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La invención argentina

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De viaje una emprende ciertas matadas, como leer esos libros que se estudian obligatoriamente en el colegio y que contribuyen a configurar el relato de un determinado país. Ya os adelanto que a través del Facundo y Martín Fierro, Argentina se parece a esas películas en las que Tarantino distorsiona la Historia para hacérsela a medida. Excita esta idea una observación que hizo Borges y de la que parte el escritor Carlos Gamerro, a quien visité en su estudio para hablar de su ensayo Facundo o Martín Fierro: Los libros que inventaron la Argentina.

Decía Borges: “un libro clásico no es un libro escrito de cierto modo, es un libro leído de cierto modo.” Y continúa: “Aquí en nuestro país hemos resuelto que el Martín Fierro es nuestro libro clásico y eso sin duda ha modificado nuestra historia. Creo que si hubiéramos elegido el Facundo, nuestra historia hubiera sido otra y hubiera sido mejor”. Me informa Gamerro que, en los setenta, cuando Borges empezó a decir esto, en seguida se generó un debate sobre qué libro debía ser canonizado. Y matiza: “más allá de esta polémica lo que a mí me parece escandaloso es la premisa, porque desde cuándo elegir un libro u otro determina el destino de un país.”

Yo quiero creer que puede ser así y que en Malditos bastardos Tarantino no inventó nada, sólo estaba replicando en clave paródica lo que han hecho varios escritores. Visto así, la nota irónica la pondría Mansilla con Una excursión a los indios ranqueles, tercera pata de un imaginario poblado de caudillos y gauchos y en el que las mujeres apenas participaron, quizás porque todas fueron cautivas en el peor sentido, el más violento… ¡Todas salvo Victoria Ocampo! En cualquier caso, también Gamerro parece convencido de los efectos de literatura, aunque me alerta que esto no tiene por qué ser divertido. La literatura también puede hacernos mucho daño, pero empecemos por el principio.

…Y el principio, si hemos de seguir sus pasos, ¡fue un grafitti! Lo escribió Domingo Faustino Sarmiento junto a unos baños, tras ser apaleado y de camino al destierro. On ne tue point les idées. Con esta misma frase abre el Facundo, mitad novela, mitad ensayo antropológico. También máquina de guerra y programa político, al cifrar el destino de Argentina en una gran dicotomía, porque para Sarmiento, en 1845, sólo había dos opciones: civilización o barbarie. Y, por extensión, la ciudad o la pampa, el gobernador o el caudillo, el frac o el poncho, el poeta o el indio. Irónicamente, en su arrebato vandálico (¿qué es si no una pintada en la pared?) Sarmiento se equivocó citando y le atribuyó la frase a otro… El ilustrado ¡hizo el indio! Por suerte, la escribió en francés para que no la entendiera el enemigo, es decir, los bárbaros. Lo aclara él mismo, de lo que infiero que incluso Juan Manuel Rosas, al que considera su peor pesadilla, ese “monstruo” cuyo caudillaje había que poner fin, al menos sabía leer.        

Dicho esto, la literatura argentina se inicia borrosa porque al transitar entre los datos, las reflexiones y la lírica, una no sabe cómo subrayar este libro. Quizás por eso sobrevive a su principal objetivo, porque Facundo se escribió para algo. Con esta observación se abre la entrevista.

Carlos Gamerro: Hay una tradición en la Argentina, de la que entre otros se burla Ricardo Piglia, de esperar a que vengan los extranjeros a decirnos quiénes somos y lo que somos. Sarmiento es de los que cree que primero tenemos que explicarnos a nosotros mismos, para luego explicarles América a los europeos, a quienes considera algo perdidos en la materia. Esto lo señala a propósito de las biografías europeas sobre Bolívar, porque ninguna lo representa como un caudillo populista, que es básicamente lo que fue. En este sentido, el Facundo es un gesto de gran independencia, pero al hacer su diagnóstico él lleva el asunto más lejos porque propone un modelo de país. Tanto es así, que en su carrera política (Sarmiento llegará a ser presidente), intentará implementar aquello que escribió. Esto me hace pensar en la literatura irlandesa, que también me interesa mucho. Por motivos distintos, en el siglo XIX, ambas naciones tienen bloqueada su constitución por las vías político-institucionales, económicas y sociales, así que se agotan a crearla a través la literatura. En el caso de la Argentina, el caudillo Rosas es esa muralla contra la cual se estrellan todos los que conciben una nación moderna y lo que hace que varios autores con vocación política, recurran a la ficción.

– ¿Pero por qué llamar a la novela Facundo, que es el nombre de otro caudillo, si su verdadero problema se llama Rosas?

– Porque Facundo Quiroga es un arquetipo, es esa rémora del pasado que mantiene al país en la anarquía y que a él le gustaría enterrar. Con Facundo, la dicotomía civilización-barbarie se aplica perfectamente y con López y Ramírez, los otros caudillos, también. En cambio, con Rosas sucede algo distinto. Rosas ¿qué es? No es un caudillo típico. Es alguien que pone en cuestión su hipótesis porque adopta todas las formas de la civilización (en el modo de vestir, en el uso de la infantería, etc.) para cometer una barbarie. En este sentido es muy interesante cuando Sarmiento comenta que la mayor innovación de Rosas es adoptar la lógica de la estancia a todo un país. Es una operación muy moderna, que anticipa lo que harán los fascismos y nuestras propias dictaduras: tratar a las personas como reses. Digamos que al expresar ese temor, ¡casi está anticipando a Agamben!

– Recuerdo esa reflexión, que es muy fina para un libro escrito entre declamaciones.

– Alguien dijo que Facundo es un grito y que así habría que leerlo, pero es cierto que estilísticamente combina más de un registro. Yo pienso que cuando uno tiene un problema más o menos encaminado, pensado y sabe desde qué posición habla, el género es el ensayo o el artículo periodístico. Pero cuando uno escribe de algo en lo no se ubica, de lo que no sabe qué pensar, tiende a recurrir a la ficción. Volviendo a Facundo, el gran temor que intenta conjurar Sarmiento es que Rosas no sea un monstruo, es decir, un caso único, una anomalía, sino un nuevo tipo. No es el pasado, es el presente y un enigma que ensombrece su futuro. Yo creo que esa incertidumbre explicaría por qué Sarmiento combina lo ensayístico con lo ficcional.

– En esa duda, que es real, la escritura se vuelve otra cosa.

– Sí, se vuelve literatura.

– ¿Pero esto no empaña el objetivo del libro?

– También lo hace más interesante. Yo creo que el mayor legado de Facundo no es el habernos dado un esquema viable para interpretar la realidad argentina, sino la tensión entre ese esquema de pensamiento, que es nefasto, y la realidad. Esa tensión sigue viva y es la que hace que aún estemos hablando de él.

Con todo, se dice que el libro que más ha trascendido no es Facundo sino Martín Fierro, poema publicado en dos tandas (1872 y 1879) y que mejor representa la gauchesca, el género argentino por excelencia. Cuando José Hernández lo escribe, Buenos Aires ya ha consagrado su dominio frente al resto de provincias. Empiezan a repartirse las tierras y a alambrase los campos. En ese contexto, el gaucho, que era quien conducía el ganado y cabalgaba a sus anchas, empieza a ser menos libre y a tener encontronazos con la ley. Si Sarmiento propone su aniquilación, Hernández intenta salvarlo presentándolo como una figura emblemática, lo que da pie a lo que considero una paradoja fascinante. Entre otras cosas porque nací en Cataluña, lugar que además de generar su propia dicotomía (la seny y la rauxa) fue esculpido poéticamente, pero ¡qué lejos queda Verdaguer, ahí en su cúspide con los pajaritos, en relación a Hernández que es poeta del lodo! Al principio no imaginaba cómo se explicaría en los colegios que el gran poema nacional fuera, precisamente, el que da voz a un proscrito, y que ese proscrito, si nos aferramos al argumento, lo fabricase un Estado que está fallando, porque no aplica la justicia por igual. No en vano, se dice que en Argentina, y esto también lo subrayó Borges, la gente apenas se identifica con el Estado como construcción colectiva. Quizás, por eso, hablar de política es adjetivar nombres propios. Están los rosistas, el peronistas, los menemistas, kirchneristas… e incluso macristas.

Andrea Valdés: Si Facundo describe una dicotomía que no se cumple y en parte es socorrida por la ficción, queriendo domesticar al guacho vemos que a José Hernández se le va de las manos. En un momento, mencionas un agujero negro en la trama. Me refiero a cuando Martín Fierro cobra vida propia, con una muerte que no tiene justificación. Ahí pasa a ser un personaje incómodo, como si nos dijera: no me usen para sus lecturas moralizantes.

– Lo curioso es que en Argentina, ¿quién no se ha querido apropiar de este poema? Es en el que todos se reconocen y eso es lo que debió asustar a Borges. Martín Fierro se presta a toda clase de lecturas. Se ha leído desde la derecha más conservadora: Rosas lo usa como manual de argentinidad, Lugones en una versión aristocratizante frente a la llegada masiva de los inmigrantes. Pero para la izquierda también ha sido símbolo de la lucha anarquista y hasta metáfora del peronismo.

– Es extraño porque al renegar del Martín Fierro, siento que Borges lo hace más mítico. Es la prueba, quizás mas sonada, de que como poema no se deja domesticar por nadie. ¿Crees que esta excepcionalidad es algo que construyeron entre todos al ir interpretándolo o es intrínseca al texto?

– La respuesta fácil sería decirte que la hemos construido entre todos pero no creo que se pueda construir sobre cualquier cosa. A mí me interesa pensar qué tiene que da pie a construcciones tan variadas y poderosas.

– ¿Y qué es?

– Yo lo comparo a la figura de San Martín. La identidad nacional, si es que existe, los valores o nuestras formas de sociabilidad, se compenetraron hasta tal punto con ese libro, que hoy son indiscernibles. No sabemos si el poema nos inventó a nosotros o sólo hizo de espejo. Por eso lo de Borges es también un lamento.  Dice “si hubiéramos…” Cree que ya es demasiado tarde. Lo suyo es una hipótesis contrafáctica. También hay que pensar cuándo dice lo que dice. A finales de la Segunda Guerra Mundial y principios del peronismo, Borges pensaba que el individualismo anárquico que propone Martín Fierro y la gauchesca podía ser un freno contra los totalitarismos. Entonces pensaban en el comunismo. Pero en los años 70, cuando aparecen los grupos armados revolucionarios, los llamados Montoneros, en honor a las huestes gauchas que luchaban contra los caudillos, él siente que el Martín Fierro le traiciona. Lo que debía ser un freno contra los totalitarismos, en realidad, sirve de inspiración a los peronistas más radicales. Ahí es cuando dice: dejemos de lado el Martín Fierro y tomemos como guía Facundo. Es cierto que, con el tiempo, Borges revisará esa postura y su apoyo al golpe. En el 81, firmó la solicitada de las Madres de Mayo y con las guerras de las Malvinas, ya cambió definitivamente su visión de los militares, pero más allá de la opinión política de un escritor, creo que él tiene tanto peso en nuestra cultura como los libros que la iniciaron.

– En algún momento mencionas que es lo más próximo a un filósofo que tiene la Argentina.

– Voy incluso más lejos. Digo que Borges es lo más próximo a un filósofo que existe en el mundo de habla hispana.

– ¡Y hasta lo encaras con Perón!

– Eso nos da una idea de su talla. ¿Qué hace un escritor de cuentitos frente al estadista de una nación? En política, Perón no tuvo nunca un opuesto equivalente pero en lo cultural estaba Borges. Para mí, no sólo contribuyó a crearnos como país, también como sujetos, porque yo creo que la literatura también nos crea como individuos. Esto lo tuvo muy claro Manuel Puig. Pensamos con palabras, pero esas palabras vienen en muchos casos de los libros y más tarde del periodismo, el cine, los new media. De hecho, hay una anécdota de Scott Fitzgerald que tiene que ver con esto. Cuando va a Hollywood y le devuelven los guiones porque le dicen que no sabe escribir diálogos, él contesta: yo le enseñé a toda una generación a hablar y ahora resulta que no sé escribir diálogos. En esas maneras de mirar y percibir el mundo, la literatura tiene un rol, seamos lectores o no. Es como el libro del Génesis, la primera y más poderosa confirmación del mundo.

Concluida mi conversación con Gamerro sobre el impacto de Borges, Facundo y Martín Fierro, caigo en lo genuino que fue Roberto Arlt al pasarse toda la gauchesca por el forro y escribir como si ésta nunca hubiera existido. Inspirada en semejante pirueta, os remito al próximo episodio, donde le propongo a Damián Tabarovsky imaginar la continuación de ese ensayo en el que defiende una literatura que, sin caer en el nonsense, celebra su inoperancia.

 

En portada, ilustración de Luis Paadin.

Un alto en el camino (1861), de Prilidiano Pueyrredón. Primo de José Hernández, Prilidiano Pueyrredón es conocido en Argentina por retratar los paisajes y costumbres rurales. Este cuadro sintetiza su esencia: el gaucho en traje de pueblo, el rancho y la cebada de mate.

Fotogramas de Los hijos de Fierro, película de 1975 de Fernando Solanas. Martín Fierro también fue adaptado al cine en clave peronista. Gamerro sugiere que “lejos de redimir al poema, fue el poema quien jodió la película. Los “hijos de Fierro” fueron derrotados, masacrados u obligados a exiliarse y la película, que fue concebida para acompañar su lucha, debió terminarse en la clandestinidad y no pudo ser vista por ellos, salvo cuando ya era demasiado tarde”.

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