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En los límites de la realidad

Uso y abuso del photoshop
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Decía J. G. Ballard en el prólogo de Crash que una de las características de nuestro tiempo es la creencia de que lo ilimitado es posible, y que esa ausencia de límite difumina la barrera entre la ficción publicitaria y lo considerado real. Basta con fijarnos un poco para darnos cuenta de que el mundo que denominamos real es un espacio publicitario e ideal de nosotros mismos en nuestro mejor momento. Tal y como ha expuesto años más tarde el filósofo coreano Byung-Chul Han —en el paradigma que denomina sociedad positiva—, el ser humano ha elegido un mundo donde lo cotidiano es siempre agradable, bonito, publicitable, como en nuestros perfiles en las redes sociales o en nuestros cotidianos selfies, donde siempre aparecemos guapos, alegres y sexys, incluso con signos de victoria y morritos. Jamás viejos, cansados o con malas caras.

En semejante panorama, la actriz Inma Cuesta ha abierto hace unos días una polémica sobre el abuso del photoshop, el artificio y la manipulación de la imagen tras aparecer ella misma en la portada de un semanario retocada hasta “sobrepasar los límites de la realidad”. Dejando de lado los comentarios en las redes sobre la foto cuestionada (del tipo “estás más guapa al natural” o “tú no necesitas retoques”) este debate se torna interesante cuando lo enfocamos desde un prisma filosófico: en un mundo donde todo se falsea para resultar perfecto, ideal y positivo, ¿cual es el límite?, ¿qué es “lo natural”?, ¿qué es “lo real”?

LA IRREALIDAD COMO PROFESIÓN

Como muchas otras actrices y personalidades atractivas, Inma Cuesta presta desde hace años su imagen para productos de belleza, editoriales de moda y portadas de revistas. Como profesional de esos sectores, ella conoce perfectamente los mecanismos y trucos que se emplean para mejorar la imagen de modelos y celebrities. Por ejemplo, en fotografía y vídeo profesional de belleza, uno de los sistemas más comunes de iluminación son las denominados “cajas de luz”, que obtienen una luz envolvente, que no marca los rasgos con sombras inadecuadas y difumina todos los defectos y arrugas de la piel. La imagen de Inma Cuesta o de cualquier otra modelo es, aun antes de ser retocada, una imagen no natural, una idealización lograda a través de un artificio conseguido con luz artificial, un maquillaje adaptado y una ropa adecuada por un estilista. La foto sin retoques no refleja una imagen al natural, sino el resultado del trabajo de varios profesionales especialistas en mejorar el aspecto físico de una persona para dar la mejor de sus apariencias. La mayoría de las veces, una profesional de su recorrido suele saber qué luz le va mejor, qué maquillaje es más bonito para sus facciones o qué prendas le favorecen más. A veces incluso puede llegar a pedir retoques sobre fotos que ya han sido retocadas sin percatarse de ello.

Ahondando en el mundo idealizado de la publicidad, casi nadie que se dedique a explotar su imagen luce unos dientes naturales o una cara o un cuerpo que no haya pasado por el cirujano plástico. La cámara es una gran lente que aumenta cada pequeño granito al tamaño de un volcán, cada pequeña imperfección asoma como una deformidad, y los que se exponen continuamente a los objetivos conocen las condiciones de su trabajo y no permiten que asimetrías, imperfecciones y vejeces les estropeen contratos millonarios. La cirugía estética es un compañero de viaje de actores y modelos mucho más antiguo que el retoque fotográfico de paint y photoshop.

BREVE HISTORIA DEL RETOQUE PREDIGITAL

Hasta la era digital, el retoque de imágenes era laborioso, caro y más evidente. Sin embargo, las intervenciones plásticas de las estrellas de cine en los años 40 estaban en pleno apogeo. Actores y actrices corregían cualquier imperfección física indetectable en la vida cotidiana, pero que pudiera verse amplificada en la enormidad de las pantallas. Los propios estudios obligaban por contrato a sus estrellas a operarse. Hasta John Wayne, actor tan poco ligado al glamour asiliconado, se vio obligado a someterse a liftings y tratamientos rejuvenecedores para alargar su vida en la gran pantalla.

Sin embargo, no es hasta los años 80 cuando al uso de la cirugía se unen otros avances en tratamientos estéticos dentales y corporales que lentamente se van generalizando. Un vistazo a cualquier beldad de los años 70 en un film de Cassavetes o en una revista de moda nos informa del enorme cambio de cánones estéticos que se ha producido y de la conquista definitiva de implantes, infiltraciones, gimnasios y blanqueamientos.

Durante los años 90, cuando el photoshop todavía andaba en pañales, el célebre maquillador Kevin Aucoin popularizó el makeover, que consistía en el cambio de un rostro a través de una técnica denominada contouring, o aplicación de maquillaje muy claro o muy oscuro en puntos claves para afinar e iluminar rasgos, de manera que la cara perdía o ganaba volúmenes allí donde más pudiese favorecer. El embellecedor efecto óptico de estos maquillajes, a veces verdaderamente increíble, es un precursor primitivo de los efectos digitales del photoshop. Los efectos que antes se hacían en los cuartos oscuros de los fotógrafos empleando la magia de procesos químicos de laboratorios de revelado se ha visto sustituida por procesos de revelado digitalizado. El resultado es que la imagen, anteriormente positivada de manera química, se desgrana en pixeles y se reconstituye en una pantalla, en una operación a corazón abierto. Un rostro digitalizado pierde la magia de la envoltura analógica, es fácilmente desmenuzable y por eso es muy sencillo cambiarlo para ser mejorado.

LO IRREAL ES MEJOR QUE LO REAL

Retomando la teoría de Byung-Chul Han, en la sociedad positiva el ser humano se expone para ser. Desaparece ese valor, el de existir, en favor del valor de exposición: el valor de ser visto. Esto va aparejado a una idealización extrema a través de artificios diversos, ya sean estos retoques digitales o makeovers plásticos. Somos parte de una sociedad que ha convenido que lo irreal es mucho mejor que lo real: necesitamos exponer nuestra imagen idealizada y no natural para existir.

La legendaria top model Linda Evangelista llegó a declarar en Vanity Fair que gracias a la manipulación digital de la imagen, ella puede envejecer y engordar tranquilamente, pues el retoque de los grandes profesionales para los que trabaja la estiran y adelgazan. Es muy posible que las carreras de las tops de los años 90 se hayan alargado hasta edades próximas a los 50 años (una modelo profesional suele ser apenas mayor de edad) no solamente gracias a la dieta, el ejercicio y dos litros de agua al día.

Por el contrario, otra grande de Hollywood, embajadora de la casa de belleza Lancôme, Julia Roberts, posteó recientemente su foto sin maquillar en su Instagram exponiendo lo siguiente: “La perfección es la enfermedad de la nación … Hoy he querido postear una foto mía sin maquillar. Sé que tengo arrugas… pero quiero que abracéis mi yo real y que os aceptéis a vosotros mismos”.

La actriz estadounidense lleva el debate hacia una interesante reflexión: el perfeccionismo exterior como enfermedad social. Si hemos convenido que lo irreal es mucho más perfecto que lo real, la pregunta es si aún existe lo denominado “natural” y, sobre todo, si realmente lo queremos.

Si nuestro valor como personas es mayor en tanto que exponemos nuestra imagen, el resultado es que pretendemos, incluso sin ser profesionales de la belleza, la perfección estética. Nos hemos acostumbrado a que lo idealizado forme parte de lo cotidiano, porque esa imagen perfecta redunda en nuestro valor como personas. El uso generalizado de teléfonos inteligentes posibilita que cualquier particular cuente con herramientas sencillas en sus móviles para mejorar su aspecto en las fotos y exponerlas así en el mercado de las redes sociales.

QUÉ ES LO REAL

Por otra parte, sería interesante revisar nuestro concepto de “lo real”. Esta pregunta metafísica fue respondida por Lacan de una manera muy práctica: es importante distinguir “lo real” de “la realidad”. La realidad es lo que el sujeto percibe o capta de lo real. La realidad es lo que nuestro sentido común nos avisa que puede ser lo real, aunque no siempre coincide.

Por eso determinados retoques digitales nos avisan intuitivamente de que esa idealización es irreal, porque transgreden de forma agresiva nuestro concepto de realidad. En ocasiones, verdaderas chapuzas digitales que han convertido a famosas maniquíes en seres no humanos, de proporciones imposibles. Es conocido el caso de Filippa Hamilton, modelo exclusiva de Ralph Lauren, convertida, a golpe de retoque adelgazante en la cintura, en involuntaria caricatura.

La respuesta a la extrema idealización de la imagen de modelos y celebrities se halla en revistas especializadas en pillar a famosos “al natural”, es decir, con posturas feas, gestos desabridos y mala luz que distorsionan su imagen hacia la fealdad. ¿Son esas personas físicamente tan desagradables? Es evidente que no, pues no se podrían dedicar al exigente mundo de la imagen. Este tipo de fotos muestran la posibilidad inversa, o lo que podríamos llamar el antiphotoshop. Nadie va caminado con una caja de luz iluminándole por la calle y con un maquillador retocando los brillos y ojeras a cada paso. Si captamos a cualquiera fuera de ese ambiente favorable y en un gesto despistado, la diferencia con la imagen idealizada será evidente. Si a eso le añadimos un revelado digital que aprovecha el photoshop para lo contrario a la idealización, el resultado será una imagen grotesca.

Es decir, allí donde hay una piel con manchas, aumentamos el contraste para que se vean más (en vez de suavizar para que se vean menos); allí donde hay una pequeña celulitis, le damos un poco de textura (en vez de difuminar). El photoshop o la luz también se pueden utilizar con mala fe, pero nunca nos cuestionamos este tipo de distorsiones de la imagen. ¿Por qué?

Buena pregunta sobre nuestra moral. Quizás necesitamos adorar seres ideales, pero también necesitamos odiar. Quizás, en nuestros complejos de seres humanos imperfectos, nos resulta lícito reírnos de la celulitis cachalótica que un sol cayendo de plano descubre en tal actriz que los hombres describen como tía buena, o de esa incipiente tripa relajada en vacaciones que asoma en ese actor de moda. Probablemente tales defectos son una distorsión propiciada por una postura y una luz determinadas, no la imagen auténtica de esas personas, pero preferimos pensar, quizás como consuelo de nuestras propias imperfecciones, que son así cuando no hay entorno favorecedor, que esa foto es “lo real”.

LO IRREAL ES LA NUEVA REALIDAD

No es malo querer una imagen bonita o alargar unos años más la juventud, ni este artículo pretende un debate moral sobre la perfección estética y los lícitos anhelos humanos de sentirse hermoso. De hecho, la imagen de Inma Cuesta ya había sido manipulada en otras portadas y anuncios sin problema por su parte. La queja de la actriz viene cuando no se reconoce a sí misma, cuando el retoque ha traspasado una línea en la que ella siente una pérdida de identidad.

Categorizamos que “lo irreal” es lo contrapuesto de “lo natural”, que en el mundo de la imagen no existe. Lo falso en este caso, lo que llamamos irreal, sería toda imagen en la que hemos perdido de vista una mínima proporcionalidad humana. En otras fotos donde la idealización del retoque no ha jugado tanto con las dimensiones corporales, la imagen sí ha sido para ella un espejo donde se identificaba con su yo, aunque ese yo tampoco fuera real, sino idealizado. La imagen denominada “real” es, por tanto, una percepción subjetiva, idealizada y graduable en la medida de su autoimagen.

Lo idealizado es la nueva realidad, la foto en la que estamos guapos expuesta en las redes, y lo falso es toda aquella imagen que produce fricción con nuestro concepto idealizado del yo. Sin embargo, todo ello, sea falso o realidad idealizada, ha dejado de ser “natural”.

La cuestión suscitada alrededor de la noticia es hacia dónde vamos, dónde está el límite; ésas eran las preguntas que se hacía la actriz frente las dos imágenes, la retocada y la que aparecía sin photoshop. La respuesta es que no vamos hacia ninguna parte; ya estamos aquí, no sólo los profesionales, todos nosotros. Vivimos en esa sociedad positiva de Byung-Chul Han, en un mundo donde todo se expone y, por necesidades de ese mercado de la imagen expuesta, todo es artificial, retocado, operado, iluminado y manipulado para aparentar siempre brillante, delgado, joven: victorioso.

 
Fotograma de The Killing of a Chinese Bookie, de John Casavettes.
Dos imágenes de la actriz Olivia Wilde publicadas en http://famosassinmaquillaje.net/