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Zopilotes y pistolas cegadoras

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De pronto estás en el desierto junto a una furgoneta escacharrada y los zopilotes giran en círculos sobre tu cabeza. Las yucas no dan sombra, es de suponer que se la guardan para sí, que falta les hace.

Si no te pones a pensar tras un accidente, ¿para cuándo dejas la tarea? El camión contra el que nos hemos dado apenas tiene un rasguño, pero a nuestro Toyota le faltan una puerta, una rueda y varias lunas. Nosotros bien, gracias. De cinco sólo sangra uno, y no es grave. Cortes superficiales. Le he aplicado un cabestrillo porque lo vi en las películas del oeste y tenía un fular a mano.

La ambulancia no llega, el sol mata. Consejo para artistas y comadrejas (que decía Noel Coward): Si vais al desierto comprad agua.

La ambulancia tarda, la policía no.

Sorpresa.

El capitán Bonifacio es un encanto, digan lo que digan de la policía mexicana. Hasta me ha dejado probarme el chaleco salvavidas, perdón, antibalas.

Los zopilotes son buitres negros pequeños, pero joder cómo asustan. El joven agente Gerardo, un mozo guapetón, va de viaje a Almería en un par de meses. También son ganas. Cambiar el desierto del altiplano por el de Almería, no parece la mejor idea. El agente Gerardo me corrige sabiamente: quiere ver el falso decorado mexicano de El bueno, el feo y el malo.  En eso no veo yo mal alguno. Ni nada feo ni nada bueno. Pero los buitres circundan y Gerardo va armado. Por una vez en la vida tienes cerca una pistola cuando la necesitas. No te acostumbres. Y los zopilotes a lo suyo, ¿huelen las aves la sangre? Lo dudo y no pienso investigar. Bueno reconozco que un poco sí  que he investigado y parece ser que los carroñeros huelen un pelín, por si les falla su súper vista.

Con esto de los zopilotes me he puesto a pensar si merece la pena discutir y he llegado a la conclusión de que carece de sentido responder a una opinión con otra.

Habría que responder a cualquier opinión (buena, fea o mala) con un acto: bailando una jota, por ejemplo, o tejiendo bufandas. Una vez tuve una columna de opinión y me di cuenta a tiempo de lo raro que resultaba ver esas dos palabras juntas; si hay algo invertebrado  es precisamente la opinión.

Otra cosa, ahora resulta que han inventado unas pistolas cegadoras, algo así como unas linternas alucinantemente deslumbrantes que pueden llegar a sustituir a las armas de fuego. La idea es cegar en lugar de matar (o electrocutar con saña), pues queda claro que no hay quien dispare y acierte a ciegas. No es mala idea. Lo que no han pensado estos genios de la guerra es que eso ya lo inventó dios o no se bien que astrofísico y se llamaba sol, pero luego vino otro genio e inventó la sombrilla y las ray-ban y se jodió la defensa. Hablando de sol, este quema, y supongo que funde las ideas, porque, así de golpe, me ha dado por pensar como un cantautor hispanoamericano, uno de esos que escriben frases inmortales como “me gusta la gasolina”.

También me ha llegado así de la nada, o tal vez de los diarios de Sándor Márai, el dichoso tema de la oniromancia. Esa idea absurda de que los sueños no recuerdan sino que adivinan. No sé de qué me puede servir ahora, aquí en el desierto sin agua, pero de ser cierto yo solito habría adivinado un millón de tonterías, por no mencionar un puñado de guarradas. En fin, que me gusta la gasolina, supongo que por aquello de la parte animal. Por no cerrar con mala nota, creo que mostré cierta calma frente al accidente, de lo cual estoy la mar de orgulloso, no sin reconocer que se lo debo todo a mis lecturas de Conrad y Emilio Salgari. Al fin y al cabo, en qué charco se miran los héroes sino en el agua misma de la heroicidad. Vale que tal vez exagero (sin exageración no hay cuento, que le pregunten a Borges), digamos que no grité demasiado y temblé lo justito. PERO, QUÉ CARAJO, ESTABA FRENTE A LAS FAUCES DE LA MUERTE MISMA.

Ahora bien, de aquello que se contaba de que te pasa la vida entera por delante, ni flores. Si acaso alguna de mis peores críticas literarias. De las buenas ni una. Cómo es el daño de insidioso, y qué ligero el elogio, amigo Kipling.

Ya en eso del desfallecimiento de la hombría creí ver pasar a Ambrose Bierce por detrás de una chumbera o como se llamen esos cactus (que se supone que tienen agua pero a ver quién es el listo que los ordeña), pero no creo que fuese él, Bierce, porque si el sol no me deslumbra creo que murió por Chihuahua y eso desde aquí queda lejos.

Y más o menos esto era todo lo que les quería contar. Porque no me negarán que tampoco tiene uno muchas oportunidades de decir Chihuahua sin que suene (demasiado) forzado.

Y esas, no hay que dejarlas pasar.

Pues ya está, de vuelta en casa. Y los zopilotes esa mañana no comieron Loriga.

Pero aún circundan.

 

Fotos del autor del artículo.