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Magia

Sacudiendo tus venas como un relámpago
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La magia es un tema que no debe ser mencionado  en según qué círculos, o, pensándolo mejor, en ningún círculo en absoluto. Sacar el tema dejará la conversación más muerta que Houdini y convocará inmediatamente un silencio incómodo, condescendiente, empañado en miedo, como si de repente se confesase debilidad por el incesto o por la danza Morris, prácticas perfectamente aceptables en los tiempos medievales pero sin las cuales, según la ciencia moderna y el sentido común, estamos mejor.

Esto es particularmente cierto en nuestros días, en los que la ciencia y el racionalismo que sacaron a nuestra especie del fango de la ignorancia y la pestilencia luchan por sobrevivir contra una horda de meapilas y tarados que piensan que el planeta fue ensamblado en siete días como un mueble de IKEA, hace tan sólo seis mil años, por alguna clase de deidad volcánica venida a más a la que no le habría ido mal un curso de gestión de ira, y que de paso dejó plantados varios fósiles de millones de años de antigüedad para poner a prueba la fe de los paleontólogos del siglo XIX. No es sólo el darwinismo lo que corre peligro: la propia Razón vive amenazada, junto con todo el avance de la ciencia desde Galileo hasta el momento presente. Dado el riesgo, parece contraproducente prestar la más mínima atención a la magia. Sería como remover más unas aguas ya turbulentas de por sí para rescatar una idea que los dos bandos de esta encarnizada discusión menosprecian.

Y sin embargo, ¿qué pasaría si en la chistera sin fondo de las ideas mágicas hubiese una manera de resolver esta disputa? ¿Una visión del mundo arcana y desechada, lo bastante amplia como para tender puentes entre dos realidades tan aparentemente irreconciliables como la científica y la espiritual? Después de todo, la magia es más antigua que la ciencia y la religión, y desde muchos puntos de vista estas son incluso sus descendientes, siendo la segunda un conjunto de mitos y rituales tribales con una base más formal, mientras que la primera apoya sus cimientos en los estudios herméticos y la alquimia. ¿Quién mejor para resolver una pelea entre los niños que mamá o papá?

Cartel anunciador de un espectáculo del mago Harry Kellar (1849-1922)

Así que tiene lógica el preguntarse, si la magia es tan importante tanto histórica como potencialmente, ¿qué es la magia? Aunque sea una pregunta bastante directa, esta ofrecerá una variedad muy amplia de respuestas en función de a quién se le formule. Un niño de cinco años te dirá convencido que la magia es lo que hacen una bruja o un mago hacen cuando lanzan hechizos o vuelan bajo la luz de la luna en Halloween. Un fundamentalista cristiano te dirá más o menos lo mismo, pero haciendo énfasis en las orgías satánicas y el fuego eterno, mientras que un científico racionalista te describirá la magia como un sistema de creencias que se ha beneficiado de la proverbial ignorancia humana sobre el funcionamiento del mundo y de cómo este la aprovecha para justificar un sinfín de engaños, tiranías y atrocidades, casi desde que el mundo es mundo. Seguro que hay más de una pizca de verdad en estas opiniones, pero si de verdad queremos entender el tema en sus propios términos antes de descartarlo sin más, entonces debemos, antes de consultar a fuentes externas, preguntar a la propia magia cómo se ha definido a sí misma.

Esta pregunta admitirá tantas respuestas como filosofías mágicas han existido durante unos cuantos miles de años, pero tomemos una definición bastante versátil que nos da Aleister Crowley, mago del siglo XX autodenominado Gran Bestia. Él veía la magia como el acto de favorecer cambios en la realidad en base a la propia Voluntad. Voluntad va con mayúscula deliberadamente, para representar las acciones e intenciones del más alto yo, nuestra parte más sabia y más noble, la parte que nos vigila y nos dice que mear contra una valla electrificada no es muy buena idea. De esta manera se marca una clara distinción entre nuestra Voluntad y nuestros deseos, caprichos e impulsos. Correr enloquecido por nuestro lugar de trabajo o nuestra escuela blandiendo una espada samurái o un AK-47 traería seguro muchos cambios en la realidad, tanto para nosotros como para nuestras víctimas, pero serían cambios que sólo apreciaría un pirado psicosocial obsesionado consigo mismo. Esto iría en contra del principal asunto sobre el que versa la magia, que es conectar al individuo con su más alto yo y transformarle por tanto en alguien más equilibrado y poderoso, capaz de manejar las corrientes que determinan su vida y las circunstancias que le rodean; alguien a quien los planes le salen bien y para quien las dificultades se evaporan como por arte de magia.

Retrato alegórico de Niccolò Paganini de autor desconocido

Con lo bien que esto suena, si todo lo que rodea a la magia es tan sólo una especie de programa de autoayuda New Age, entonces, ¿por qué tanto alboroto? ¿Dónde están los demonios conjurados en pentáculos y todos los poderes sobrenaturales, lo de volar con escobas y tal? ¿Incluyen estos "cambios en la realidad" cambios en las leyes de la física, como los que atañen a la ley de la gravedad? La respuesta a esta pregunta, de manera bastante obvia, sería "no". ¿Significa eso que todas esas afirmaciones que se hacen en el nombre de la magia no son más que un collage de locuras, fantasía, fraudes y malentendidos? Dado que decir esto sería igual que descartar las bases de la ciencia y la cultura modernas, la respuesta debería ser, una vez más, negativa. Esto nos deja en una aparente contradicción. ¿Estamos diciendo que la magia es irreal, o real? ¿O estamos diciendo que es las dos cosas a la vez? La solución a este enigma nos ofrece una clave vital para entender la magia, pero antes de que podamos desbloquearla debemos establecer nuestros términos de referencia. Antes de decidir si la magia es real, irreal, o se encuentra a medio camino entre ambas primero debemos dejar claro lo que entendemos como realidad.

Lo primero que debemos decir claramente sobre la realidad es que desde la perspectiva humana no estamos capacitados para experimentarla directamente. Existen fotones que bombardean nuestras retinas.

Existen vibraciones en nuestro oído interno, en nuestros tímpanos. Los cilios de nuestras fosas nasales y las papilas de nuestra lengua transmiten información química de todo lo relacionado con el olfato y el gusto, mientras que señales eléctricas que recorren nuestro sistema nervioso nos hacen diferenciar si estamos tocando seda o papel de lija. Minuto a minuto, de algún modo vamos componiendo todas estas señales en forma de un inmenso y cambiante tapiz al que llamamos realidad. No lo es: son nuestras impresiones sensoriales de la realidad, siendo imposible una impresión directa de la propia cosa. Efectivamente, en la práctica, la realidad está en nuestras cabezas.

El pez de oro, de Paul Klee (1925)

Lo segundo que podemos decir sobre la realidad humana es que perpetuamente parecemos estar experimentando dos clases muy diferentes de esta elusiva cualidad o sustancia. En primer lugar, está el mundo material, con sus inamovibles leyes químicas, biológicas o físicas con las que lidia nuestro cuerpo mortal. Intentando comprender la realidad material, nuestra consciencia humana ha desarrollado una exquisita y precisa herramienta llamada ciencia, mediante la cual podemos medir, estudiar y quizás eventualmente entender la mayor parte del cosmos que nos rodea. Luego, en segundo lugar, tenemos el mundo inmaterial, en el que parecen estar suspendidas nuestras mentes, la cambiante e inabarcable realidad de la propia consciencia humana... que, como hemos dicho anteriormente, es la única realidad que conoceremos nunca de manera directa. Esta realidad "interior" es absolutamente impenetrable al escrutinio del método científico, que requiere pruebas empíricas y fenómenos que puedan ser reproducidos en condiciones de laboratorio, excluyendo por tanto pensamientos, emociones y el resto de nuestro paisaje interior. Es irónico, pero el único punto ciego de nuestro entendimiento científico del mundo es la propia consciencia, el mismo lugar desde el que surgió la propia ciencia.

La incapacidad de la ciencia para manejar la consciencia (o incluso para probar que existe) nos presenta el problema de que si queremos saber cómo funcionan nuestras mentes para, por ejemplo, impedir que caigan enfermas, o incluso para mejorarlas, del mismo modo que hacemos con nuestro cuerpo físico, no tenmos a nadie a quién dirigirnos. La consciencia, por supuesto, presenta también un pertinaz bloqueo para la propia ciencia. La ciencia puede colgarse medallas, y muy justificadas, a propósito de incontables investigaciones sobre nuestra existencia a lo largo de los siglos, pero uno sospecha que siendo la consciencia probablemente el más extraordinario, extraño y precioso elemento del universo, el fracaso de la ciencia para dar una explicación sobre la misma debe de resultar irritante.

Fausto en su estudio, Rembrandt (1652)


Desde el punto de vista de la ciencia, la consciencia es lo que se ha venido a llamar "el fantasma en la máquina": un espectro esquivo y vaporoso que es inexplicable y que por tanto desmonta nuestro, por otro lado, completo y preciso esquema de las cosas. Este vacío en el entendimiento científico es tan frustrante que algunas áreas de la ciencia se han empeñado en darle carpetazo afirmando que la consciencia no existe, que es alguna clase de alucinación causada por ciertas glándulas, sustancias químicas, por algo que la ciencia es capaz de medir, a pesar del hecho de que esto choque directamente con la experiencia humana. También nos describe un modelo de nuestro funcionamiento interior que parece limitado, empobrecido y funcionalmente inútil, especialmente cuando nos enfocamos en cualquier línea de trabajo que precise de nuestra creatividad. ¿Cómo podríamos aspirar a las cotas literarias de Shakespeare o al talento musical de J. S. Bach si reducimos toda esta actividad mental a un simple pedo de la glándula pineal? Sería necesario describir un modelo de autoconsciencia algo más rico y útil, quizás basado en ideas más flexibles sobre qué es lo que constituye la realidad.

Por ejemplo, ¿qué pasaría si en lugar de negar la realidad de la consciencia, simplemente por el hecho de que parece manifestarse fuera de los parámetros de la ciencia, considerásemos que tanto los fenómenos físicos como los mentales son reales, aunque de un modo diferente? Si aceptásemos que todas las criaturas pensantes son anfibias, en el sentido de que su vida transcurre en dos mundos a la vez; si aceptásemos que el mundo invisible de la mente fuese tan real a su manera como la tierra que pisamos, ¿no daríamos acaso con un nuevo punto de vista sobre nuestra consciencia, y quizás hasta con nuevas maneras de interactuar con nuestras propias mentes de un modo más productivo, fructífero y, francamente, más sugerente?

La idea de que vivimos entre dos mundos, el material y el inmaterial, requiere un análisis que, todo sea dicho, no puede ser de carácter científico, ya que como hemos explicado antes, la consciencia y la ciencia van tan de la mano como la leche y el uranio. ¿Existe, por tanto, alguna prueba de la realidad de estos dos planos?

Fundamentos espirituales para la prosperidad de la agricultura, dibujo en pizarra de Rudolf Steiner (14/06/1924) conservado en el archivo Rudolf Steiner de Dornach

Bien, se podría especular que la prueba definitiva de la existencia de estas dos realidades sería, como reza el refrán, tan evidente como la polla de Lady Gaga: está el mundo en el que las cosas físicas existen, como, pongamos, una silla; y luego está el otro mundo, el inmaterial, en el que lo que existe es la idea de una silla. Mirándolo con detenimiento, parece evidente que la idea de una silla debe venir antes de que la propia silla exista. Esto es cierto con todo lo que nos rodea que haya sido fabricado e ideado por el hombre, nuestra ropa, nuestras casas, nuestras cancioncillas publicitarias y el lenguaje en el que las cantamos; todo empezó como una idea en la mente de alguien, en su consciencia. Mirado de este modo, lejos de ser irreal, el mundo de la consciencia es la base sólida sobre la que se levanta la mayor parte del mundo material. Además, parece obvio tener que apuntar que las ideas son mucho más pertinaces y duraderas que su manifestación material. Si por ejemplo, cada silla sólida desapareciese repentinamente de la faz de la tierra (y no, no sé cómo podría suceder algo así, salvo quizás en algún episodio de Dr. Who en el que existiese una variedad de monstruos mucosos para los que "nuestras sillas terráqueas son alguna clase de droga"), entonces, mientras la idea de las sillas siguiese con nosotros, tampoco se trataría de un gran drama. Las ideas son inmortales, al menos tanto como la cultura que las genera, mientras que los objetos, monumentos e incluso imperios que estas ideas inspiraron son efímeros en comparación. Visto así, ¿cuál de nuestros dos mundos parece menos frágil y más importante, incluso más real?

Bajo esta luz, es posible que empecemos a ver cómo algunas de las afirmaciones más extraordinarias hechas en nombre de la magia pueden llegar a tener una base más firme en la realidad, aunque no sea la realidad física y material a la que hacemos referencia habitualmente con ese término. Es posible que empecemos a entender que decir que la magia sólo sucede en la mente o en la imaginación es potencialmente algo muy diferente a decir que la magia no es real. De hecho, si podemos aceptar que el medio insustancial en el que habita nuestra mente es tan real como el que habitan nuestros cuerpos, nuestros muebles y nuestras tarjetas de Rasca-y-Gana, entonces podemos como mínimo intentar explorar ese mundo inmaterial y determinar sus propiedades, del mismo modo en que nuestra especie ha explorado con rigor y éxito el otro reino que nuestra raza anfibia habita, donde reina la materia. Incluso si consideramos metafóricamente que la consciencia existe en un mundo o paisaje, estamos abriendo un melón de tamaño familiar de nuevas posibilidades para actuar de un modo útil e interesante sobre nuestras propias consciencias.

¿Cómo sería un territorio puramente cerebral comparado con nuestro familiar territorio físico, y qué extrañas leyes lo gobernarían? Las leyes de la distancia y el espacio, por ejemplo, serían diferentes en un mundo hecho de ideas y no de suciedad y rocas: Land´s End y John O´Groats (los dos extremos geográficos de la isla de Gran Bretaña), célebres por estar muy alejados el uno del otro en el mundo material, se suelen pronunciar en la misma frase y por tanto están el uno junto al otro en términos conceptuales, de modo que serían lugares vecinos en la peculiar geografía de la consciencia. De la misma manera, las leyes del tiempo podrían ser perfectamente diferentes, dado que parece resultarnos bastante fácil viajar de un recuerdo pasado a un proyecto de futuro en nuestra memoria o imaginación, de un modo que nos resultaría imposible en el mundo material.

Fotograma de Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986)

Quizás la pregunta más intrigante que nos podemos hacer respecto a este mundo de la mente sobre el que especulamos sería si cada uno tenemos nuestro mundo mental privado y estanco, o si, por el contrario, este sería algo más parecido a cómo son las cosas en la realidad física, donde cada uno de nosotros tiene su espacio privado... nuestra casa o habitación... pero a la vez tenemos la habilidad de aventurarnos en un mundo más allá de nuestra puerta, accesible para todos, donde podemos encontrarnos con otras personas e interactuar con ellas. Si el espacio de las ideas fuese un lugar común para todos nosotros, esto podría explicar esas situaciones de conocimiento a distancia o telepatía. Podría incluso responder a la pregunta más habitual que se le suele hacer a las personas creativas: ¿de dónde sacas las ideas?

Si la consciencia fuese un medio ambiente común y las ideas fuesen elementos físicos de ese paisaje... como guijarros o formaciones rocosas peculiares, digamos, dependiendo de su tamaño e importancia... entonces tendríamos que suponer que ya que todo el mundo tiene ideas, tanto buenas como malas, entonces toda la gente estaría siempre conectada a este mundo inmaterial de conceptos, tanto si se es consciente de ello como si no. Algunas ideas, como la de poner la tetera a funcionar y hacerse un té, son lugares comunes y podrían ser como granos de arena en una playa, en el sentido de que están por todas partes, son poco valiosas y están al alcance de cualquiera sin el más mínimo esfuerzo. Las ideas genuinamente originales son mucho menos habituales, y requerirán de un viaje mental y mucho más trabajo para localizarlas, pareciéndose más a una especie desconocida o a una ciudad azteca perdida que un grano de arena. Esta es quizás la razón por la que las nuevas ideas suelen ser encontradas por artistas, filósofos o científicos; gente creativa que está luchando por establecer una relación exploratoria mucho más profunda de  su propia consciencia. Puede resultar extraño pensar en la consciencia como un paisaje y en las ideas como monumentos del mismo, como formaciones rocosas curiosas con las que topamos en nuestros viajes mentales, pero si este fuera el caso se explicarían entonces coincidencias tan poco probables como la invención de la máquina de vapor de James Watts en el exacto mismo momento en que otros individuos inventaban lo mismo, teniendo la misma idea justo a la vez.

Por supuesto, hasta ahora sólo estamos considerando el reino de lo mental en términos geográficos. Sin embargo, cuando zarpamos por primera vez a explorar nuestra realidad física aprendimos que muchos otros lugares del mundo material estaban ya habitados por diferentes clases de personas, animales insospechados y vegetación poco familiar. Podríamos tener esto en cuenta a la hora de considerar la biología potencial de nuestro paisaje de la consciencia, su fauna y su flora. Viajando por los confines de la mente, ¿con qué otras formas de vida nos podríamos topar?

Fotograma de El sueño de una noche de verano, de William Dieterle y Max Reinhardt (1935)

Claro, si se trata de un espacio accesible por todos, sería posible esperar un encuentro con otras mentes humanas que estuvieran viajando por el mismo territorio de la consciencia, como se ha sugerido antes respecto a los supuestos casos de telepatía. Más aún, si se trata de un espacio en el que el tiempo no existe, podría ser concebible el encuentro con mentes que desde nuestro punto de vista pertenecerían al pasado o al futuro, lo que podría explicar los fenómenos de fantasmas de otros tiempos o visiones proféticas de eventos aún por ocurrir.

Por otro lado estaría la asombrosa posibilidad de dar con formas de vida no humanas, nativas del meta-territorio inmaterial que estamos describiendo, criaturas hechas de la materia insustancial de los pensamientos de la misma manera que nuestras formas físicas están hechas de carne y hueso, ideas que habrían evolucionado hasta un nivel de complejidad suficiente como para al menos aparentar vida, inteligencia e independencia. Ideas vivas: una noción en la que sin duda hay espacio suficiente para acomodar a todos los demonios, ángeles, dioses, alienígenas grises, pitufos o leprechauns, todas las criaturas imaginarias a las que los humanos hemos concedido existencia desde los orígenes de nuestra especie, mucho antes de desarrollar esta visión racional y materialista del mundo que nos dice que lo que experimentamos en nuestras mentes no es legítimamente real.

En nuestra prehistoria, antes siquiera de que existiese el concepto de la mente, habríamos experimentado la realidad presumiblemente como un todo unitario, incapaces de separar mente y cuerpo; entre la realidad interior y exterior. Podría parecer natural, entonces, que en nuestros intentos de entender un universo inabarcable y a veces hostil durante la Edad de Piedra, investigásemos con denuedo los límites más lejanos de nuestro territorio, tanto en el mundo que nos rodeaba como en nuestro mundo interior. En estos intentos primitivos de establecer contacto con lo que acabaríamos denominando consciencia se dan los orígenes de la magia, y también, casualmente, los de la ciencia, el arte, la filosofía y de hecho los de casi toda la cultura contemporánea. Los primeros doctores-brujo del Paleolítico, o chamanes, o magos, desarrollaron pacientemente todo un rango de técnicas diferentes con las que esperaban interactuar de manera más profunda y productiva con el misterioso mundo que de algún modo existía dentro de ellos. Estudiando estas prácticas primordiales podemos tener una visión más clara del estado alterado de la consciencia que ellos creían necesario para practicar la magia, y quizás alcancemos un conocimiento más útil y profundo de lo que es la magia.

En nuestra comparación de las ideas de lugares comunes con granos de arena y de las ideas más especiales con elementos que requerirían mayor esfuerzo mental encontrar, parecemos estar sugiriendo que algunas personas estarían mejor preparadas para interactuar de un modo más enérgico y profundo con el mundo de la consciencia que otras. Esta interacción más profunda era la que buscaban nuestros brujos de la Edad de Piedra, o al menos es lo que cabría deducir dado que la mayoría de técnicas mágicas que conservamos parecen ser métodos de inducción de trance tanto para ellos mismos como para los observadores. Sus trajes de otros mundos, donde se encuentran los orígenes del cine y el teatro, estaban diseñados para arrastrar a su público hacia nuevas zonas de consciencia. Los cantos y los tambores rituales, donde se originó la música, todavía son conocidos por su capacidad para alterar nuestro estado hipnóticamente, y lo mismo se puede decir del baile, como afirmaría sin dudar cualquiera que esté enganchado a la escena rave.

Adoración del sol, de M.K. Ciurlionis (1909)

Por otro lado, y para seguir con la cultura rave, existen toda clase de drogas psicodélicas que se asocian a los chamanes, ya sean las preparaciones de Ayahuasca o Yagé usadas por los brujos de las selvas sudamericanas; o las Amanita Muscaria moteadas tan queridas por los chamanes de Laponia y los berserkers vikingos; o el mongui común, una seta psilocybina que podemos suponer como la fuente de estímulos visionarios más a mano para los doctores-brujo tanto de la antigua Europa como de las Islas Británicas. La cuestión es que tanto si hablamos de tambores como de meditación, bailes o drogas, estamos hablando de métodos que sólo son útiles como modos de penetrar el mundo interior, que podría tratarse de un mundo tan real e importante para los antiguos magos como el terreno físico que los rodeaba, si no más aún.

Todas estas divagaciones presentan una manera de comprensión racional del funcionamiento de la magia, al menos para el que la practica: a través de rituales, drogas, el sonido de los tambores o cualquier otra técnica para inducir estados alterados, el mago o chamán viaja más profundamente de lo que sería posible en otras circunstancias hacia el interior de nuestro sugerido reino de la consciencia. Moviéndose a través de este mundo pueden encontrarse con lo que podrían ser entidades inmateriales con las que se pueden comunicar, y de las que creen que pueden recabar información útil. En cierto modo, no importa si estas entidades son realmente etéreas, formas de vida independientes o sólo facetas de la mente humana y su personalidad a las que no podemos acceder normalmente a través de otros métodos. Tanto si nos estamos comunicando con un dios real o con una parte anteriormente inaccesible de nuestra consciencia, podría tratarse en ambos casos de algo igual de maravilloso y con igual potencial.

Mientras rastreamos la evolución de la magia desde sus orígenes en la Edad de Hielo, se nos recuerda constantemente que lo que la gente considera como las verdades literales de la magia no son sino malentendidos sobre procesos mentales internos puros. La imagen clásica de una bruja subida sobre una escoba volando en la noche hacia el Sabbat (o del mismo modo, Harry Potter jugando al Quidditch) nos da un ejemplo perfecto de esta aproximación demasiado literal. Por lo que sabemos sobre la brujería medieval, dos de los utensilios comunes entre los practicantes genuinos eran el "ungüento de vuelo" y el "arnés de vuelo".

En la preparación de este ungüento, se mezclaban con grasa una variedad de vegetales comunes, incluyendo beleño negro, belladona, estramonio (todos ellos psicodélicos en determinadas cantidades, u horriblemente venenosos en otras), junto con drogas soporíferas como la raíz de mandrágora (de los que se derivan sedantes modernos como el Mandrax), para hacer dormir al consumidor. Esta combinación nos haría pensar que el estado de sueño inducido distaría de considerarse normal.

Esto nos lleva al llamado "arnés de vuelo", un ingenio hecho de cintas de cuero con el que el portador podía colgarse cómodamente del techo de una cabaña, en temperatura corporal constante y en total oscuridad, embozado para eliminar todo ruido exterior. Esto sería una versión de la anulación de los sentidos o el tanque de flotación de hoy en día, con la presunta bruja colgando en silencio en la oscuridad, ni con mucho calor ni con mucho frío, sintiéndose fuera de su cuerpo y vagando en su propia consciencia. En este momento era cuando se administraba el ungüento sobre las membranas mucosas, de modo que el cuerpo absorbería rápidamente esta mezcla de drogas psicodélicas y pociones del sueño.

No quiero pecar de falta de delicadeza, pero las membranas mucosas más accesibles y absorbentes del cuerpo humano son las que se encuentran en la vagina o el ano. Así es como funcionan los supositorios, al fin y al cabo. En el caso del ungüento de vuelo, se aplicaría a la bruja suspendida con el aplicador que estuviese más a mano, como, pongamos, una escoba. Cuando el ungüento empezaba a surtir efecto, la bruja era propulsada a un vuelo psicodélico ultracorpóreo a través del mundo de la imaginación, un vuelo que sólo tenía lugar en la mente del practicante (aunque, como venimos diciendo, esto no es necesariamente lo mismo que decir que el vuelo no es real). No es difícil entender entonces cómo todo lo anterior puede ser malinterpretado y acabar dando lugar a la imagen característica de una vieja surcando la oscuridad con una escoba entre las piernas. Y mejor no pensemos en Harry Potter preparándose para un partido en los vestuarios.

John Dee hace un experimento delante de la reina Isabel I, por Henry Gillard Glindoni (1852-1913). © Wellcome Library

Conforme a lo largo de los siglos la magia se iba volviendo más y más sofisticada en sus prácticas y teorías, seguimos viendo las mismas técnicas de inducción al trance y cómo estas se siguen desarrollando enteramente en el paisaje interior de la mente. Durante el siglo XVI, el alquimista oficial de la reina Isabel era el asombroso Dr. John Dee, consejero, científico y astrólogo, un hombre cuyas habilidades con las matemáticas, la navegación o la encriptación fueron la base del Imperio Británico (un concepto que inventó el propio Dee), y que sin embargo era un devoto de las comunicaciones a través de médiums, cristales negros, o bolas de cristal, con entidades misteriosas a las que describía como ángeles.

Sus angelicales invocaciones cantadas en un idioma canalizado o inventado llamado enoquiano, funcionan del mismo modo que los cantos funcionaban para los magos prehistóricos, permitiendo al practicante pasar a un estado de trance durante el cual se vuelve receptivo a visiones imaginadas en las borrosas profundidades de una bola de cristal, usada aquí como una pantalla en blanco sobre la que las visiones internas del observador se proyectan, como imágenes posibles danzando sobre las brasas de un fuego moribundo. A pesar de que todos estos vuelos sobre escobas inducidos por las drogas o estas conversaciones angelicales en bolas de cristal sólo pueden ser percibidas por la ciencia como ilusiones baratas, ¿podemos desdeñar tan fácilmente las ideas de una gran mente como la del Dr. Dee, un hombre sin cuyo trabajo científico nunca hubiese sido posible el de su colega alquimista Sir Isaac Newton?

Ilustración de Isaac Newton para una edición francesa de Optiks, coloreada por Dr. Newsome (mifami.org)

Es cierto que en ocasiones las grandes mentes también dicen o hacen cosas estúpidas o mal orientadas, e incluso un escéptico de mente abierta con ganas de aceptar el que nuestra teoría del espacio mental pudiese encerrar algo de verdad podría llegar a preguntarse si existe realmente algún uso práctico para estos ejercicios imaginarios. Después de todo, al margen del posible valor terapéutico, ¿qué sentido tiene hablar con alucinaciones? Por definición son elementos irreales y por tanto no nos pueden proveer de información real. Este es un buen argumento y, superficialmente, bastante persuasivo. Sin embargo, esquiva el hecho de que la propia ciencia no tiene ni idea de dónde viene gran parte del conocimiento humano. El debate aún sigue abierto en temas como de qué manera llegamos al concepto más fundamental de nuestro pensamiento, que es el lenguaje. Y con las matemáticas, que resultan ser un sistema perfecto que nos permite examinar nuestro universo, tampoco tenemos aún  una explicación satisfactoria sobre cómo llegamos a ellas. Obviamente, esto no demuestra que unos espíritus inmateriales nos regalaron las matemáticas o el lenguaje, pero tampoco prueba que no lo hicieran.

Consideremos el caso específico de una pequeña parcela de nuestro vasto arsenal de conocimientos médicos: el curare,  droga vegetal usada habitualmente en el mundo occidental porque sus propiedades paralizadoras son útiles en procesos quirúrgicos donde es importante que el paciente no se mueva. El curare es una de las muchas medicinas que hemos tomado prestadas de los remedios naturales usados por los nativos de las selvas sudamericanas, y en su excelente libro La serpiente cósmica: el ADN y los orígenes del conocimiento, el etno-botánico Jeremy Narby investiga sus orígenes. El curare, aplicado por estas tribus en la punta de sus dardos venenosos, paralizaría a un mono  hasta el punto de impedirle seguir trepando por las ramas, por lo que caería al suelo para ser recogido más fácilmente. Y aún mejor, la carne no quedaría estropeada por el veneno. Sin embargo, el curare es una droga compuesta, y los nativos de las selvas tropicales no manejan ni el concepto ni el método científicos.

Aun así, de algún modo se las arreglaron para seleccionar las plantas específicas de entre los millones de especies diferentes que se pueden hallar en la selva tropical, y sabían lo suficiente como para hervirlas juntas y reducirlas a una pulpa sin aspirar los vapores de la mezcla, dulces pero instantánemente letales. Además, de algún modo  también sabían que la mezcla resultante era inocua hasta ser inyectada más allá del tejido subcutáneo, justo por debajo de la piel, como podría resultar al ser lanzada con un dardo, por ejemplo.

Narby no se sentía satisfecho con tantos "de algún modo", y decidió preguntarles a los propios nativos de dónde habían sacado una información tan compleja. Su respuesta fue que ese conocimiento les fue impartido por su dios serpiente a través de los hombres sabios o doctores brujos, los ayahuasqueros, o "los hombres que beben ayahuasca".

Contactando con estos brujos y tomando parte en sus rituales alucinatorios, Narby experimentó un encuentro con dos inmensas serpientes parlantes fluorescentes, a quienes tomó por los dioses de los que le habían hablado los nativos. Entonces continuó especulando sobre si estos "dioses" podrían ser una suerte de icono o avatar proyectado por la doble hélice serpentina de nuestro ADN, como si el ADN fuera realmente una entidad consciente. Sea de este modo o no, el asunto es que una sustancia que usamos tan alegremente en nuestro mundo occidental racional y científico podría tener sus orígenes en procesos que están más allá de lo que la ciencia puede discutir. Sin una visión mágica del mundo, incluso si esa visión es un anatema para cualquier científico racionalista, tanto la ciencia como la medicina echarían en falta multitud de sus herramientas más importantes.

Portada del libro de Narby en la edición de Penguin

La noción de qué cosas de tremendo valor o utilidad pueden ser obtenidas de las entidades insustanciales que podemos encontrar en una bola de cristal, un episodio psicodélico o simplemente dando rienda suelta a nuestra imaginación nunca ha sido puesta en duda por innumerables practicantes de magia a lo largo de la historia. Durante el siglo XIX, hermandades mágicas bastante sofisticadas como la Orden del Amanecer Dorado hicieron mucho por organizar bastantes miles de años de diferentes teorías mágicas en forma de un sistema coherente. Mientras tanto, brillantes disidentes como el infame Aleister Crowley, o el inquietante artista y mago de Brixton Austin Osman Spare, iban manejando la idea de que quizás los mejores sistemas mágicos eran aquellos que descubrías o inventabas por ti mismo.

A la luz de lo expuesto más arriba, ¿dónde nos deja esto? Acosados por gobiernos cada vez más controladores e invasivos, con nuestro mundo material y nuestras economías desplomándose, ¿deberíamos estar siquiera discutiendo sobre magia? ¿No hará esto que Dios se ponga más furioso todavía?

Sin embargo, si como especie parecemos estar acercándonos al desagüe de nuestra existencia, igual no tenemos nada que perder por considerar otra visión posible del mundo, e incluso quizás tendríamos mucho que ganar. Una de las mayores ventajas del espacio mágico interno es que no puede ser invadido ni por la policía ni por el gobierno. En su medio ambiente de ideas, mucho más perdurable que el mundo físico que nos rodea, podría ser que encontrásemos soluciones a nuestros problemas ecológicos actuales... es bastante obvio que necesitamos encontrar nuevas ideas en algún sitio, después de todo... Y en lo que respecta a las dificultades económicas que atravesamos, la magia es un recurso enteramente gratuito y que no parece contaminante en absoluto.

Pero, incluso si aceptamos que la magia podría ser beneficiosa, ¿cómo debemos proceder? Bueno, quizás podríamos empezar echando un vistazo a los antiguos principios universales de la magia, que hemos venido describiendo, para encontrar la respuesta. Podría ser, por ejemplo, que para establecer contacto con el paisaje mágico de nuestra consciencia, necesitásemos algún medio para entrar en estado de trance. Podría tratarse de tambores rítmicos, cánticos, meditación o alguna droga psicodélica, dependiendo de los gustos de cada uno. Pero antes de vernos inmersos en nuestro trance preferido, tenemos que disponer de un método de control y dirección de la experiencia que buscamos. Aquí es donde entra el ritual mágico.

Vidriera con el Flautista de Hamelin, obra del taller Haskins de Rochester (NY) en 1924, instalada en una de las bibliotecas de la Universidad Baylor (TX)


El ritual mágico, que puede implicar multitud de elementos diferentes, puede verse como una manera de programar nuestras mentes para dirigirlas hacia el área de consciencia con la que pretendemos establecer contacto. Por ejemplo, si quisiéramos establecer contacto con una entidad simbólica como Mercurio, el dios romano de la magia y la comunicación, deberíamos decorar el espacio en el que pretendemos llevar a cabo el ritual con elementos asociados a este dios. Un buen libro de correspondencias mágicas como el 777 de Aleister Crowley puede suministrarnos unas tablas de asociaciones completas y muy útiles para cada entidad con la queramos contactar, pero en el caso específico de Mercurio encontrarás que, entre estas asociaciones, están el número ocho, el color naranja, la esencia de benjui, el hachís, el ópalo de fuego y otras cosas. Así que cuando se trate de disponer el espacio para el ritual de Mercurio, quizás quieras poner una tela naranja en el altar, con ocho velas iluminando el espacio, y algo de benjui en un incensario. Puede ser que quieras disponer una imagen del dios en cuestión en algún lugar central de la sala, ya sea una estatua, o una imagen recortada de una revista, o mejor aún, una que tú mismo hayas creado. El efecto combinado de todos estos elementos es crear un ambiente propicio para el esquema mental necesario en el tipo de experiencia mágica que deseas tener.

Algo de música no invasiva que se sume a la atmósfera podría complementar apropiadamente el ritual, y algún tipo de invocación acabaría de enfocarlo todo. Puede ser que encuentres alguna invocación ya existente para el Mercurio romano o su equivalente, el Hermes griego, pero una vez más es mejor escribir tu propia versión de la misma. La magia y las artes creativas tienen mucho más en común de lo que crees, y siendo Mercurio el dios de la escritura y la comunicación es lógico pensar que apreciaría todo esfuerzo creativo por el que hayas pasado. Escribe algo que sea tan lírico, poderoso y poético como puedas, algo tan bueno como para complacer a un dios (que es, después de todo, de lo que estamos hablando aquí). Cuando tengas todo preparado, será un buen momento para entrar en trance del modo que más desees, sentarte y esperar a ver qué pasa.

Obviamente, con un poco de imaginación, esta simple metodología puede ser adaptada para cualquier tipo de experiencia mágica que estemos buscando. El ejemplo que hemos explicado más arriba se podría usar también para viajar mentalmente por el espacio asociado a esa entidad, del mismo modo en que las brujas viajaban a su Sabbath imaginario. Esta técnica para el viaje mental... básicamente una manera de imaginar más intensa... puede usarse también para explorar zonas cartografiadas por algunos sistemas mágicos como la Cábala hebrea o el reino enoquiano de John Dee, o con un poco de ingenuidad y maña se puede adaptar para cualquier procedimiento mágico experimental que el practicante quiera intentar. Es importante que al comienzo y al final de cada ritual o experimento hagamos otro de expulsión, para sellar simbólicamente la experiencia y mantener a cualquier fuerza a la que hayamos convocado fuera de nuestra vida cotidiana. Los rituales de expulsión se pueden encontrar en numerosos libros de magia, o una vez más, puedes inventarte el tuyo propio.

La razón por la que los rituales de expulsión son importantes es que la magia es un asunto no exento de peligros. El mayor de todos es la posibilidad real de volverte loco o perderte en un terreno nuevo con el que no estás familiarizado. Si las razones de tu aproximación a la magiason por entretenimiento o lograr alguna ventaja secreta sobre alguien o simple y llana curiosidad, entonces es mejor mantenerse alejado de ella, pues los riesgos son considerables. Los magos expertos hablan de la importancia de mantener tus cuatro "armas mágicas" constantemente a mano, al menos de manera simbólica. Estos cuatro símbolos... la vara, la copa, la espada (o daga) y la moneda... son los cuatro palos de la baraja del Tarot.

Estos representan los cuatro elementos clásicos, fuego, agua, aire y tierra, y también las cualidades humanas que simbolizan. Las monedas o discos, que también son la tierra, nos recuerdan que en nuestra aproximación a la magia debemos estar con los pies en la tierra y nuestras circunstancias materiales deben ser acordes a nuestras necesidades. Las espadas, que son el elemento del aire, son el símbolo de nuestras facultades intelectuales, la cuchilla de nuestra inteligencia que nos hace discernir entre una buena idea y una mala, y evita que caigamos en ilusiones baldías o incluso en la absoluta locura. Las copas representan el agua, y en términos humanos significan las emociones y sobre todo nuestra compasión, sin la cual ni todo el poder mágico del mundo evitará que nos convirtamos en unos gilipollas o unos monstruos embrutecidos. Finalmente, la vara significa el fuego y representa nuestro espíritu o alma, nuestro yo más elevado, que debería estar al mando de nuestras emociones, nuestro intelecto y nuestras circunstancias materiales si queremos ser individuos equilibrados y plenamente realizados en control de nuestras vidas.

Quizás sea este estado armonioso y elevado el objetivo más importante en el mundo de la magia, lo que te convierte en alguien capaz de disfrutar una vida plena y útil mientras cumples un efecto benévolo sobre el mundo, generando cambios de acuerdo a tu Voluntad. Este es el oro que buscaban los alquimistas, que estaban mucho menos interesados en transformar los metales que en su propia transformación personal. Implica muchísimo trabajo, es cierto, pero la recompensa es tan alta e inimaginable que es más fácil que algo así mejore tu vida a que te toquen varios millones en la lotería. Por supuesto, hay gente que querría que la magia fuese la manera de obtener lo que quieres sin esforzarte en conseguirlo. Hay un montón de practicantes de magia que piensan en ella como un método para, por ejemplo, hacer que alguien se enamore de ellos, conjurar dinero de la nada o castigar a alguien que les ha ofendido lanzándoles una maldición demoníaca. Esto, en la opinión del autor, es tan sólo basura cobarde, manipulativa y vaga. Si alguien te ha ofendido resuélvelo tú mismo, si es que te sientes incapaz de seguir adelante y superarlo a tu manera como lo haría un adulto. Si necesitas dinero, ¿por qué no mueves mágicamente tu mágico culo y consigues un trabajo mágico que te reporte dinero?

Louis Bertrand Castel (1688-1757) tocando el calvicémbalo ocular de su invención, por Charles Germain de Saint Aubin (1721-1786)

Y si quieres que alguien te ame, imprime sobre ti el trabajo necesario para convertirte en alguien a quien merezca la pena amar. Intentar forzar los sentimientos de otra persona a través del uso de la magia es comparable a la simple y llana violación, en la que al menos no estás involucrando a espíritus eternos en tus retorcidas actividades. En general, la regla es que si algo puede ser conseguido mediante actividades materiales ordinarias, no debería usarse la magia para ese fin. Por otro lado, si hay un demonio inmaterial invadiendo tu vida, como la ira o la depresión o la adicción, entonces la magia puede ser lo que necesites para ponerle cara y nombre, para deshacerte de ello o como mínimo para negociar con ello y quizás observar estos problemas desde otra perspectiva.

La magia no está ahí para convertirnos en dioses, aunque ese es sin duda el punto de vista que se ha trasladado. De hecho, la magia puede convertirnos en seres humanos plenos, satisfechos con sus vidas y con el control de sus propios destinos. Incluso si todo lo citado anteriormente no es sino especulación y no hay más magia que un sobreuso activo de la imaginación, piensa en los beneficios que te reportaría tener una relación mejor con tu imaginación; quizás podrías conseguir ese trabajo como escritor o artista con el que siempre has soñado si tan sólo fueses capaz de trabajar en el terreno de donde esta gente saca sus ideas. Quizás no se trate de rayos de fuego saliendo de los dedos como Gandalf te hizo creer, pero estoy bastante seguro de que aun así puede depararte una existencia productiva e increíblemente gozosa.

La ciencia es una herramienta perfecta para medir nuestro universo, pero es sólo la consciencia, más allá del alcance de la ciencia, la que dota al universo de significado. Sin significado, esto es tan sólo un mundo accidental y aleatorio y en último término la vida no es más que un flujo de química y física. Sin embargo, si escoges ver tu existencia ardiendo de sentido y significado, entonces la magia es un modo de ver las cosas y una facultad al alcance de todos, y parte de tus derechos de nacimiento como ser humano consciente. Todo lo que necesitas es un cambio en la manera en que ves la realidad, y podrás cambiar la propia realidad, al menos en lo que a ti se refiere. Con nuestros recursos ambientales, económicos y personales en sus horas más bajas, podría ser que la fuente humana de energía más abundante estuviera justo entre nuestros ojos, esperando a ser activada para transformar, con sus infinitas posibilidades, la desgastada materia de nuestro mundo.

La magia nos sacudiría como un relámpago.

 

Este artículo fue publicado originalmente en el tercer número del zine Dodgem Logic, de abril-mayo 2010. Agradecemos a Alan Moore su permiso para publicarlo.

Traducción de Javier Alvariño, con la colaboración de Miguel Espigado y Bárbara Mingo.

En portada, rueda de color de Moses Harris (1730-1788).