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La Marcha

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Quizá en el origen de la expedición estuvo la mirada inquisitiva de Ana Pastor, y su ejercicio de hipnosis denigrante. En aquella ocasión, el siempre solvente Pablo Iglesias apenas escapó vivo de los empujones verbales, las interrupciones, las hemerotecas rescatadas sibilinamente y los vídeos de bolivarismo snuff. Esa especie de tercer grado en prime time, genuino catch periodístico, volvió más huraño a Pablo, más precavido. Se retiró a sus cuarteles de invierno, desapareció como Superman II. Se agazapó en su trinchera de silencio. Repensó sus estrategias. Quizá alguien le oyera murmurar, como a Túpac Katari, aquello de “volveré y seré millones”.

Desde entonces, los medios se han dividido entre sponsors y calumniadores, entre el patrocinio y la némesis. Han surgido indicios de no muy claros tejemanejes administrativos, fiscales y curriculares, que han sido contestados con contundencia o nebulosidad. Hay quien afirma que en la república popular de impronta albanesa que nos aguarda, los varones serán obligados a vestirse con chalecos negros y camisas de cuello mao, en plan impersonators norcoreanos de Monedero. Otros dicen que Errejón le robaba el bollo a sus compañeros del colegio en el recreo. Algunos dicen que Pablo devuelve las cintas de VHS sin rebobinar al videoclub. Hay también insinuaciones más serias, que son recusadas o despachadas con un sumario “y tú más”. Una atmósfera de navajas más cómica que cruenta, en serio.

El caso es que los de Podemos decidieron optar por lo que los articulistas llaman “una demostración de fuerza”, y convocar una marcha. A mí me gusta la poesía del término ‘marcha’ por encima del más estático ‘manifestación’. Una marcha siempre es vagamente evocadora, pese a que se haya corrompido por aquellas otras (la Marcha Verde o la Marcha sobre Roma o la Larga Marcha) de oscuro signo. Salir de marcha, ¿qué marcha me llevas?, tener marcha... La marcha es algo que pasa, que no ha tenido el pésimo gusto del detenimiento. 

Esto invocaba una paradoja, pues el partido de las redes sociales, de la coyuntura digital, del retweet, se decantaba aquí por el plano físico, interpersonal. Una vuelta a los orígenes del 15M con sus plazas, pero habiendo pasado del “no nos representan” a estar todos bien representaditos. No hace mucho decía Carolina Bescansa, secretaria de Análisis Político y Social de la formación, que “hay un Podemos para ganar y otro para protestar”, aludiendo, por un lado, a la cúpula tertuliana que organiza un partido con vistas a la consecución del poder y, por otro, a unos elementos más volcados al campo de la protesta social y menos hábiles para instrumentar una maquinaria electoral con posibilidades de victoria. Me temo que el terreno de compromiso donde dirimir estas diferencias será inestable, y que este conflicto teñirá el provenir de Podemos en el futuro. Aspecto crítico en un partido sin cuadros, debido a su corta singladura… y sin bases. IU está severamente dañada, y dentro sospechan que buena parte de sus cuadros están siendo tentados con futuros cargos para que abandonen la coalición y se integren en un Podemos pobremente implantado en buena parte de España.

Así que tanto como millones, no, pero un centenar de miles –según las estimaciones de la Policía– acudieron a la Marcha del Cambio que Pablo había convocado. Ese “cambio” ya encierra para algunos un parecido inquietante con aquel otro con que el PSOE engatusó a la sociedad española en el 82 (“Por el cambio”). Lo cierto es que, en lo que va de segunda restauración borbónica, los únicos políticos a los que se ha llamado por su nombre han sido Felipe y Pablo (el resto fueron despachados por sus apellidos, como en las listas escolares de alumnos). Esto ya señala el impacto carismático de ambos fenómenos.

Así que allí fuimos, con un frío de los que te rastrillan los huesos. Al frente, la pancarta hacía hincapié en que “ES AHORA”. Es decir, un adverbio, antes que un sustantivo. Más prisa que meollo. Estamos ya en un plano de urgencia, que quizá la situación reclama, pero no le falta razón a un redactor de esta casa cuando señala la velocidad como impronta de estos tiempos apresurados. Ahora o nunca.

Mucha gente mayor, cincuentones politizados que nunca dejaron de estarlo, legiones de tercera edad (mucho más frescos y en mejor forma que los esporádicos y significativos treintañeros), y millennials saliendo —o no— del letargo político. O eso al menos me pareció a mí, aunque los asiduos a las asambleas señalan también el mayor peso estadístico en la asistencia de abueletes y jovencitos. “You may say I’m a dreamer”, reza una pequeña pancarta. Y precisamente de sueños hablará repetidamente después Pablo Iglesias desde el escenario montado en la Puerta del Sol, emulando a Martin Luther King en las escalinatas del monumento a Lincoln durante la Marcha en Washington de 1963. Más que una praxis jesuítica de tipo leninista, o de la dialéctica histórica, estamos inmersos de lleno en un onirismo de fábula. Alguien llama hijo de puta a Mariano y otro contesta que lo son todos, “también los socialistas y comunistas”. Quizá sea verdad que esto tiene un signo transversal, y que una porción nada desdeñable de votantes del PP simpatiza con este empuje de los de abajo contra los de arriba. Banderas griegas, republicanas, de Syriza, del Parti de Gauche francés. El rojo mudado en violeta. El eslogan de combate es “tic tac, tic tac”, alusión a ese cachondo ultimátum con que Pablo ha amonestado a Rajoy hace unos días. Mucha futbolización, mucho “a por ellos oé, a por ellos oé”. Pero sobre todo, “sí se puede”. Y quien no se lo crea del todo, tiene el cabreo como recurso para terminar de decantarse por Pablo.

Así se desemboca en la misa roja de Sol. Si Pablo tiene la “palabra siempre amable sazonada con sal” de las epístolas de San Pablo (otro fundador de iglesias), Monedero es pura arenga poética histérica, puro grito. Recita a Lorca en mangas de camisa, después a León Felipe. El anticlímax es total. La retórica de Pablo gana los músculos cardiacos del personal. “Vamos a ganar las elecciones al PP”. Ese tú a tú es altísimamente cimarrón. Rememora la carga de los mamelucos en la misma Puerta del Sol desde la que toma la palabra. Habla de patria sin que uno se sonroje. El pueblo tiene ya los pelos como pértigas. “El viento del cambio empieza a soplar en Europa”. La retórica es mitinera, pero calienta. Y funciona. Aunque no haya Indas ni Marhuendas para ponérselo más fácil.