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Piedra negra sobre una piedra blanca

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En París, después de los atentados. A punto de subir al avión de vuelta. La noche del viernes, después de la jornada en la feria Paris Photo, tomaba un café en una terraza cercana a la sala Bataclan, no muy lejos de mi alojamiento. De repente llegaron tres chicos con la ropa manchada de sangre, uno de ellos gritaba en inglés: “creo que mis amigos están muertos”. Llegaron también unas chicas ensangrentadas pero huyeron, no se detuvieron apenas. Otros recién llegados gritaban: “están disparando, huid, escondeos”. Detrás, un tropel de gente. Parecía que alguien los perseguía. Nos levantamos todos y el dueño del local dijo: “arriba, al almacén”. Subimos todos los clientes (aunque algunos salieron corriendo hacia no sé dónde) y el personal. Era una mezcla de almacén y vestuario, en un extremo había un sofá casi reventado. Fui hasta una de las ventanas con un cocinero paquistaní y la abrimos, a pesar de que uno de los camareros decía: “fuera de ahí, cuidado con las balas perdidas”. Llegó el primer coche de policía, llevaban sólo pistolas. Al poco llegó otro, con escopetas y un fusil de asalto. Estaban en la acera de enfrente. Sonaron disparos en la calle Oberkampf, apagamos las luces del café y del almacén. Llegó una ambulancia, sirenas por todas partes.

2

La wifi no funcionaba. El dueño, entre risas, mientras dos chicas francesas lloraban sentadas en el suelo, decía que se le había olvidado pagar el teléfono y se lo habían cortado ese mismo día. Me conecté al 3G (Vodafone me va a castigar seriamente este mes) y busqué noticias. El palestino abrió una botella de vino que llevaba en una bolsa de plástico (venía de hacer la compra) y comenzó a beber a morro. Dijo: “es como Jerusalén”.

3

La madre estúpida y borracha con su hijo asustado, los cocineros paquis llamando a sus casas y como hablando con sus hijos dulcemente, más y más policía y ambulancias.

4

El dueño del local ofreció sillas y dijo que nos pusiéramos cómodos. Otra chica fumaba y fumaba y decía que iban a asaltar los locales y que había francotiradores según una amiga suya con la que se escribía en ese momento. Pero creo que los demás estábamos tranquilos, y nadie tenía miedo sino por los que no estaban allí.

5

Pasó el tiempo. El dueño parecía eufórico o se había puesto de coca. Contó que tenía una niña de dos meses y que ojalá acabara todo pronto. Dijo que podíamos quedarnos allí hasta que todo estuviera tranquilo y nosotros también. Pensé que era mejor no hacerlo, aprovechar que la poli ya estaba montando fuera su dispositivo y salir por las calles traseras. También, entre risas, pidió que nadie se fuera sin pagar, por favor, pues era viernes noche y necesitaba hacer algo de caja. Hubo gente que decidió quedarse.

6

Anoche, sábado, en los restaurantes del distrito no había clientes franceses. Sólo norteamericanos, italianos, españoles, alemanes, mexicanos, argentinos... Silencio total en la Plaza de los Vosgos. Las horrorosas galerías de arte de sus soportales parecían aún más feas. Ni risa daban.

7

Ya en Orly, el vuelo sale enseguida. Ayer cerraron los museos. Tendré que volver a París para ver dos expos que no puedo perderme. Por suerte, hubo ayer tiempo para la belleza: una escultura diminuta que había tallado un esquimal hace dos mil años en el diente de una morsa. Daban ganas de llorar al tenerla tan cerca. Imperfecta pero humana.

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Nota del autor: Este texto reúne los posts que subí a mi muro de Facebook el domingo pasado: un breve texto introductorio y parte de los comentarios que fui añadiendo. Todo ello fue escrito en el aeropuerto francés de Orly poco antes de regresar a Madrid. El sábado por la mañana hice la fotografía que acompaña este texto. Alguien había pegado decenas de carteles como el que parece en la imagen en algunas calles de la ciudad. “Para ese futuro aún inimaginable, pero próximo, debemos organizarnos y ayudarnos mutuamente. Lo absurdo y lamentable que hay en la tragedia que vivimos sale a la luz en el hecho de que, para abordar un día esas perspectivas que tienen la escala de un mundo, tenemos que reunirnos ahora pobremente, de a pocos, para pedir tan sólo, sin pretender nada más, que sea salvado, en un punto solitario del globo, un puñado de víctimas inocentes. Pero ya que ésa es nuestra tarea, por oscura e ingrata que sea, debemos abordarla con decisión para merecer un día vivir como hombres libres; es decir, como hombres que rechazan al mismo tiempo ejercer y sufrir el terror” (Albert Camus).