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Hay escritores que no teclean en Times New Roman

20 autores en busca de tipografía
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Todos los que hemos pasado por un instituto o por una universidad hemos recibido la advertencia de que un trabajo debe presentarse en Arial o en Times New Roman, como si las demás tipografías no fuesen merecedoras de entrar en lugares tan solemnes y burocráticos. Durante mi trayectoria académica esperé al profesor que se atreviese  a proponernos una Georgia, tan solo una Georgia. Pero nunca apareció ese individuo salvador. Así que no me fio de ninguno. Igual que Juan Tallón, uno de los escritores que a continuación nos desvelará la tipografía que usa para escribir sus textos, nunca se acaba de fiar de las personas que no beben alcohol. Es evidente que esconden algo horroroso.

Este texto está siendo escrito con Comic Sans. Es broma. Pero de todas formas no lo sabrán jamás, ya que El Estado Mental publica sus textos en Chronicle Display 17 (y Gotham para los títulos), y mi falta de tacto estético quedará escondida sea cual sea la tipografía que haya escogido en el Word. Son ellos los que importan. Por ejemplo, Alberto Salcedo Ramos, periodista colombiano referente en cuestión de crónicas y reportajes, quien nos desvela lo siguiente: “Trabajo en Times New Roman porque es una fuente que me parece tan cómoda como sobria. Esto último es clave porque hay fuentes que distraen y otras que generan ruido. Escribo en 14 puntos: no me sienta bien una letra más pequeña. Hace algunos años tuvimos en Colombia un gobierno que detestaba a García Márquez. En ese momento García Márquez estaba pasando una temporada en Bogotá. Daba la casualidad de que en el sector donde vivía se interrumpía el fluido eléctrico todas las mañanas, y lo más curioso es que se interrumpía justo en las horas en las que Gabo acostumbraba escribir. Un día García Márquez se quejó de la situación a través de los medios. El ministro de Gobierno, Carlos Lemos Simmonds, le dio una respuesta agresiva: le dijo que Balzac escribía a mano e iluminándose con candiles, y lo hacía mejor que él. Traigo a colación este episodio porque últimamente, como viajo tanto y me toca escribir a veces en los aviones, he vuelto a escribir a mano, y si bien es más dispendioso, me ha servido mucho. De vez en cuando es bueno ese regreso a lo primario para recordar que lo esencial de la escritura no está en la tecnología”.

Sigue estos consejos Gonzalo Torné, autor de Hilos de Sangre y Divorcio en el aire. “Yo escribo y corrijo a mano, así que no me fijo mucho en qué fuente trabajo. Los artículos los escribo con Cambria 12. Y las novelas también —en ambos casos he tenido que mirarlo, pensaba que eran dos distintas—. Cuando empecé a escribir me gustaba mucho la Garamond. En parte escribo a mano para evitar las malas seducciones de la tipografía: es tan bonita la de Word para Apple que tienes que escribir una tontería enorme para que no suene fantástico. Desconfío mucho cuando me entero que un novelista trabaja directamente sobre el ordenador. Pensaba que era un prejuicio, pero la mayoría de los que me gustan trabajan también a mano”.

Por el mismo camino trabaja últimamente Sergio del Molino, quien acaba de publicar La España vacía, un viaje por la España deshabitada. “Alterno Garamond y Times New Roman. Y eso que ninguna de las dos me sale por defecto en Word. Me vale cualquier tipografía con serif, no soporto que no tengan serif. Para reconocer un texto como mío, tiene que llevar serif o no me parece que sea literatura. El libro que estoy escribiendo ahora, sin embargo, es caligráfico. Lo estoy escribiendo a mano para que gane en inmediatez. Así resisto la tentación de estar corrigiendo todo el tiempo. Lo volcaré al ordenador, claro, y lo cambiaré mucho en ese proceso, pero será como editar el libro de otro”. 

Pero no nos despistemos, que habíamos anunciado que sacaríamos a la luz la tipografía de Juan Tallón. Y aquí no dejamos los caramelos para el último párrafo. Como mucho, para después de Salcedo Ramos, Torné y del Molino. “Todavía deambulo de tipografía en tipografía. Voy probando, como si fuesen sofás. Me temo que me niego a reconocer que el problema, en realidad, no es la tipografía, sino yo. Cada cierto tiempo experimento un gran hastío hacia lo que estoy escribiendo, y me gusta achacárselo a la letra, incapaz de reconocer la belleza cuando la tiene delante. Infeliz. Últimamente trabajo con la Georgia. Recalé en ella después de escribir en Garamond, y antes en Baskerville y en Times New Roman. Mañana volveré a la Garamond. Al menos puedo asegurar que no caeré en la Courier New. Eso fue un pecado de juventud. Tengo amigos que se niegan a madurar y siguen trabajando como si tuviesen una máquina de escribir delante”, nos cuenta Tallón, autor de El váter de Onetti o Fin de poema, como si en realidad nos estuviese detallando sus últimas aventuras sexuales. Aunque sea momentáneamente, coincide con Matías Néspolo, periodista y escritor argentino que explica usar Georgia 12 con interlineado 1,5 y lo argumenta así: “Yo soy de Times de toda la vida, y aún la sigo usando para todo texto alimenticio. Todo lo que escribo que me da de comer va en Times, pero hace años ya, Laura Fernández —autora de Seix Barral— me recomendó la Georgia para una historia que se me estaba resistiendo. Me dijo que era más gordita y que ver esa extensión me iba a motivar”. También usa la misma bala Lolita Bosch, quien explica que pasa a esta tipografía hasta los textos que debe leer de otras personas.

Beatriz García Guirado es una joven periodista de El Confidencial que ha traído riesgo a la novela contemporánea española con El silencio de las sirenas, publicada recientemente. Ella me cuenta que no le había dado ninguna importancia a la tipografía hasta que yo se lo pregunté para este reportaje. Pero por su respuesta parece que su subconsciente ya se la había dado: “Me doy cuenta, no sé si por deformación profesional, que cuando escribo un texto periodístico utilizo mucho la American Typewriting, una fuente que utilicé para los monólogos de Oless —el protagonista de El silencio de las sirenas— que me ayudaron a crear el personaje. En realidad, creo que utilicé tres fuentes distintas en las tres fases de escritura de la novela: diría que una MingLiu en el primer borrador, la American Typewriting para los monólogos y luego la Arial, que suelo utilizar para darle homogeneidad al texto final. Para mí la tipografía influye significativamente en el relato: es casi una declaración de intenciones, es decir, una forma de arrancar, y a medida que evoluciona el manuscrito, al menos en mi caso, cambia y evoluciona con él”.

Parece que lo de mezclar tipografías va con la juventud. Por lo menos sigue la misma tónica Matías Candeira, el madrileño autor de Fiebre. “Uso Garamond 13,5 para escribir, Times 12,5 para los concursos literarios y Verdana 11,5 para corregir a mis alumnos de escritura”. Pero rompe la estadística Aixa de la Cruz, considerada por El Cultural en 2013 entre los escritores menores de cuarenta años con mejores perspectivas —igual que Matías Candeira, Gonzalo Torné, Sergio del Molino y Sara Mesa, quien aparecerá dentro de poco en este reportaje— y adicta a los sudokus. “Utilizo siempre tipografía Arial 12, interlineado de 1,5 y para desesperación de muchos, siempre se me olvida numerar las páginas. Supongo que el motivo es que es la tipografía que me exigían en la universidad, y la que piden en concursos y publicaciones diversas. Nunca me planteé que fuera una opción, por así decirlo, idiosincrática”.

Y aquí sí que deberíamos hacer una pausa publicitaria para que ustedes pudiesen ir un momento al lavabo para orinar o a la nevera para coger la quinta Coca-Cola del día —perdonen el instante capitalista del artículo—. Tantos números tienen el peligro de aburrir. Pero nadie me va a poner un anuncio aquí. Así que seguimos con Sara Mesa, autora de libros de éxito como Cuatro por cuatro, Mala letra o Cicatriz, quien usa Garamond 14 e interlineado simple. “Quizá porque esa maquetación me recuerda a un libro, aunque no lo tengo claro. El caso es que me pone muy nerviosa escribir con otra tipografía”. Y añade: “El interlineado es muy apretado porque necesito ir viendo el "total" de lo que voy escribiendo”. Jorge Carrión, autor de la trilogía compuesta por Los muertos, Los turistas y Los huérfanos —también del apéndice Los difuntos— y director del Máster de Creación Literaria de la UPF se decanta por la Book Antigua 12. “No sé por qué, pero el otro día un tipógrafo profesional me dijo, cuando se lo confesé, ‘pues tranquilo, que nunca verás un libro tuyo publicado con esa tipografía, será siempre tu letra íntima de escritura’”.

Por su parte, Juan Villoro, el cronista mexicano faro de tantos que comparó la crónica con un ornitorrinco, apuesta por la Geneva 12. No así Robert Juan-Cantavella, autor de Y el cielo era una bestia y profesor de la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès, que es más pragmático. “Cambria o Times. La razón es simple: la costumbre. Si no me equivoco, la Times New Roman venía por defecto en el Word y me acostumbré a escribir con ella por ese único motivo. Ahora viene la Cambria, cuyas diferencias con la Times son mínimas. Y ya. No tengo apego por ninguna fuente a la hora de escribir”. Pero a veces no tener apego por nada ya es una forma de tener apego por algo.

Siguiendo la línea de no arriesgar con la masa que marca Juan-Cantavella, nos encontramos con los fans de la Times New Roman, apartado que hemos inaugurado con Salcedo Ramos al comienzo del reportaje. En ocasiones no conviene arriesgar con todo. Si ya sabes que te la jugarás en el texto, mejor que tengas a mano el colchón más caro de la tienda que con seguridad te acurrucará cuando lo escrito te parezca digno de la papelera. El primero que apuesta por esta estrategia es Santiago Roncagliolo. “Siempre la uso. Desde niño asocié este tipo de letra a los libros. Y ahora necesito ponerlo para sentir que lo que escribo es algo que vale la pena poner en uno. Después de tanto tiempo haciéndolo, ya solo calculo la extensión de un texto si está en Times New Roman”. El segundo, Ernesto Escobar Ulloa, una de las jóvenes realidades de la literatura latinoamericana que recientemente ha publicado el libro de relatos titulado Salvo el poder, el cual para Roncagliolo es como un pinchazo en los párpados mientras tratamos de dormir. “Siempre he usado Times New Roman 12 porque me parece la letra menos cargada de contenido, todas las demás ya están diciendo algo y me apetece que el texto lo diga todo, no la letra”. El tercero, Álex Ayala Ugarte, periodista y escritor español establecido en Bolivia. “Yo soy muy clásico. Desde que tengo recuerdo de escribir en computadora suelo hacerlo en Times New Roman 12. Por la fuerza de la costumbre, me imagino. De cualquier forma, a veces me pongo a escribir en otro tipo de letra sin darme cuenta”.

Es evidente que la tipografía escogida por un escritor significa algo, pero muy pocas veces se sabe el qué. Puede significar mucho o tal vez poco, casi nada. Pero significa. Y eso ya es mucho. Quizá le daríamos más importancia al asunto si las editoriales publicaran los manuscritos con la misma tipografía que los recibieron. Puede ser que entonces descubriéramos que Rayuela fue escrita en Comic Sans. Aunque eso es imposible porque este detestado tipo de letra fue distribuido a partir de 1995 después de que lo diseñara Vincent Connare —que era especialista en diseñar tipografías infantiles y que ya avisó de que no fue creada para ser usada en textos serios— gracias a la inspiración que le trajo la que se utilizaba en cómics americanos como Watchmen.

Sigamos y acabemos el reportaje con los amantes de la Times New Roman, tipografía que fue creada en 1931 expresamente para el periódico The Times. Otro que no se la juega —el cuarto— es Javier Pérez Andújar, quien a principios de mayo saca nuevo libro, Diccionario enciclopédico de la vieja escuela. “Supongo que en algún momento la elegí, lo que no tengo muy claro es que si también lo decidí. Quizá la elegí por el nombre, que suena como novela con Sherlock Holmes leyendo el periódico. Tengo acostumbrada la vista a la Times, eso es cierto, pues es la tipografía de El País, y llevo cerca de cuarenta años leyéndolo casi a diario. Supongo que estoy tan habituado, que la leo rápido y no me distrae y por eso la puse. Escribo sin interlínea, sin sangrar principios de párrafo, sin justificar —en todos los sentidos—, a saco. Sin formato aparente. Pero me va muy bien hacerlo así porque es como tengo la cabeza por dentro. Una olla de grillos sin más orden que el del ruido de las palabras, que el del ritmo del fraseo”. El quinto, Manuel Astur, quien ha estado de gira por toda España, como si fuese el cantante de Los Suaves, presentando Seré un anciano hermoso en un gran país. “Yo uso la tipografía Times New Roman 12 e interlineado 1,5. También suelo aumentar un poco los márgenes. La tipografía es la más común, pero elegante, como si fuera una buena caligrafía. El interlineado y los márgenes se deben a que no me gusta verlo todo apelotonado cuando corrijo y, además, cuando termino el primer borrador suelo imprimirlo, y de este modo puedo tomar notas, tachar o subrayar a lápiz”.

Y el sexto y último que vamos a comentar aquí, Eloy Tizón, es autor, por ejemplo, de Técnicas de iluminación, un libro de relatos que fue finalista del Premio de la Crítica en 2014. “Tal vez como desquite a mis años de juventud en los que trabajé —más o menos— como diseñador gráfico, a la hora de escribir en pantalla ahora huyo de las tipografías originales, abigarradas o gritonas. En lugar de eso prefiero sin dudar los tipos clásicos, sobrios y “susurrantes” que no llamen la atención ni distraigan al ojo de lo que verdaderamente me importa, que es la verdad del texto —relato, artículo, lo que sea— que tengo entre manos. Hace años que escribo todos mis documentos en Word en tipografía Times o Times New Roman 12, doble interlineado. Con eso es suficiente. Cuando entrego el texto impreso —novela, libro de cuentos— ya terminado al editor, a veces me permito alguna pequeña licencia, como presentar el cuerpo del texto en Garamond o Palatino Linotype, y los títulos quizá en Bodoni, que por supuesto sigue siendo una tipografía elegante y maravillosa. Eso es todo. Me parece conveniente anteponer la legibilidad, esmero y pulcritud del texto a todo lo demás. La sosería monacal, en este caso, me parece que tiene más ventajas que inconvenientes”.

En definitiva, que escribir es algo muy serio. Así se lo pareció también a Salvador Dalí. Tanto, que un día de 1977 anunció que a partir de entonces, a la hora de escribir, se pondría una peluca que le haría parecerse a Baudelaire.