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Veinte minutos para parecerse a Kim HyunA

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Antes de ganar el K-Beauty Contest, la joven Lara había ganado ya un concurso de oratoria en coreano, y esto no pretende ser chistoso, ni siquiera irónico, y tampoco es una broma subida de tono.

–¿Un concurso de oratoria?, ¿cómo funciona eso?

En el imaginario digamos colectivo flota la escena de un concurso de belleza en el cual una serie de chicas en traje de baño se apresuran (o se ven obligadas) a explicar qué parte de la obra de Aristóteles ha influido más en su modo de pensar, lo cual genera situaciones embarazosas, hilarantes y en cualquier caso injustas –a fin de cuentas: ¿quiénes somos nosotros para juzgar?, ¿qué parte de la obra de Aristóteles ha influido más en nuestro modo de pensar?– pero es muy probable que se trate de un recuerdo inventado o de algo que alguien dice que ha escuchado o que ha visto en alguna película (es decir, auténtico imaginario colectivo inventado) y de todos modos el K-Beauty Contest no es exactamente un concurso de belleza, pese a su nombre, sino un concurso de maquillaje a la coreana. Lo que había que hacer –lo que hicieron ocho chicas el sábado pasado– era subirse a un escenario y maquillarse durante veinte minutos con un ojo puesto en un espejo redondo y de aumento y con el otro puesto en una televisión de plasma en la que, como un bucle, se proyectaba el video musical de un grupo femenino de K-pop.

Todas las cantantes de K-pop se parecen pero de todos modos en las bases del concurso, que organizaba el Centro Cultural Coreano, se proponía el modelo de HyunA (Kim Hyun-a en su carnet de identidad), integrante del grupo 4 minute y también solista, y se remitía al vídeo de la canción Red. Ya sea porque estamos en un lugar público –Pabellón de Cristal de la Casa Campo, Madrid– o porque entre la concurrencia abundan los menores de edad, la organización ha obviado el vídeo-clip de Red (nivel de erotismo medio-alto) y en su lugar vemos un vídeo menos comprometido en el que unas cuantas chicas K-pop bailan con los brazos levantados. Parece que van a estallar de glamour, miles de fotógrafos las asedian con sus flashes mientras ellas descienden por unas escaleras de mármol –bajar escaleras, sobre todo si son de mármol, se convierte en un acto de naturaleza suavemente erótica: nunca nadie sube una escalera en estos vídeos– con la delicadeza de un gato.

La ganadora Lara se esponja la melena (rubia) y se pasa la mano por el cuello de su jersey tipo globo o chimenea:

–Concurso de oratoria: llegas, hablas, y ya está.

Pero el concurso de maquillaje a la coreana no tendrá lugar en el vacío sino en el marco de un gran salón del cómic o Expocómic, y eso acarreará consecuencias. Las realidades paralelas se agolpan a nuestro alrededor. La mayoría de los asistentes –cosplayers de entre quince y veinte años– se han disfrazado de personajes de algún cómic, serie de televisión o videojuego y, de hecho, algunas de las casi rivales de Lara juegan a ser personajes de la serie de dibujos animados My Little Pony, concretamente la princesa Twilight Sparkle, Pinkie Pie y Rainbow Dash. Su caracterización incluye pelucas muy aparatosas y, en el caso de la princesa Twilight, un cuerno de trapo violeta que le brota de la frente y que la aleja del ideal de belleza K-pop: chicas con tobillos de cristal, pelo teñido de caoba y ojos almendrados. 

Antes del concurso han ocurrido una serie de cosas. Una muchacha coreana y con vestido tradicional (hanbok) ha tocado el kayugeum o cítara de doce cuerdas y ha hecho incluso una versión de Gangnam Style, y una pareja de chicas españolas, Nadia y Weris (nombre artístico B.O.S.), ha interpretado un par de éxitos del género en edición bilingüe: Never give up, loosing my mind y una serie de frases en coreano que han memorizado sílaba por sílaba. «Nos lo hemos llevado a nuestro terreno, que es el hip-hop», explican. También se nos ha presentado al jurado, dos personas del Centro Cultural Coreano y una asesora de la tienda de cosmética coreana Wangbii, que aportaba los premios: talones por valor de cien euros para la ganadora, y sesenta y treinta para la segunda y tercera, y un lote de productos para la cuarta.

¡Vaya, vaya! Treinta segundos antes de empezar, una de las chicas inscritas en el concurso sufre un acceso de timidez, así que se lleva una mano al pecho, menea la cabeza y dice «yo no subo», pero en su lugar suben otras tres chicas que no estaban inscritas y hay que decir que esto afectará al cuadro de ganadores (segundo premio y mención honorífica) y vendrá a demostrar que en el mundo de los concursos de maquillaje a la coreana o K-beauty contests no está todo escrito. Luego hemos hecho una cuenta atrás y las concursantes han dispuesto de un minuto para hacer acopio de material –base, sombra de ojos, colorete, pestañas postizas– y eso ha generado una cierta tensión dramática: ¿qué habría pasado si Lara se hubiera quedado sin base? Ha bastado medio minuto para comprender que nadie sabía maquillarse como Lara: parecía una auténtica estrella y mientras las otras (Belén, Paula 1, Jimena, Paula 2, Llara, Laura, Lola) se embadurnaban a toda velocidad y volcaban los botecitos encima de la mesa y sufrían pequeños ataques de risa, ella se hacía el delineado de ojos estilo gato, se daba una pátina de rubor rosa en las mejillas y ganaba la partida con la lentitud (o la apariencia de lentitud) de los grandes tenistas o los grandes magos.

–Me doy mucha maña para maquillarme porque he hecho ballet muchos años.

Lara, estudiante de Filología Inglesa, ha aprendido coreano por su cuenta y en la disertación que le valió el primer puesto en el concurso de oratoria (en coreano) explicó que el país de la mañana en calma es mucho más que el K-pop.

–Tienen la mejor cocina del mundo –asegura.

Así que otra vez ha ganado el mejor, la mejor, y eso no siempre es una gran noticia. El principal problema (narrativo) de los concursos no amañados es que suele ganar el mejor, y eso deja en el público un regusto amargo y una rara sensación de fiasco: ¿para eso hemos venido hasta aquí?, ¿qué sentido tiene organizar un concurso y reunirnos a todos si al final va a ganar el mejor? No hay mecanismos correctores como el azar o la opinión del público y la parte más vibrante no es el momento en que se dice el nombre del ganador sino todo lo anterior, en este caso veinte minutos que pasan volando mientras cae la tarde sobre la Casa de Campo y al otro lado del cristal, en un parking sin coches, se recortan contra el horizonte las siluetas de una docena de luchadores de softcombat (combates de espadas acolchadas).

 

Fotografías de Brodz