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Penetraciones sucesivas

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Lo peor de todo es conseguir el premio de una medalla de plata en una gran final, es horrible quedar segundo. Quiere decir que has salido escaldado, que te han dado para el pelo y te han hecho morder el barro. El perdedor recibe esa medalla con una mueca desfigurada, no hay ni una gota de alegría en ese rostro caído, amoratado y lleno de malas sombras. Las finales son para ganarlas porque de los segundos nadie se acuerda. Que se lo digan a los holandeses, que han disputado tres finales del Campeonato del Mundo de Fútbol, con la supuesta gloria que ello conlleva, y las tres las han palmado. Pero, ¡bah!, no vamos a hablar de fútbol, ese opio del pueblo con su odioso poderío narcotizante, demonio alienador que amansa el pensamiento de las masas mientras los maquinistas de la Cosa se solazan entre ríos de champán y mujeres. Echémosle agallas y ofreciendo el medio pecho hablemos de balonmano, que ya está bien.

A la tierna España la han puesto de rodillas los Bad Boys —que así llaman en su tierra a los jóvenes y corajudos jugadores alemanes—  en la final del Campeonato del Mundo de Balonmano que se ha disputado en Polonia. En Polonia tuvo que ser. Alemania ha vuelto a invadir ese país, aunque en vez de Panzers los germanos han tirado esta vez de toda su maquinaria de poder, talento y furia demoledora. Ha vuelto a emerger el martillo pilón alemán para hacer picadillo a los bravos cuerpos de los españoles. España perdió la final, y sus jugadores sintieron en sus cuellos la medalla de plata como si fuera una soga. El pódium donde se tambaleaban a golpes de sangre negra era un patíbulo. Las penetraciones sucesivas de los alemanes partieron en dos el alma dormida de los españoles. Esas penetraciones, que nadie se equivoque, forman parte del manual de las tácticas de ataque en balonmano.  Se realizan para fijar al defensor impar, con el fin de acabar en las llamadas superioridades. El concepto de fijación par-impar va unido a los procedimientos de las penetraciones y el cruce. Si se realiza una penetración al par la respuesta táctica sería el cruce, mientras si se realiza una fijación al impar la respuesta sería las penetraciones sucesivas.

El caso es que los alemanes se hartaron de penetrar a los españoles, una y otra vez, con tanto vértigo, intensidad y descarada agresividad que a los primeros compases el equipo español era sofrito de una sartén a cuyo mango se habían agarrado sin piedad esos desmelenados Bad Boys  paisanos de la Merkel. 24-17 fue el resultado de una final disputada por los alemanes con tanta saña que hubo un buen puñado de momentos en el partido que recordaban los inicios en tiempos remotos de este juego trepidante que solo pilla hueco en primera plana de Pascuas a Ramos.

Se cuenta que fue Julio César uno de los primeros y grandes aficionados y promotores del balonmano. Habría que verle jugando de pivote. El caso es que las legiones que mandaba se entrenaban y entretenían con este juego, heredado de la cultura de la Antigua Grecia, donde se denominó Epyskyros. Más tarde revisaron el asunto los romanos y le dieron su toque centurión, y pasaron a denominar este juego Haspartum, el cual practicaban con desatada devoción entre batalla y batalla. No había que relajarse.  Julio César, en las noches estrelladas de Las Galias, pergeñó y mandó redactar lo que vendría a ser el primer reglamento de Haspartum. Esta modalidad de juego, por decir algo, no tenía apenas normas y se disputaba a tumba abierta, entre puñetazos, patadas y no pocas acciones brutales. Todo estaba permitido menos cargarse a alguien, pero  al final de las contiendas la mayoría de los jugadores se arrastraban por el barro medio muertos por todas las heridas sufridas. El campo de juego a veces era el límite entre dos pueblos y ganaba aquel bando que lograba llevar el balón hasta el otro lado.

Se jugaba con las manos, pero pronto también se permitió utilizar los pies —el fútbol ya estaba diciendo: aquí estoy yo— y se usaba una pelota de vejiga de buey a la que sometían a todo tipo de tropelías golpeándola con la mano y con el puño cerrado. Tenía mucho tirón ese primitivo balonmano. Pero fueron los griegos los que primero se dieron cuenta del asunto. Unas secuencias descubiertas a principios del siglo XX en las Murallas de Atenas, datadas aproximadamente en 600 A.C, revelaron la historia. Se hablaba de un juego que consistía en pasarse con la mano la pelota de tamaño y forma semejante a una naranja y sin que ésta cayera al suelo. También Homero en La Odisea cita en algunos pasajes que Ulises, en la isla de Feacios, fue despertado por los gritos de la hermosa Nausica, que jugaba con sus amigas a la pelota. Y lo mismo hace Sófocles en Las Traquinianas, obra de teatro donde se representa la parodia de un deporte practicado con las manos. ¡Vaya con el balonmano!     

2.500 años después, con sus lógicas variaciones y adaptaciones a los tiempos, el balonmano sigue ahí, como el dinosaurio aquél. Aunque algo arrinconado, en una habitación sin vistas. Bueno, de vez en cuando, le alumbra el foco, gracias a hermosas batallas como la de la final de España y Alemania. ¡A esas escalofriantes penetraciones sucesivas! Ganó Alemania, y España quedó segunda. Bueno, en fin, no pasa nada, ya quisieran algunos perdedores dormir la mona bañados en plata.