a parte del académico, supone nuevas formas de explotación y un alto índice de trabajo no remunerado.

Claro que el tiempo en las pantallas no siempre se paga, pero las vidas y sus datos siempre se cuentan. Necesitan ser cuantificadas para ser operativas, pronosticadas, solapando la compleja acción de las pantallas como zona socializadora, de control y parque de atracciones. Como respuesta, los sujetos contemporáneos pareciéramos materializar en nuestros cuerpos la pesadez de estos estados e inercias, derivando por experiencias cada vez más desubjetivadoras, hasta comenzar a cosificarnos.

Abandonado en los fanáticos epocales del capital, el entusiasmo diluye al mínimo su poder político y estético (transformador) de impulso originario que lleva a admirar y a crear. Abandonado a la imposibilidad de hacer ante el exceso de mundo, la tentación no sería sólo la desubjetivación, sino la dejadez y la apatía, el entusiasmo fingido.

¿No resistirse a ser cosa o silla?, ¿resignarse por agotamiento o complejidad? Quizá la inercia propicie esta deriva, pero la creación que logra libertad en el ejercicio de su pensamiento, no debiera temer empequeñecerse e invisibilizarse a voluntad, no al menos del mundo online. No se trata de un ejercicio retrógrado de desconexión,  ni de un fracaso en directo, pero sí de un posicionamiento libre que permita usar frente a un ser usado. Hacerlo frente a lo que poderoso atraviesa mundo y vida, normalizándose y apropiándose no sólo de nuestros tiempos sino de aquello que, apasionadamente, nos arrastra. Porque el entusiasmo en su potencia de arrastre y fuerza creadora siempre nos hizo y nos hace tan poderosos como vulnerables. Y me parece que dicha oscilación se apoya en la posibilidad de tener (o no) control sobre nuestros tiempos.

 

Foto de portada: "Velocidad". https://www.flickr.com/photos/ondasderuido/with/7475940816/

Foto "Charco": https://www.flickr.com/photos/er_kike/