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Imágenes para la náusea

Francesc Boix en el Museo de Historia de Cataluña
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Todo empezó con la lectura del libro desgarradoramente autobiográfico La escritura o la vida, del escritor y político Jorge Semprún (1923-2011). El español, que en 1943 fue deportado al campo de concentración de Buchenwald, recurre a una conmovedora comparación para describir el aspecto de los muertos vivientes confinados en estas haciendas de los horrores por la demencia nazi. En ese limbo entre la muerte en vida y la muerte-muerte, los presos tienen para Semprún el aspecto de las esculturas de Alberto Giacometti, infinitas piernas y larguísimos brazos de diámetro ínfimo. “Jamás podré contemplar las figuras de Giacometti sin acordarme de los extraños paseantes de Buchenwald: cadáveres ambulantes en la penumbra azulada del barracón de los contagiosos; cohortes inmemoriales alrededor del edificio de las letrinas del campo pequeño… ”, escribe. Desde aquel literario y remoto viaje a las cloacas del infierno con Semprún en el papel de guía, nunca más veré una criatura giacomettiana sin acordarme de los no casi cadáveres andantes que poblaron por millones los campos de concentración bajo el imperio demente de Hitler.

    Y, sin embargo, están las imágenes reales. Hay fotografías y hay audiovisuales. Y hay personas que se jugaron la vida por lograr que la verdad no tuviera que ser imaginada, recreada o ficcionada. Para que el relato no fuera falseado. Una de estas personas se llamaba Francesc Boix, y fue el hijo de un sastre catalán que le encaramó a los dos pilares que habrían de sustentarle a lo largo de toda su vida: el amor por la fotografía y el activismo político, siempre en el bando de los perdedores. Boix fue a la vez víctima, testigo y altavoz de la locura fascista, uno de los números sin nombre del campo de concentración de Mauthausen. Pero su identidad acabó por abrirse paso gracias a su arrojo: suyas son muchas de las imágenes de la liberación del campo, y gracias a él salieron a la luz centenares de fotografías de la cotidianidad entre las alambradas.

     Hasta el próximo 18 de octubre, el Museo de Historia de Cataluña dedica una exposición homenaje a Francesc Boix, la primera retrospectiva completa de su obra, el primer repaso en profundidad a su vida y su trayectoria realizado desde una institución pública. Un modo de poner foco sobre la importancia de un hombre cuya figura permaneció en la penumbra hasta que acudió en su rescate el historiador Benito Bermejo. El mismo profesional que se atrevió a desenmascarar la impostura de Francesc Marco, quien había llegado a dirigir la Amical Mauthausen hasta que Bermejo reveló su condición de falso deportado español en un campo de concentración, es autor de un libro sobre Francesc Boix, publicado inicialmente en 2002 con el título de Francesc Boix, el fotógrafo de Mauthausen, y reeditado hace tan sólo unos meses, con el título de Francesc Boix, el fotógrafo del horror y prólogo del escritor Javier Cercas. El autor de Soldados de Salamina convirtió a Bermejo en uno de los personajes de su última novela real, El impostor, rigurosa radiografía del falso deportado Marco y auténtico ejercicio de reivindicación de la profesionalidad de Bermejo. Para quienes no tengan la oportunidad de visitar en Barcelona la amplia exposición dedicada a Boix, el libro puede servir como inspiradora fuente de documentación sobre la historia, la vida, la valentía y el compromiso de un hombre que empuñó su cámara fotográfica y su coraje al servicio de sus ideales sociales, políticos, vitales.

     Francesc Boix (Barcelona, 1920-París, 1951) permaneció durante casi cinco años encerrado en Mauthausen. Fue uno de los cerca de 200.000 prisioneros, de muy dispar procedencia geográfica, recluidos en el campo de concentración. Y también uno de los cerca de 100.000 supervivientes, aunque fuera tan sólo unos años. Boix fue uno de los 7.200 republicanos españoles internados en el campo, de los cuales 4.761 no salieron con vida. Era un Spaniaker, título que eligió para titular unas memorias que no se han conservado. Spaniaker era el término despectivo aplicado por los SS y los presos comunes del campo para referirse a los españoles. Pero su condición de fotógrafo le sirvió para ocuparse de un destino relativamente cómodo, comparado con el de muchos de sus pares: el Servicio Fotográfico. El llamado Erkennungsdienst, del cual Boix sería nombrado secretario entre 1941 y 1945, tenía por misión la de realizar retratos policiales de identificación de los presos. Además, documentaba la indigna actividad que se llevaba a cabo al abrigo de las espinosas alambradas que lo delimitaban y testimoniaba su día a día. Alertados por la posibilidad de verse comprometidos por las fotografías ante una posible liberación del campo, los responsables de Mauthausen decidieron destruirlas.

      Pero Boix se ocupó de sacar estas fotografías del campo a través de un grupo de deportados que lo abandonaba a diario para servir como mano de obra gratuita. Una corajuda lugareña llamada Anna Pointner los guardó hasta la liberación del campo. Boix declaró haber salvado cerca de 20.000 fotografías. Sólo se conocen 1.000. El fotógrafo fue llamado a declarar en los juicios de Nuremberg y Dachau por crímenes de guerra. Su testimonio fue clave para imputar a algunos de los responsables de la macabra maquinaria de Mauthausen y la laberíntica trama de campos asociados.  

     La exposición organizada ahora en Barcelona sirve a modo de amplio homenaje a Boix. Y también ofrece una panorámica completa del hombre más allá de la gesta del héroe, del profesional y del apasionado por el arte fotográfico. Francesc Boix fue un devoto de la fotografía durante toda su vida, y ésa es la dimensión real que ofrece la muestra barcelonesa. Desde sus inicios en las publicaciones comunista de la época, como la revista Juliol, el testimonio gráfico de la Guerra Civil vista desde la primera línea del frente (30ª división del ejército republicano), su exilio en Francia, su paso por los campos de refugiados y, tras su paso por Mauthausen, la vida de los exiliados comunistas en Francia, que cubrió para diferentes medios de comunicación para publicaciones tan prestigiosas como L’Humanité, órgano del Partido Comunista Francés. Pero sin duda las fotografías de factura propia que le dieron más notoriedad fueron las de la liberación del campo, el 5 de mayo de 1945. En especial, la que muestra una gran pancarta en diferentes idiomas realizada por los republicanos españoles para recibir a las tropas de la liberación. Y también la serie del interrogatorio del moribundo y sanguinario comandante del campo, el coronel Franz Ziereis, herido tras ser capturado el 23 de mayo de 1945.

     Las fotografías reunidas en la exposición, tanto las realizadas por Boix como las que él ayudó a preservar, son un mordisco atroz en los intestinos de cualquier espectador mínimamente sensible. Lo son en muchos caso no por lo que enseñan, sino porque funcionan como una puerta abierta, una invitación a imaginar por uno mismo cómo debió de ser el tormento de todas y cada una de las personas privadas de su condición de ser humano en los campos de concentración. Cómo fueron capaces de ceder el paso al instinto primitivo por conservar la vida a pesar de las atrocidades sufridas.

     Hay, sin embargo, un paréntesis reservado para el testimonio directo sin paños calientes. Entre los materiales complementarios de la exposición se incluye la proyección del documental de Alain Resnais Nuit et bruillard (1955), que combina imágenes de archivo, en blanco y negro, con otras de la época, en color, y suponen una espantosa inmersión en la brutalidad de los campos. Como un macabro ejercicio de arte por acumulación, el documental repasa los despojos al por mayor de las víctimas de los campos. Llanuras infinitas de cabellos listos para su conversión en tejido. Pilas de relojes, gafas, zapatos, ya innecesarios para sus legítimos propietarios. Montañas de cadáveres esqueléticos apilados con excavadora. Toneladas de huesos humanos, excrementos codiciosamente acumulados para su uso como fertilizante. El documental de Resnais, incluido como material complementario a la exposición sobre Boix, cobra un inesperado protagonismo. Las esculturas de Giacometti son ahora esqueletos en movimiento, y cuando dejen de moverse se convertirán en trozos de materia inanimada agrupada por categorías. Calaveras. Troncos. Extremidades. Materia con la que intentar hacer jabón o fertilizantes.

     Esta mañana, las salas del museo están prácticamente vacías de visitantes. Apenas nadie con quien compartir la congoja que se encarama inevitablemente a la garganta tras la visión del documental. 70 años desde la liberación del campo. Qué lejos queda la fecha y, sin embargo, qué próxima aparece mediante las fotografías de Boix, con el audiovisual firmado por Resnais. Por suerte, una luz se abre en medio de la oscuridad, de la negrura auténtica en la sala y de la desazón del alma tras el cara a cara con la aberración humana. En las dependencias contiguas, una exposición complementaria muestra la cara B, la dimensión solidaria: el modo en que algunos miles de judíos consiguieron librarse de la barbarie a través de los Pirineos. Los testimonios reales de quienes driblaron a la muerte gracias a la ayuda lograda en territorio español permite reconciliarse con uno mismo y con la especie. Y devuelve al visitante el mínimo de dignidad necesaria para salir de nuevo a la calle y agradecer que la vida siga, aunque la náusea que se instaló hace un rato en la boca del estómago aún tardará unas horas en apaciguarse.

 

La exposición Más allá de Mauthausen. Francesc Boix, fotógrafo, se puede visitar en el Museu d'Història de Catalunya de Barcelona hasta el 18 de octubre.

De arriba abajo, preso asesinado en Mauthausen (1941-1942); presos levantando un muro en Mauthausen (1942-1943); Francesc Boix leyendo durante los días en que prestó declaración en Núremberg (28 y 29 de enero de 1946); interrogatorio a Franz Ziereis después de su captura en el campo de Mauthausen el 23 de mayo de 1945; miembros de las SS en Mauthausen en 1942.

Todas estas fotos proceden del fondo de la Amical de Mauthausen. Agradecemos al Museu d'Història su cesión para este artículo.