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Miradas de mujer en la era del vacío

Apuntes sobre el cómic autobiográfico femenino
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“Toda escritura es autobiográfica: todo lo que escribes, incluidas la crítica y la ficción, te escribe mientras lo escribes”, señala David Shields en su ensayo Hambre de realidad[1], citando a J.M. Coetzee, que recoge esta reflexión en su obra Doubling the Point. Además, el Premio Nobel sudafricano añade: “Esta enorme escritura autobiográfica, esta construcción del yo, ¿produce sólo ficciones? Entre las ficciones del yo, versiones del yo, ¿son unas más verdaderas que otras?”.

En la actual era del vacío, en la sociedad líquida de la hipermodernidad, del individualismo, de la legitimación de la indiferencia, el estancamiento, la apatía y el exhibicionismo digital de toda intimidad, ciertas expresiones de lo autobiográfico se han metamorfoseado en una suerte de territorio ambiguo, un espacio intersticial difuso, impostado, ambivalente, donde la verdad ha perdido su centro de gravedad, donde las líneas fronterizas entre lo real y lo inventado se han diluido, se han evaporado, haciéndose permeable a la injerencia de lo autoficcional.

Otras creaciones artísticas, no obstante, han seguido respetando, en cierta medida, los rasgos genéticos de la autobiografía y se han mantenido fieles al estatuto de veracidad del pacto autobiográfico, en una época en la que la subjetividad posmoderna es fragmentaria, mestiza o, por decirlo al modo de Gilles Lipovetsky, el yo se ha vaciado de identidad, se ha convertido en un conjunto impreciso que avanza “en un recorrido narcisista hacia la nada que lo agota y lo aboca a la depresión”, como sostiene el filósofo Byung-Chung Han.

En el ámbito del cómic existe hoy una clara convivencia entre la ficción y la autobiografía. Una serie de mujeres han venido desarrollando desde la década de los años 70 toda una línea de reflexión intimista, dolorosa, desgarradora, cotidiana, en la que han profundizado y tematizado sobre cuestiones traumáticas de su infancia y adolescencia, como los abusos sexuales procedentes del entorno familiar, o en la que han ofrecido testimonios precisos acerca de sus vivencias en sociedades ancladas en la violencia y asfixiadas por gobiernos represivos, intolerantes, totalitarios, que pisotean sin descanso los derechos fundamentales de los ciudadanos, además de abordar otras temáticas como la persecución nazi de los judíos, los malos tratos a las mujeres, y algunas menos trascendentales, que tienen que ver exclusivamente con hechos de la pura cotidianeidad, del día a día de las propias autoras.

Narración como catarsis

A la artista gráfica americana Debbie Drechsler (Champagne, Illinois, 1953) su padre la sacaba de noche de la cama para abusar de ella. Esta infancia forjada a fuego lento por la violencia sexual paterna quedará reflejada años después en su novela gráfica Daddy´s girl (La muñequita de papá).

Drechsler creció ajena a la consciencia de haber sido víctima de esta violencia sexual. Es a raíz de una serie de episodios depresivos y continuas pesadillas cuando solicita ayuda médica y emprende un viaje introspectivo hacia la memoria de sus primeros años de existencia. “Al principio Debbie reacciona con sorpresa y malestar. Esas sesiones, en la que descubre el trauma del incesto que marca su niñez, coinciden con la época en la que consolida su amistad con Richard Sala y sus amigos comiqueros. De pronto todos aquellos recuerdos se fueron dibujando en viñetas llenas de memorias sórdidas de una infancia torturada por los abusos sexuales de un padre sin escrúpulos”, asegura la profesora y especialista en cómic, Ana Merino, en su artículo Debbie Drechsler y su dolorosa niñez.

La creación y el desarrollo de estas historietas gráficas, protagonizadas por Lily, el alter ego de la autora, van a servir de catarsis para Drechsler. “Los abusos te convierten en un superviviente de por vida”, escribe el pianista James Rhodes, en su reciente libro de memorias publicado en España, bajo el título de Instrumental[2], donde relata la violencia sexual que comenzó a sufrir desde los seis años por parte de un profesor de su escuela de primaria. Al igual que Drechsler, Rhodes consigue a través del arte, a través de la música clásica, por  medio de escuchar composiciones como la Chacona de Johann Sebastian Bach, salir adelante, construir en su imaginación un espacio de evasión donde mantener la cordura, si acaso esto es posible para alguien que ha sufrido tales vejaciones.

Los primeros cómicS autobiográficos

La génesis del cómic autobiográfico surge en la década de los 60, en el contexto de la contracultura underground en Estados Unidos, donde florece toda una serie de publicaciones –periódicos, magazines o fanzines– que se desmarcan de los órganos, cánones y principios tradicionales y que es impulsada “por una sociedad de jóvenes hostiles al sistema, a un régimen en el cual los valores son transmitidos por los medios de comunicación”, afirma Claude-Jean Bertrand en La néo-journalisme-américain[3].

Antes de la aparición de los primeros cómics autobiográficos femeninos, la novela gráfica Binky Brown conoce a la Virgen María se señala como la primera obra confesional, donde el lector puede comenzar a disfrutar de historietas controvertidas con un marcado carácter personal y en la que se introducen elementos propiamente autobiográficos. Su autor, Justin Green, se considera uno de los dibujantes más influyentes en historietistas posteriores. “Me quedé atónito, como los visitantes del Armory Show de 1917, cuando vieron por primera vez Desnudo bajo una escalera de Duchamp. Me fascinó la terrible voluntad de aquella obra de compartir la vergüenza privada”, aseguró el dibujante Art Spiegelman sobre Binky Brown, una obra que sin duda incidió en su recopilación titulada Maus, donde el artista relata la historia de su padre, un judío polaco perseguido por los nazis.

La diversificación de las temáticas y la visceralidad de Binky Brown, como señala la historiadora del arte especializada en cómic Irene Costa, revolucionaron este medio de arte secuencial y transformaron la visión del público al que iba dirigido. Además, esta novela permitió que creadoras clave en el desarrollo y despegue del cómic autobiográfico femenino, como es el caso de Aline Kominsky (Nueva York, 1948), pudieran encontrar una voz propia, singular, cargada de autenticidad, que les permitiera abordar nuevas formas alternativas en el cómic, desplazando, en cierto modo, la visión androcéntrica que había dominado esta expresión artística desde sus albores, a finales del siglo XIX.

Estas autoras, bajo una visión feminista, van a denunciar en sus viñetas, con una fuerte carga de humor y mordacidad, las desigualdades de género de una sociedad adversa y hostil, el egoísmo del hombre, la marginación que han sufrido durante décadas, al tiempo que van a reivindicar un espacio de representación propia, donde mostrar sus inquietudes, sentimientos y vivencias.

Entre las creadoras del cómic autobiográfico de referencia destacan la propia Aline Kominsky, que a mediados de los setenta publicaba ya historietas personales en revistas como Twisted Sister o Weirdo, y que recopiló en los noventa con el título Love that Bunch; Phoebe Gloeckner (Philadelphia, Pensilvania, 1960), que destaca por su Diario de una adolescente, donde dibuja y relata un año en la vida de Minnie Goetze, su alter ego, donde la protagonista mantiene relaciones sexuales con el novio de su madre, 20 años mayor que ella; Julie Doucet (Montreal, 1965), clave en la consolidación del género del cómic autobiográfico, y entre cuyas obras destaca Diario de Nueva York, en la que comparte con el lector sus vivencias sexuales, sus sueños, sus intimidades, sus relaciones de pareja, ejerciendo una enorme influencia sobre autoras que luego han obtenido un gran reconocimiento internacional, como es el caso de la iraní Marjane Satrapi (Irán, 1969); Alison Bechdel (Pensilvania, 1960) y su obra Fun Home, donde la autora revela que es lesbiana y relata la incapacidad de su padre para asumir su homosexualidad; entre otras autoras como Miriam Katin (Budapest, 1943), Mary Fleener (Los Ángeles, 1951), Carol Lay (California, 1952), Lynda Barry (Wisconsin, 1956), Parsua Bashi (Teherán, 1966), Power Paola (Quito, 1977), o la española Mamen Moreu (Huesca, 1985), sin olvidar a Erika Moen (Oregon, 1983) o Gabrielle Bell (Londres, 1976) –véase el diccionario de otras autoras al final de este artículo–.

Uno de los trabajos más reconocidos y que ha tenido una mayor popularidad y repercusión en este nuevo siglo ha sido Persépolis, de Marjane Satrapi, una novela autobiográfica, en blanco y negro, sobre su niñez y adolescencia en Irán. La obra transcurre durante el estallido y la revolución fundamentalista islámica liderada por el ayatolá Jomeini con la que se puso fin al reinado del Sha de Persia. Esta novela se divide en cuatro tomos: los dos iniciales se centran en los primeros años de su trayectoria vital en Irán, el tercero versa sobre su llegada a Viena en 1984, y el cuarto sobre su regreso a Teherán. La obra se adaptó al cine en 2007. “Marjane representa los valores culturales iraníes desde muchos puntos de vista; ha bebido de las fuentes clásicas de la cultura persa, conoce la lucha ideológica y el peso de la manipulación religiosa”, sostiene la profesora Ana Merino.

También hay que destacar la línea de trabajos que se están desarrollando en torno a la crónica autobiográfica en el cómic, como es el caso de la escritora peruana Gabriela Wiener, que ha publicado, junto a la dibujante Natacha Bustos, Todos vuelven, donde se relata la vuelta de su amiga Micaela a Perú y que insertó en la parte final de su último libro Llamada perdida, tras darlo a conocer con anterioridad en revistas especializadas en comic.

Las historietas autobiográficas femeninas pasan hoy por uno de sus mejores momentos. Cada año se publican nuevos títulos y aparecen nuevas autoras que adentran al lector de cómic en sus interioridades, no sólo en cuestiones traumáticas o de crítica social, como se ha visto con anterioridad, sino también en asuntos prosaicos de la vida ordinaria. Han pasado más de cuatro décadas desde que esta corriente artística comenzara a ganar su espacio y a mostrar, unas veces de manera fiel y otras a través de la ficción, una manera original de ver el mundo, de representarlo, donde además de la trama, además de la historia, está el estilo conciso, sencillo, brillante, capaz de decir en una sola viñeta lo que otros dicen en un libro. O lo que no dicen en un libro.

Breve diccionario de otras autoras destacadas:

  • Lynda Barry (Wisconsin, 1956). Caricaturista, ilustradora, pintora, entre sus obras destacan Syllabus o What it is, donde asistimos a continuas reflexiones sobre el arte y el proceso creativo. Además, la imaginación y la memoria fluyen por cada una de sus ilustraciones gráficas.
  • Parsua Bashi (Teherán, 1966). Otra de las autoras autobiográficas iraníes destacadas en el cómic es la ilustradora Parsua Bashi y su obra Nylon Road. La vida en Irán. Bashi construye su vida pasada en Irán desde el exilio en Suiza. Una voz imprescindible en el arte de contar dibujando.
  • Gabrielle Bell (Londres, 1976). Lo cotidiano y lo autobiográfico, narrado e ilustrado con ironía y un trazo sencillo, centran la producción de la londinense Gabrielle Bell como se puede comprobar en su libro Afortunada.
  • Mary Fleener (Los Ángeles, 1951). Otra de las autoras relevantes del cómic underground en Estados Unidos, considerada una de las pioneras en las historietas femeninas y feministas en los años 70 y 80. En Fleener se percibe una clara influencia del cubismo. Destaca entre sus obras El alma de la fiesta, donde la autora va transformando su forma de dibujar, su forma de hacer los trazos a medida que la narrativa se va sucediendo.
  • Miriam Katin (Budapest, 1943). En Por nuestra cuenta: Memoria de Miriam Katin, la autora recrea, con una importante carga de melancolía, la fuga junto a su madre, Esther Levy, de Budapest (Hungría), tras la invasión nazi. Fingieron sus muertes y dejaron atrás todo lo que tenían y a todas esas personas que habían formado parte de sus vidas. Esta marcha junto a otros acontecimientos, como la muerte de su perro, van haciendo a la autora perder la fe, sentir con plenitud el abandono de Dios.
  • Carol Lay (California, 1952). Otra de las autoras más originales del panorama del cómic americano. Sus trabajos han influido en muchas autoras posteriores. Destacan sus tiras en la prensa norteamericana o sus creaciones para Los Simpsons. Resalta entre su producción Carol Lay’s lliterature: Story Minutes.
  • Erika Moen (Washington, 1983). La sexualidad y la educación sexual son las principales temáticas en la obra de esta dibujante. Empezó a realizar sus primeros cómics a finales de la década de los 90. No hay que dejar de leer su Oh Joy Sex Toy.
  • Mamen Moreu (Huesca, 1985). Joven ilustradora y dibujante bilbaína de viñetas. Es autora del cómic Resaca, donde se entrecruzan el humor, el sexo, y el alcohol, temáticas todas inspiradas en la propia vida de la autora.
  • Power Paola (Quito, 1977). Paola Gaviria –Power Paola en los cómics– nació en Ecuador y creció en otro país: Colombia. La autoficción cruza todos sus trabajos, donde destaca Virus tropical. La infancia, la familia, el trabajo y el amor están muy presentes en sus creaciones.
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[1] David Shields, Hambre de realidad. Un manifiesto, Círculo de Tiza, Madrid, 2015, p. 186

[2] James Rhodes, Instrumental, Blackie Books, Barcelona, 2015, p. 64

[3] Citado en Albert Chillón, Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas, Universitat Autónoma de Barcelona. Servei de Publicacions. Universitat de Valencia. Servei de Publicacions. Barcelona, 2015, p. 224.

 

En cabecera, viñetas de Linda Barry, y de abajo arriba y de derecha a izquierda, páginas y viñetas de Debbie Drechsler, Aline Kominsky, Mary Fleener, Miriam Katin, Marjane Satrapi y Carol Lay.