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Hay mucho pecado en Hollywood

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Voy con los ojos como platos por este país que es grande y complejo en su idiosincrasia, y más para una que sólo conocía el Antiguo Continente y acabó en el Nuevo. En una América reciente que es laica pero imprime en sus dólares el lema de “In God We Trust”. Y en mi mirarlo y tocarlo todo me doy de bruces con una religiosidad heterogénea y muy ferviente. La veda la abrió una norteamericana a la que estimo, que me aconsejó apuntarme a una religión para hacer amigos. Su amiga Molly, de Illinois, y su marido, se apuntaron a un culto que no recordaba, y ahora cada vez que se mudan de ciudad tienen amigos antes que agua y luz.

Aquí la rutina pasa por tener un coche pegado al culo. Un coche que te lleva a una casa horizontal de uno de los satélites que protegen la ciudad. Si tienes vecinos, para cuando llegas del trabajo ya no te los encuentras ni cortando el césped, ni sacando al perro. Así que te metes en tu casa-búnker y en ella pasas el resto de tu soledad. Es el ejemplo perfecto de la epidemia del individualismo. Así que, visto desde el prisma de un estadounidense, apuntarse a una religión como el que se apunta al gimnasio no es tan descabellado. Aunque elegir credo aquí no es moco de pavo; la oferta es abundante y excéntrica a menudo, y yo, acostumbrada al catolicismo castizo de párroco y monaguillo, observo el panorama y lo encuentro todo exótico y un poco friki.

“Échale un ojo a la Self Realization Fellowship. Está muy bien, y por lo visto tiene unos jardines preciosos”, continuó diciendo mi amiga en nuestro estival paseo. Y tiene gracia, porque no era la primera que me hablaba de esta iglesia que viene del norte de La India pero tiene su sede principal en LA. De hecho tengo en mi poder un libro de su ideólogo, Yogananda, Yogui para los amigos. Un libro de tapas blandas con la cara de un Jesucristo indio, que fue obsequio de una feligresa que también me habló del vergel de la sede como reclamo.

Pero en LA, la ciudad que hago mía quizás temporalmente, la oferta tiene yoguis que venden cursos por correspondencia y rezos online, pero también tradiciones clásicas y otras extravagancias locales. Están, como en todas partes, los judíos, que aquí los hay a patadas, sobre todo en Hollywood. Descubrí hace poco que durante su Año Nuevo pasan la tarde de casa en casa buscando hermanos de fe, para darse la media vuelta si no lo eres, dejándote, dicho sea de paso, con la palabra en la boca maldiciendo tu hospitalidad. También aquí los hay que, bajo el nombre de Jews for Jesus, reivindican a un mesías llamado Jesús que vino a salvarles hace unos cuantos de siglos. Quizás nadie les dijo que eso ya se comentaba hace tiempo... Mormones también te encuentras de vez en cuando, aunque su zona de confort es Utah, donde se han hecho con el cotarro y tienen leyes hechas a medida como la relajada ley seca, que poco a poco se va descafeinando para bien de los no mormones, que sólo son el 38%. El senado también aprobó hace un año otra ley, un poco más escalofriante, que vuelve a permitir el pelotón de fusilamiento, porque según la tradición de la la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días -la mormona, vamos-, la expiación se consigue a través de la sangre...

También están, claro, los cristianos, que aquí los hay latinos, coreanos, etíopes, filipinos y hipsters. Estos últimos son tendencia entre las celebridades. Su nombre: VOUS Church. Su tradición. evangélica. En ella, los feligreses cambian la Biblia por las redes sociales y los templos por teatros y bares. Además, su fundador, el apuesto Rich Wilkerson Jr., predica su palabra por Instagram y lo hace para sus más de 75.000 followers.

Otro producto de la tierra es la Cienciología, que en esta ciudad tiene muchísimo éxito y te asegura un futuro prometedor y la posibilidad de ser inmortal. Casi nada... Me contaron que si te los encuentras por la calle, te hipnotizan para llevarte a sus sedes, y ya allí abducirte para siempre. Eso es lo que me contaron; lo que yo observo es que el poder de esta pseudoiglesia se hace evidente si paseas por Los Ángeles, donde dos de cada tres edificios grandiosos son patrimonio del difunto Ron Hubbard, el mesías que dejo dicho que para hacer dinero no había que escribir ciencia ficción, sino montar una religión.

El predicador callejero es otro de los elementos del ecosistema de Los Ángeles. Siempre enérgicos y con un toque exhibicionista, para hacer su show eligen las localizaciones más frecuentadas por los turistas. Los hay en el famoso muelle de Santa Mónica, entre el jolgorio y los souvenirs; en Broadway, donde se les ve rezar por el Jesús que nació negro; o en el paseo de las estrellas, en Hollywood Boulevard, camuflados entre los dobles de Jack Sparrow y Michael Jackson. Una vez, paseando por este último emplazamiento, me topé con tres de estos evangelizadores y sucumbí a mis deseos de hablar con ellos. Uno de ellos llevaba una pancarta que le doblaba en estatura, y seguramente en peso. Esta rezaba “Turn around!”, dos palabras inquietantes que el feligrés repetía a voz en grito con el tono del Google Maps. Gestos enérgicos y entusiastas a sus sesenta y tantos, e hipnótico speech que hablaba de elegir entre el cielo y el infierno y de tomar la decisión correcta hoy, no mañana. Había también dos chavales jóvenes. El mayor de los dos me dijo que allí había mucho pecado. El más joven, que tenían mucho trabajo, mucha limpieza de almas por hacer.

Yo miraba a los turistas que, ajenos a todo juicio, se movían en masa fotografiando a sus actores favoritos en una baldosa, y no conseguía encontrar el denominador común que convirtiera a toda esa masa en infiel. Les miraba y me preguntaba por el carisma de la persona que había conseguido poner a estos tres fieles en contra del mundo, o en contra de un mundo que compra souvenirs y pasea en furgoneta viendo casas de famosos. Antes de marcharme me tomé la libertad de darles un consejo: “Si queréis prosperar en la recolección de almas, deberíais cambiar de estrategia. Eliminad los gritos de guerra y sustituidlos por free hugs o algo así”.

Siempre que puedo, hago parada en Hollywood para ver si, por casualidad, aquellos predicadores me hicieron caso. Hasta la fecha no han cambiado nada, ni siquiera su apocalíptico discurso. Con todo, yo sigo sin encontrar una iglesia sin peros en la que hacer amigos, como sigo sin clases de yoga y tantas otras cosas que en esta ciudad parecen imprescindibles. También sigo sin entender muchos haceres de este país que, como dato, sólo ha tenido tres presidentes no protestantes, y para colmo, el último en potencia -Trump- mamó el discurso de la confianza de su pastor, que en los años 50 escribió el best seller The Power of Positive Thinking y desde entonces ha sido libro de cabecera del magnate. Sea como fuere, la diversidad religiosa no se la quita nadie a esta América que es una tierra entera. La disyuntiva radica en si a más religiones, más libertad. Lo que sin duda hay es más diversidad; y esta es que exista la posibilidad de oír misa en más de 150 ritos a tiro de piedra.

No obstante, a veces pienso que tantas iglesias no se reflejan en más pureza de alma. Tal vez tuvieran razón los predicadores, y esta ciudad está llena de pecadores que necesitan una iglesia en la que expiar los pecados de la última noche. Y tal vez, para remediarlo, sobren ceremoniales y falten canales de tele que se puedan digerir. Y sobren ciudadanos que vinculan las armas a la democracia. O quizás lo que sobren sean kilómetros, y no religiones. Kilómetros que te alejan un día de tu casa en Carolina del Norte, y te obligan a llamar a las puertas de otra casa, para no sentirte solo en este país que de tan grande abruma.

 

En portada, luminoso de la Los Angeles University Cathedral fotografiado por Brian McHugh.

De arriba abajo, sede de la Self Realization Fellowship en Hollywood, fotografiada por Kent Kanouse; asistentes a un concierto y alocución de VOUS Church; luminoso de la Cienciología en Los Ángeles, por David Torcivia; celebración del Ghost Festival en Hollywood Road, por Tim Riley.