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Up man and try! Never say die!

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Lo conocí exactamente el 3 de agosto de 2013. Un proyecto personal sobre David Foster Wallace me llevó hasta Rockland a fotografiar el Lobster Festival. Como no conduzco y me apetecía estirar las piernas salí a dar una vuelta por la zona. Quería ir hasta Rockport, un paseo de unas dos millas y media.

A algo más de la mitad de camino me encuentré con un sitio muy particular: una vivienda rodeada de banderas americanas, POW/ Mia flags, insignias, una pistola colgada de un árbol juto a un uniforme militar de la Segunda Guerra Mundial, una estatuilla de enano de jardín y  varios letreros con la leyenda lothus (loto). No terminaba de tener claro qué era todo aquello, pero un cartel amable invitaba a entrar y eso hice.

Había alguien dentro de la casa. Miró por la ventana y salió. Le saludé y se volvió a meter en la casa, dejó la puerta abierta y pude entrever que estaba buscando algo. Volvió a salir, esta vez con una cámara de fotos. Me saludó y nos pusimos a charlar.

Me invitó a pasar a su casa. La verdad es que soy valiente, pero no tanto. No me fiaba demasiado de alguien que tenía una pistola colgada de un árbol y la mitad de la cara desfigurada. Soy europea. Como excusa le dije que iba con prisa, que tenía que ir a trabajar, pero que podíamos vernos al día siguiente después del desfile militar, al que Steve Marino (así se presentó) también asistiría. 

1. Steve Marino (este es el nombre con el que se presentó)
Volví al día siguiente, a las cuatro de la tarde como habíamos quedado. No había nadie, sólo una nota en la puerta que ponía "Rubby Begonya radio". Tampoco estaba su coche, un Mazda que tenía aparcado en la parte de atrás del jardín. Supuse que no había vuelto del desfile y que tampoco tardaría mucho más. Más tarde, cuando finalmente llegó, me explicó que estuvo pensando en mi nombre, que le resultaba extraño pero familiar. Al parecer había una estrella de los radio de los años 40 que se llamaba así, además de un tipo de plantas.

El jardín y la casa estaba lleno de referencias a Japón y de plantas y árboles niponas. A Steve Marino le encantaban las plantas. Me contó que había plantado unos lotos detrás de la casa y que empezaron a crecer y a expandirse por el bosque, algo que al parecer no es muy fácil (yo de plantas no tengo ni idea). Sólo sé que los lotos crecen mejor en el fango. Mientras me lo contaba se reía, orgulloso de provocar una invasión de lotos en el bosque de Maine.

A Steve Marino le faltaba la mitad de la mandíbula y también un agujero al lado de la nariz. Ese día se lo tapó con una tirita. Al parecer hay heridas que nunca terminan de cerrarse. Siempre llevaba un pañuelo en la mano, tenía algunos secándose en el jardín y otro montoncito doblado y planchado en su casa. Me explicó que es para limpiarse; la saliva se le escapa continuamente.

Por la casa había un montón de radios, y cada vez que nos movíamos de un lado a otro la encendía y subía el volumen. Siempre sonaba música de los 50. Empecé a notar que no le gustaba demasiado el silencio.

Me contó que fue marine, y que estuvo en la II Guerra Mundial, Corea y Vietnam. Y que en esta última guerra perdió un trozo de la mandíbula a causa de la metralla. Me enseñó una piedra que lleva en el bolso. No conseguí llegar a entender del todo si era una piedra de la playa donde le bombardearon, de algún desembarco, o de algún sitio del que salió con vida. El caso es que Steve Marino siempre hablaba de la suerte. De la suerte y de la suerte de estar vivo. Tenía muchos amuletos. Le pregunté su edad, se rio, no quiso decirla.

Según me contó, vivió en Japón la época más feliz de su vida. No alcancé a entender exactamente en qué fechas vivió allí, aunque sí que fueron cuatro años. Entre el ruido de las radios, mi inglés y que no se le entendía muy bien, la comunicación no era buena. Me dijo que a pesar de que los americanos fueron enemigos de los japoneses, él nunca sintió eso y siempre le trataron muy bien. Dice que fueron los años más felices de su vida, "buenos tiempos". Allí tuvo a su única pareja, japonesa, que murió de una enfermedad. No me dijo cuál.

Me invitó a pasar a su habitación. Al lado de su cama una foto de Kennedy y un half-dolar de la suerte de 1976, también de Kennedy y pegado a un trozo de madera. Otra referencia a la suerte. De un armario sacó otra moneda igual, me la dio y me recomendó que la guardase siempre, que me daría suerte.

Me enseñó recuerdos de Japón: varios kimonos, su uniforme militar... en el muro de la pared de su habitación había una especie de collage con fotos y recortes y notas, que reconstruyen la historia de su vida. Eso me pareció absolutamente flipante.

Volvimos al salón y Steve me quiso invitar a comer algo, chocolate, unas cookies... La verdad es que no me gustan mucho, pero me sabía mal rechazar su invitación. Hasta que vi un pack de Budweisser. Le dije que la cerveza sí me gusta. Por fin conseguí que se relajase ante la cámara y pude hacerle un buen retrato. Me sirvió la cerveza en una jarra alemana mientras me enseñaba todas las velas que tenía. Me explicó que todas las noches le ponía una vela a su madre y otra a Buda. Me aclaró que creía en Buda.

Nos tomamos un par de cervezas en el jardín y brindamos por la vida, porque Steve Marino, repetía (hablaba de sí en tercera persona) es un hombre con suerte. Y de vez en cuando grita Go, go, goooo!

Se rio de mis tatuajes y me enseñó uno. Dijo que tenía más, pero que no me los podía enseñar.

2. Stephen R. Sircom (su verdadero nombre)
Un año y algo más tarde, seguía sin tener muy claro qué hacer con el material. La historia me gustaba pero tenía poco material y me faltaba algún cierre.  Así que decidí rastrearlo, lo hablé con un amigo y me mandó esto: en un obituario online una vecina había dejado un mensaje:

"I saw you sitting outside enjoying your yard not so long ago! I bump into you at Hannaford's regularly and ask if you need assistance. You never do! That gold French phone on the dashboard of your shiny black sportscar is a hoot! And I'm glad you had a little dog to keep you company.

Too bad I didn't know you were so unhappy. At least, that must have improved where you are now!

You'll be missed by many ......."

Tenía 85 años y se suicidó justo un mes después de haberlo conocido. Pensé que quizás se habría puesto enfermo y por eso tomó la decisión de suicidarse. Vivía solo. Me imaginé que no quería ser una carga para nadie. Pero buscando un poco más encontré la respuesta. Un periodista militar había escrito algo sobre él. La fecha del post es de mayo de 2010. Quise ponerme en contacto con él, pero se había muerto.

Stephen nunca fue herido en la guerra, o al menos la herida de la cara no fue en ninguna de las guerras. Stephen ya había intentado suicidarse.

In what he later described to me as a “bad moment,” Steve years ago put a pistol to his head and pulled the trigger. Fortunately, instinct forced him to turn his head at the last moment, saving his life but blowing away much of his face.

About a week later, Steve phoned me from the hospital where he had been treated and confined in a psychiatric section, asking for a ride back to his trailer. I was aghast when I saw the mess the bullet had made to his face. The disfigurement remains to this day, since Steve had no funds for a reconstruction of the damage and, since the injury was self-inflicted and not accidental or from combat, the government would not pay for it at a Maine Veterans Administration hospital.

Ahí se cierra el círculo. A pesar de haber estado sirviendo a su país durante años, el seguro médico militar no le cubrió la reconstrucción facial. Porque las heridas psicológicas no son consideradas heridas de guerra. Stephen tampoco se lo pudo pagar.

Es una historia que perdura hasta hoy. Según el Department of Veterans Affairs, 22 veteranos se suicidan al día.

Todas las fotografías son de la autora del artículo.

Enlaces a:

Traducción de los textos en inglés:

"No hace tanto que te vi sentado en tu jardín, disfrutando. Me solía encontrar contigo en Hannaford y te preguntaba si necesitabas ayuda. ¡Nunca la necesitabas! ¡Ese teléfono dorado en tu reluciente coche negro es total! Y me alegro de que tuvieses un perrito que te hiciera compañía. 

Es una lástima no haberme enterado de que sufrías tanto. Espero que allá donde estés, te encuentres mejor.

Muchos te echaremos de menos..."

"En lo que más tarde me describió como un mal momento, hace años Steve empuñó una pistola, se apuntó a la cabeza y apretó el gatillo. Afortunadamente, el instinto le obligó a girar la cabeza en el último momento, lo que le salvó la vida, a pesar de que perdió parte del rostros.

Más o menos una semana después, Steve me llamó desde el hospital donde lo trataban, donde lo habían confinado en la sección de psiquiatría, para pedirme que lo llevase a su carvana. Me quedé espantado cuando vi lo que la bala le había hecho en la cara. Sigue desfigurado hoy en día, ya que Steve no tenía recursos para pagarse una reconstrucción, y como además el daño fue autoinfligido y no accidental, el gobierno no se la pagaría en el hospital para veteranos de Maine."