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El globo que nos lleva

Un día en Spannabis
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Este fin de semana en Barcelona se celebra la feria del cannabis más importante del mundo. He aquí un paseo por el sorprendente escaparate humano y comercial que se pudo ver la pasada edición. Una muestra de la revolución verde que estamos viviendo.

Si no te has fumado un porro a medias con miles de personas es que no has estado en Spannabis. La gente construye su biografía a base de hitos históricos como este; cuando acabe la persecución muchos de los 34.000 visitantes que han pasado por aquí este fin de semana contarán con orgullo a sus nietos que estuvieron en la 12ª Feria del Cáñamo y de las Tecnologías Alternativas. Los pudientes fardarán sobre los 600 euros que se gastaron en un Sublimator y los precarios confesarán que recorrieron sus laberínticos 17.000 m² como ratas de laboratorio buscando un poco más de la verde ambrosía en algunos de los más de 200 expositores donde era posible probar vaporizadores, cachimbas y otros artilugios espaciales para el fumeque optimizado. La hierba en teoría la ponía el visitante, pero, en la práctica, como gentileza comercial, era ofrecida por muchos empresarios para animar el testado de sus productos. Por 15 euros que costaba la entrada, a poco que te hicieras pasar por dueño de un grow shop que se ha olvidado la mandanga, podías agarrarte un colocón estratosférico y volver volando a casa, si es que no te quedabas dormido en el autobús.

Aterrizaje en el jardín de Dawn

Yo aterricé en aquel evento histórico situado en Cornellà de Llobregat a las once de la mañana, cuando acababan de abrir las puertas y los visitantes más puntuales se cruzaban en los pasillos con los feriantes más retrasados. Era un día singular, 20 de marzo, un día que comenzó con un eclipse parcial y terminaría con el comienzo de la primavera. Los porreros para estas cosas somos gente sensible, porque a menudo, aunque sólo sea por seguir el rastro de las densas volutas de humo que exhalamos, miramos al cielo, y que una fiesta nuestra comience la víspera de la primavera con la luna tapando parcialmente el sol nos parece una señal, ¿una señal de qué? Ah, misterio.

Así que envuelto en un halo brumoso de misterio a un paso del primer verdor (prima verum), armado con una cámara de fotos prestada, una libreta y un bolígrafo empecé a molestar a la gente con mis preguntas. Mi primera víctima se llama Dawn y viene nada menos que de Humboldt, California, un enclave neorrural de tradición jipi a 200 millas al norte de San Francisco. Gracias a la Proposición 215, que permite desde 1996 el uso de la mariguana con fines medicinales, a la tradición contracultural de California, al secular carácter empresarial del yanqui o, qué sé yo, a la suerte de vivir en un condado cuya sede administrativa se llama Eureka, Humboldt es famoso por ser uno de los centros punteros en lo que al cáñamo se refiere. Dawn, que además de ser la encargada del stand de una marca de semillas feminizadas humboldtiana tiene un jardín en su casa con 99 plantas protegidas por la licencia que un médico le extendió, lo explica así: “Tenemos la mejor mariguana del mundo porque compartimos nuestro conocimiento sin dejar de tener una sana competencia entre nosotros. Eso nos hace estar continuamente innovando”.

Dawn es muy guapa y mentiría si dijese que la seleccioné por casualidad; el porro mañanero que se ha fumado motea el azul de sus ojos de un rojo muy vivo y dota a sus palabras de una languidez muy convincente. ¿Qué te da la hierba –le pregunto buscando la confidencia– que no te den otras sustancias? “Fumo diariamente desde los 21 y también tomo aceite de mariguana y coco, lo como directamente y también regenero mis células aplicándolo sobre mi piel. Me llevé 12 años sin poder mover mis manos por la artritis y ahora, como nuevas. Ya solo fumo mariguana de exterior orgánica, sin fertilizantes químicos, y funciona con todo: el alma, la mentalidad, la salud… Me da paciencia, me hace tomar mucha agua, y es buena para las relaciones sexuales”. Tratando de que no se me note el temblor, empuño mi cámara dispuesto a retratarla con su sonrisa arcoíris, pero me dice que no, que no le gusta que le hagan fotos. Otra vez será, Dawn, otra vez será.

Mojitos para todos

No son ni las doce y la cola para hacerse con un mojito gratis se alarga. Chicas guapas con pelucas del color corporativo de una marca de fertilizante y abonos machacan yerbabuena. El olor a menta inunda el ambiente y Lieke, la comercial encargada de España y Portugal, me da una lección de marketing irónico mientras me enseña los sacos de mantillo de su empresa utilizados a modo de tiestos para unas exuberantes matas de menta de sabores diversos (naranja, fresa, bergamota, manzana, marroquí, agua de colonia…): “En Holanda acaban de cambiar la legislación y ahora si ayudas a alguien, con información o con productos, a cultivar más de tres plantas te conviertes en cómplice del delito. Así que en nuestro nuevo catálogo hemos suprimido cualquier referencia a la mariguana, aunque nuestra marca está enfocada a este sector y el cliente sabe que solo para la mariguana tiene sentido hablar de fertilizantes que mejoran el olor y el sabor, que potencian la producción de resina y que estimulan la floración”. ¿Y por qué ofrecen mojitos? “Por lo de la yerbabuena, ya sabes, la hierba-buena”.  La simulación y la ironía son sin duda grandes armas contra la represión, aunque precisan de una mínima inteligencia en el destinatario para ser descifradas. Me despido de Lieke y, tratando de disimular mi corto entendimiento, me marcho silbando el sabroso estribillo del rey de la rumba catalana que tantos porreros han hecho suyo:

Y el día que yo me muera
que no me manden flores,
que me traigan yerbabuena,
que alegra los corazones.

Que el negocio no acabe con el amor

Es la duodécima Spannabis que se celebra. Si omitimos el intento que llevó a cabo La Cañamería Global –empresa editora de la revista Cáñamo– frustrado por la autoridades en el año 1997, la primera feria se hizo en el año 1999 en Córdoba. Expocáñamo se llamó y estuvo organizada por el Círculo Cultural Juan XXIII, una asociación de cristianos de base que evolucionaron hacia el comunismo antifranquista para, ya en democracia, burlar el desencanto con eventos tan señeros como la primera feria del fumeque que se hizo en España, unos encuentros pioneros que duraron tres días, implicó a las autoridades locales, contó con la oposición del PP y fue visitada por unas 5000 personas. Expoporro la rebautizaron con gracia los cordobeses. ¡Qué tiempos aquellos! Luego llegó Spannabis en el 2002, un evento ya del siglo XXI, en el anexo del Palau de Sant Jordi; los que estuvieron presentes todavía recuerdan aquella niebla espesa que impedía ver más allá de un metro. Toni de Eva Seeds estuvo con su stand y recuerda con nostalgia la ilusión de los visitantes, cómo acudían a informarse, “ahora sobre todo vienen a que les regales algo”.

Ilustrando el comentario de Toni, unos metros más allá, unos chavales se acercan al pequeño mostrador de Élite Seed para que les regalen una semilla. Ana les dice que no, que no las vende sueltas y tampoco las regala. Ana fuma desde los 16 y con 19 abrió, junto a su novio Iñaki, Kanopia, el primer grow shop que hubo en Valencia, allá por aquel lejano año de 1999. Desde entonces su vida gira, como la de muchos de los presentes, en torno a la hierba. Ahora está aquí representando a su propia marca de semillas feminizadas, una empresa creada al alimón con Iñaki, quien tras estudiar perito agrícola se hizo biotecnólogo. Ella en los ratos libres que le deja la tienda y el cuidado de su hija pequeña, está terminando la carrera de Derecho con la ilusión de ejercer para recurrir multas y “prestar apoyo en todo lo cannábico”.

Ha llegado un cliente al que Ana aconseja acerca de las distintas variedades. Pedro, que así se llama, se acaba gastando 92 euros en 3 paquetitos de 3 semillas cada uno que atienden al nombre de La Rica –“De tricomas grandes y cabezones que brillan como diamantes”–,  MeganusKa –“Su efecto resumible en una palabra: aplastante”– y Juanita La Lagrimosa –“Con más CBD que THC, ideal para obtener aroma y sabor pero sin el efecto alucinógeno, cerebral o ansioso que a ciertas personas les produce el THC”–. Carlos es el siguiente y se lleva 10 semillas de autofloreciente Élite 47 (58 euros), “en dos meses sabré cómo han salido”. Carlos cultiva todo el año, en interior y en exterior, “por allí por Tarragona”, “entre fresas planto unas 10 o 12 matas. Todas distintas y nuevas menos una, la que más me haya gustado de la cosecha anterior”. ¿Y esta temporada cuál repites? “La queso; me encanta su sabor suave”.

¿Interior o exterior? Esta disyuntiva es una de las más debatidas entre fumetas. Hay, como la bella Dawn, quien solo fuma de exterior y ecológica, pero otros prefieren la potencia del interior y no le hacen ascos a fertilizantes y potenciadores revientacogollos. Ana no toma partido y cuando le confieso mi preferencia por el exterior puntualiza: “El exterior te da más cantidad, pero las plantas son más bastas. El interior te da calidad, con un tricoma de resina más entero; hay mucha gente, no te creas, que prefiere de interior porque la hierba es más pura”.

Mientras hablamos, Ana se lía un porro de Llimonet Haze –“Sabor a limoncito, olor a catedral” – y me suelta: “Por aquí te encuentras a gente que mueve mucho pero que no fuma, que se fuma un porro y le sienta mal. Hay que ser grandes pero no abandonar el amor por la hierba. Hay que plantar más, no olvidar nuestros comienzos, cuando muchos buscaban cultivar la mejor variedad: en esa búsqueda colectiva fuimos avanzando hasta llegar donde estamos. Ahora la gente va a una asociación y pagan 8 euros el gramo y se olvidan de plantar. Al final unos pocos manejarán el cotarro, y esperemos que no se convierta la hierba en un producto manufacturado en manos del Estado, como el tabaco. Ese es el peligro. Yo veo a mis plantas tratadas así y me da algo. Tú eres el dueño de lo que fumas, eso que no te lo quiten”.

El cotarro del oro verde

Aprovechando la asistencia a la feria de lo más granado del negocio mundial, empresarios norteamericanos del sector se reunieron discretamente con una cohorte de personajes influyentes del movimiento cannábico europeo para compartir experiencias y soltar consejos. Por un lado, los estadounidenses criticaron que no se pusiera en Europa más empeño en los usos medicinales, que las puertas se abren primero a lo terapéutico, y que la regulación del uso lúdico llega después. También –el negocio es el negocio– amonestaron a los europeos, siempre tan idealistas, que tuvieran complejos de hacer dinero con el cánnabis, que qué era eso de estar apostando por asociaciones de consumidores sin ánimo de lucro con el negociazo que supone el manejo del oro verde.

Dos modelos de entender el universo, dos formas de ver la vida, se dieron cita un día antes del comienzo de Spannabis en aquel encuentro titulado “Cánnabis y economía”. ¿A quién creen ustedes que pertenece el futuro de la hierba?  ¿Mantendrán los porreros modelos de negocio más cooperativos cuando cesen las barreras al libre comercio? ¿Convivirán como aseguraba Dawn que pasa en Humboldt lo colaborativo y la sana competencia? Yo creo que otro mundo es posible y que, ¿por qué no?, la ética porrera, fruto de años de persecución y de solidaridad entre los perseguidos, tiene mucho que decir en la configuración de una sociedad donde esté prohibido prohibir, donde el poder no reprima al disidente –¡Más porros y menos porras!–, donde el progreso no se confunda con el frenesí sino con la creativa serenidad, donde el tiempo se viva de otra manera, donde el dinero no genere exclusión –¡Dinero gratis! –, donde la asignatura de hacer castillos en el aire sea obligatoria desde preescolar… En fin, eso me gusta pensar, aunque la realidad no suele hacerme mucho caso y si algo demuestran reuniones como esta es que lo de los porros ha dejado de ser un pasatiempo de jipis revenidos y se ha convertido en una industria capitalista floreciente que mueve mucho dinero. La Historia siempre es así, a los aguerridos militantes les suelen suceder los listos comerciantes, que son los que al final acaban conquistando el mundo.

Vaporizando

Que el negocio va en serio salta a la vista. Y por mucho que le duela a Ana, el dinero convierte a la hierba en una mercancía lucrativa más. Solo hay que ver la surtida vitrina de una marca de pipas. Me atiende Adela Zhang, una joven china que está estudiando español en Madrid y representa comercialmente a CSP, una empresa que desde el 2006 fabrica en la Mongolia interior toda clase de artilugios para fumar hierba y derivados. Adela no fuma y hasta se sorprende de que se lo pregunte. ¿Cómo es posible que en China donde las drogas están prohibidísimas exista una empresa así? “Solo fabricamos para el mercado mundial, no para China”, me dice sonriendo.

Hay también responsables de marcas de cosméticos y de maquinaria para el cultivo que, cuando pregunto, descubro que no consumen. Abordo a una pareja, Coke y Elena, que tienen un grow shop en Moncada, un pueblo de Valencia. ¿Y fumáis porros?,  les disparo a bocajarro. “No”, me contestan, y tras un silencio en el que empiezo a pensar que soy yo el único porreta de la feria añaden: “Nosotros vaporizamos”. Y entonces me hablan de su idilio con esta nueva forma de consumo, más limpia, más sana y menos aditiva que el tradicional humo: “Estábamos aburridos de fumar porros, así que los dejamos y nos pusimos a ahorrar hasta conseguir los 450 euros que costaba entonces el Vulcano. Aquello nos permitió redescubrir el cánnabis, vivir sensaciones nuevas, disfrutar de la comida como nunca y experimentar placenteras sensaciones como nadar en el agua… Además de decir adiós al pecho cargado y al mal sabor de boca”. Elena añade a lo que dice su compañero las aplicaciones terapéuticas y artísticas del vapor de mariguana: “Si me duele la regla o la cabeza, o si mi hija me pone de los nervios, me busco una índica suavita y antiinflamatoria. Hay tanta variedad… Cuando me pongo en el jardín para estar más creativa con mis flores y mis plantas me busco una sativa más eufórica y se me pasan las horas”.

Los que también vaporizan con pasión medicinal y recreativa son Francisco y Javi. Sentados en sus sillas de ruedas ven pasar el gentío con cara de felicidad. Les pregunto qué les ha traído hasta aquí y me cuentan que el azar: “Hace nueve años nos fuimos a una fiesta que daban en la Universidad Autónoma, que está en nuestro barrio, y un desconocido nos dio un trozo de bizcocho que resultó estar hecho con hierba. ¡Qué subidón! Se nos quitaron los dolores y nos dimos cuenta de que allí había un remedio para una vida mejor. Así que después de este descubrimiento, nos compramos un vaporizador y empezamos a consumir con fines medicinales, y también lúdicos, claro –que, en realidad, si lo piensas, viene a ser lo mismo–. Nos tomamos una sativa espitosa que nos dé empuje porque, después de todo el día en la silla, los dolores son espantosos y el cuerpo necesita activarse, y la mente olvidarse del mal rollo de estar todo el día aquí sentado.”

Francisco tiene 47 años y desde los 28 está sentado en su silla de ruedas. Javi cumple 35 este año y lleva paralítico la mitad de su vida, desde los 17. Los dos son muy amigos y acostumbran a salir de discotecas y si hay saraos como el de esta feria no se lo pierden por nada del mundo. “Cada uno es como es –me dice Francisco a modo de despedida– y tiene que saber lo que quiere”.

Pizza y perfume

Salgo hambriento a la explanada que comunica el pabellón y el resto de carpas adyacentes y acabo en un puesto de pizzas hechas con harina de cáñamo ecológico. Una buena estrategia comercial la del napolitano Marco Manfredini que hace promoción de su marca Sativa Alimentari ganando al potencial cliente con unas pizzas exquisitas hechas en el momento por un pizzaiolo expresamente traído del Salerno, de un restaurante llamado con poesía Il Raggio Verde. Me pido una margarita simple y una especial rociada con crepitantes cañamones que se me cuelan entre los huecos de mis dientes y se resisten a salir. Lo de los cañamones me parece una porquería difícilmente soportable, pero por lo demás son las mejores pizzas que he probado en mucho tiempo.

Tras deglutir decido pasearme por una de las carpas y descubro entre los stands un perfume llamado Kannabis. Si me permiten la confidencia íntima nunca he soportado el olor invasivo del perfume, y supongo que mi tirria viene de la adolescencia, cuando para mí lo más intolerable era que alguien te pasase un porro con sabor a colonia. Desde entonces, además de no soportar perfume alguno, ni colonia por fresca que sea, el mundo del cánnabis me ha parecido siempre el lugar menos indicado para querer vender fragancias. Jessica, junto al mostrador y ante la suspicacia que transmito, me explica con amabilidad que detrás del Kannabis está un empresario de Soria que pese a no fumar le gusta mucho el olor de la hierba. Dos años de investigación tardó un perfumista de la Provenza francesa en dar con el producto encargado por el empresario soriano que ahora lo comercializa. “Este es un perfume para gente sin prejuicios, inspirado en el cánnabis pero sin cánnabis. No se trata de que parezca que vas con un porro por la calle, para nada, simplemente Kannabis evoca el olor y la frescura de la mariguana”. Y me regala varias muestras y sí, huelen bastante bien. Luego le pido que pose con el fondo erótico de los carteles promocionales en los que una pareja heterosexual y macizorra se pasa una voluta de humo, de boca a boca. Cuando voy a disparar escucho con nitidez los apasionados gemidos de una pareja follando. ¿Y eso? “Eso es la música –me dicen señalando el altavoz que cuelga en una esquina de la carpa–, ya han puesto este tema como tres veces”.

Ha sido un equívoco, o una sincronía, o yo qué sé; por un momento he pensado que empezaba a tener alucinaciones auditivas. Aún no he tomado nada, pero son las cinco de la tarde y el ambiente está cargado de vapores y de humos y con respirar basta.

Fumadores pasivos y tías florero

“Colocón asegurado”, ese debe ser el lema para la próxima Feria. A despecho de la señorita que repite por los altavoces que no se puede, a pesar de los guardias de seguridad que no hacen otra cosa que llamar la atención recordando que está prohibido, la cofradía de los fumetas impenitentes no para de echar humo. A última hora de la tarde muchos se llevan de recuerdo una multa tras ser retratados en una foto con el porro en los labios, ya se sabe que de algún lado tendrá que sacar la Generalitat el dinero para mantener su desgobierno a flote sobre las aguas negras de la crisis y la corrupción. El caso es que los pabellones y las carpas se cargan de humo y el colocón está asegurado, incluso si no fumas, sobre todo si no fumas y tu tolerancia es menor. Por ejemplo, Alba, una de las dos azafatas que atiende en el stand de una marca de fertilizantes, ya tiene los ojos rojos, “Para mí esto es un poco fuerte”, me dice. En cambio para su compañera Carla, fumadora diaria, este es de largo el evento donde más le gusta currar de azafata; entre las virtudes de la experiencia destaca estar al servicio de un jefe trajeado que, quién lo diría, “de pronto lo ves fumándose una ele más grande que la que te puedas fumar tú”.

Las azafatas cobran entre 7 y 10 euros la hora, son guapas y entre tanto hombre resplandecen como flores raras. Nadie me ha explicado el porqué pero en este mundo hay una mujer por cada ocho hombres. Es así. Otra cosa es que haya “tías florero”, “chicas que las visten como putas”, al decir de Alba que se muestra en desacuerdo con esta política comercial machista a la que se prestan algunas de sus compañeras azafatas, “es una cosa habitual en cualquier feria, pero en esta me parece poco serio, el cánnabis no tiene que ver con el sexo, y me parece que además es contradictorio con la igualdad y otros valores de izquierda de los que presumen la mayoría de los que están en este mundillo”.

Alba no es la única en el gremio de las azafatas que protesta, por el ambiente cargado y porque vistan a “algunas como pilinguis”; Julia, que reparte pósters con floridas ramas de apretados cogollos en el stand de Green House, una multinacional de semillas feminizadas, opina lo mismo. Julia estuvo trabajando hace poco en la feria del automóvil y el público era muy diferente, ¿qué destacarías de los visitantes de la feria cannábica más importante del mundo? “Su falta de aliño en el vestir”, me dice riendo. Luego destaca que el trato es exquisito y que su jefe en esta feria, el famoso Arjan, no es nada desaliñado.

Arjan, el Rey del Cánnabis

Yo debo ser de los pocos que no sabía quién era Arjan Roskam. Antes de abordarlo lo veo circular por el stand con el poderío de los potentados, una y otra vez interrumpido por algunos de sus fans que se acercan a darle la mano. José Luis es uno de ellos y me pone al corriente sobre el emporio empresarial de Coffee Shops y semillas feminizadas, y sobre los exitosos documentales en los que Arjan se aventura a la búsqueda de variedades extrañas de cannabis en lugares remotos. Arjan se hace llamar, no es broma, el Rey del Cánnabis y sus documentales tienen millones de visualizaciones en YouTube.

El Rey del Cánnabis me cuenta su vida de triunfos desde que con 14 años se fumó el primer porro. Ahora tiene 50 y la verdad es que se conserva muy bien. ¿Cómo llevas ser una figura mediática, uno de los más famosos representantes del mundo del cáñamo? “Me gusta, es mi trabajo, es una forma de llevar un mensaje al mundo”. ¿Y qué se siente al ganar mucho dinero con la hierba? “Yo no hablo de dinero”. Me refiero, le insisto, a que es uno de los primeros millonarios que ha dado la mariguana, un hecho que habla de la buena salud de un negocio como este… “Te digo que yo nunca hablo de dinero”, me corta con tono taxativo. Unos asuntos reclaman su atención y nos despedimos con fría cortesía.

Hugo y la epilepsia refractaria

Cansado de tanto bichear me dirijo al auditorio buscando la comodidad de sus asientos. En la sala va a dar comienzo una mesa redonda sobre usos medicinales moderada por Fernando Caudevilla, con el también médico Joan Parés, el biólogo Guillermo Velasco –que investiga las aplicaciones anticancerígenas de los cannabinoides– y Juan García Llorens, de la asociación valenciana La Flora. Me siento y en la fila de delante veo a una mujer con una libreta llena de apuntes, le pregunto qué la ha traído hasta aquí y me contesta que tiene un hijo de dos años con el Síndrome de West, una rara enfermedad que le provoca epilepsia refractaria, ataques convulsivos insensibles a cualquier tratamiento. La mamá de Hugo, así se llama el niño, ha venido con su marido desde muy lejos para informarse bien de las aplicaciones con CBD. Su historia está llena de desesperación pero el tratamiento con este componente de la mariguana abre un resquicio de esperanza.

En el coloquio con el público que sigue a la mesa redonda la mamá de Hugo pregunta por la epilepsia refractaria infantil y por cómo tratarla con una sustancia, el CBD, que es ilegal. Caudevilla contesta que son casos complejos y complicados que como médico tiene que atender pero que no quiere ver ni en pintura, que las epilepsias infantiles son muy difíciles de diagnosticar, con tratamientos que no funcionan y tienen muchos efectos secundarios, que “en algunos casos tienen un origen genético que deriva en enfermedad degenerativa que acaba con la muerte del niño pequeño… unas situaciones realmente horribles”.

Hablo después con los padres de Hugo y para mi sorpresa las palabras desesperanzadoras de los médicos no les han hecho mella. La madre me comenta que en verdad más que de los médicos, que no parecen aclararse ni quieren tampoco comprometerse con algo tan complejo, están recibiendo mucha ayuda de otros padres afectados, más concretamente de un amigo de Jaén que tiene dos hijas gemelas con el Síndrome de Dravet que reciben tratamiento con CBD en Colorado. “Es una decisión difícil, porque las dosis no están claras, tienes que ir probando y si te pasas puedes provocarle al niño una intensificación de las convulsiones”. Según me va contando me revela que están desde hace poco dándole por su cuenta y riesgo el medicamento de CBD a su hijo y que parece que está respondiendo bien a un tratamiento similar al de las gemelas de Jaén. “Venir a Spannabis ha tenido sentido por entrar en contacto con los proveedores de estos medicamentos extraídos de la planta Remedy, derivada de la cepa Cannatonic, una variedad con un fuerte componente de CBD y poquísimo THC”. Además de tomar contacto con la empresa que comercializa el medicamento, también aprovecharon para hablar con Helena, una abogada de Madrid presente en la feria, que les informó de las posibles consecuencias legales de dar a su hijo de forma clandestina un medicamento derivado de la mariguana. “¿Pero me pueden quitar el niño?”, le preguntó la mamá de Hugo, y la abogada la tranquilizó diciéndole que en el caso hipotético de que dieran con un juez que no esté al tanto de estas cuestiones podrían acogerse al estado de necesidad y, en la peor de las situaciones, solicitar un indulto.

Los padres de Hugo se han vuelto expertos en la materia, pese a no tener ninguna familiaridad con la hierba; de hecho, a la par que me destacan la amabilidad y las ganas de ayudar que han encontrado en la gente, me cuentan que para ellos ha supuesto “un choque muy grande que se mezclen en un mismo sitio lo medicinal con lo recreativo”.

Despedida y cierre

Tengo mi cuaderno lleno de notas y solo queda media hora para que cierren las puertas. Un día me ha bastado para tomar el pulso de la actualidad cannábica, en un momento histórico en el que ya no hay vuelta atrás: el globo que nos lleva, pienso, ya no es aquel en el que hace veinticinco años me subí, cuando sobre todo fumábamos hachís apaleado y creíamos que era la hoja lo que se fumaba de la hierba y no habíamos visto un cogollo en nuestra vida ni sabíamos diferenciar una planta hembra de una planta macho. El siglo XXI ha revolucionado todo y uno no puede dejar de verse ante tantos cambios como un superviviente del pasado, como un primitivo del futuro.

Sin ganas de seguir pensando, cansado de tanto trabajar y de tanto fumar pasivamente, decido pasar a la acción y probar una de las cachimbas vaporizadoras más caras que se despachan, el Sublimator. Enrico, el empresario que la patentó en el Canadá y la va vendiendo de feria en feria, me atiende encantado y me ofrece tres catas diferentes: la primera de hierba, la segunda de resina de planta viva y la tercera de hierba mezclada con extracto. Mientras aspiro me suelta palabras que me suenan a chino: Biogasificación, titanio, partículas de vapor que se rompen en partículas de gas… Pese a los venga-venga-venga con los que me anima Enrico soy incapaz de apurar el humo o el vapor o el gas o lo que sea que se acumula en ese tubo diabólico de cristal. Un chavalito desarrapado lo hace por mí –suyo es el futuro– y todos parecen contentos.

Sé que a la tercera calada me he despedido cordialmente de Enrico y que he vuelto como un zombi a sentarme en las cómodas sillas del auditorio. Sé que el auditorio estaba a rebosar con la entrega de premios de la X Cannabis Champions Cup. Sé que mi novia me ha mandado un wasap preguntándome cuándo regreso y que yo le he contestado lacónico que “El tiempo es relativo”. Sé que un amigo me llevó después hasta la casa donde me hospedaba y que con una voracidad de adolescente porrero acabé con las existencias que había en la nevera y en la despensa. Sé también que mi novia al verme me preguntó si había fumado mucho y yo le dije que no, que solo tres caladas, y el aire de un pabellón y varias carpas a medias con miles de personas.

 

 

Este artículo se publicó originalmente en Cáñamo (nº 209, mayo 2015).
Para saber más sobre el tema: www.canamo.net