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La sátira soñada de Yasutaka Tsutsui

“En ese instante, todos nosotros dejamos de existir”: así termina el cuento “El bonsái Dabadaba”, el primero del volumen Hombres salmonela en el planeta porno, de Yasutaka Tsutsui. Una frase contundente y de muy inquietantes resonancias. 

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El relato en cuestión cuenta la historia de un matrimonio que adquiere un bonsái que procura sueños eróticos a quien duerme a su lado; el marido se dispone a dormir junto a su esposa y comprobar los efectos del árbol, y en ese momento se inicia una farsa delirante, pues en el sueño se topa con otros individuos que también están durmiendo bajo la influencia del Dabadaba, de tal manera que se empieza entretejer una compleja y libidinosa trama de sueños dentro de sueños que se resuelve con que los protagonistas acaban siendo el eco lejano o el personaje secundario de algún durmiente desconocido. 

En un primer término el relato puede parecer la enésima vuelta de tuerca a ese viejo argumento que identifica la existencia con el sueño; un lugar común desde La Tempestad de Shakespeare o La vida es sueño de Calderón.

Pero Yasutaka Tsutsui (1934) es un escritor bufo y con gusto por lo grotesco. Se fogueó como autor de ciencia ficción desde los años 60 del pasado siglo y su prosa se fue arrastrando hacia el humor negro en todas su formas. Un rocambolesco incidente con la Asociación de Epilépticos de Japón le llevó a autoexiliarse durante varios años en Internet y durante mucho tiempo estuvo enfrentado a las principales editoriales japonesas, a las que acusaba de censoras. Siguiendo una terminología junguiana, no cabe duda de que al hablar de Tsutsui estamos hablando de un trickster. 

¿Y qué escribe un trickster sobre el sueño? Nada claro, por supuesto. Tsutsui vive en la astracanada y en la contradicción, y desde allí realiza extraños ejercicios de lucidez. 

El sueño es un tema recurrente para Tsutsui, y ya hemos visto que dos maestros como Calderón o Shakespeare lo identifican con la vida. Pero el sueño es demasiado rico y poderoso, y como tal es polisémico. Una persona muerta y una dormida son muy similares, los griegos ya se percataron de ello hermanando a los dioses Hipnos y Tánatos. Don Quijote dice que “de un dormido a un muerto hay poca diferencia”. Arthur Schopenhauer, auténtico puente entre el pensamiento oriental y el occidental, señaló que “el sueño es un pedazo de muerte que recibimos por anticipado y mediante el cual renovamos la vida agotada en un día”.

Pero el sueño puede ser algo mucho más concreto, puede ser una vía para acceder a la auténtica realidad o de conocer el futuro. Cirlot lo señalaba como “una de las fuentes principales del material simbólico” y Virgilio apuntó en su Eneida que hay dos puertas oníricas: una por la que pasan las visiones verdaderas, y otra por la que cruzan las imágenes falaces. 

Es entre lo falaz y lo real por donde se pasea Tsutsui, entre el Eros y el Tánatos. Ese límite indeterminado es su territorio, por donde pululan los espíritus. La cultura japonesa es particularmente afín a los fantasmas, el sintoísmo es una religión animista que puebla el universo de espectros; pero no solamente de muertos, sino también de personas vivas, de situaciones, de animales... Algo que se da también en nuestra cultura pero de una manera mucho más anecdótica.

Schopenhauer, que dedicó un opúsculo al fenómeno fantasmal, reducía las visiones de ultratumba a un fenómeno del cerebro del espectador; decía que “es realmente un perfecto sueño en la vigilia”. Pero la perfección no es un objetivo para Tsutsui. Como trickster, sus fines son sutiles, pero sus medios de trazo grueso. La risa, la broma y la pose bufonesca encauzan su voluntad mercurial. El bonsái Dabadaba, detrás de su máscara erótica, esconde un ánimo homicida. Tiene la estampa de las plantas carnívoras, y como ellas, usa la belleza como cebo. No en vano, a la planta de este tipo más conocida, la dionaea muscipula, se la llama venus atrapamoscas.

Daniel Paul Schreber, presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde, fue un hombre que enloqueció y dejó consignado su deterioro mental en la estremecedora Memoria de un enfermo de los nervios (1900). Desde su publicación fue un libro que ha atraído a múltiples pensadores. El más conocido de ellos es Freud, quien edificó en torno a él su teoría de la paranoia. Schreber fue perdiendo el control de sus sueños, empezó a oír voces y se supo eje fundamental del destino del universo. Le constaba que Dios estaba conspirando contra él y contra el mundo, así que el magistrado se vio impelido a tener que renunciar a su sexualidad y hacerse mujer para dar a luz a una nueva humanidad. 

Hacerse mujer presentaba más dificultades en el siglo XIX que hoy en día, así que Schreber tuvo que propiciar su resurrección como fémina, pero para ello debía morir primero en sueños. “Muerta vida vivo en viva muerte”, dice en sus memorias, una frase que muy bien podría pertenecer a la escuela ascética española.

La muerte virtual es a la vez ritual, Freud, escribiendo sobre Schreber señala que “todo sueño tiene por lo menos un punto que lo vuelve insondable, una especie de ombligo por el cual se conecta con lo desconocido”. Tsutsui es consciente de esto, y por eso su relato no es enteramente comprensible y se acaba aproximando a un laberinto sin salida. El suyo se aproxima a un juego de cajas chinas, una metaficción desprovista de molestas ínfulas experimentales. En su novela Paprika, el tema onírico vuelve a ser el principal: en ella se cuenta la peripecia de dos científicos embarcados en recuperar un dispositivo robado en fase de desarrollo que permite a los psicoterapeutas penetrar en los sueños de sus pacientes. Los hallazgos que se apuntaban en “El bonsái Dabadaba” se despliegan hasta el paroxismo en esta novela.

En Paprika se introduce la destrudo con asombrosa potencia. La destrudo fue atisbada por Freud en El Yo y el Ello y desarrollada por el psicoanalista italiano Edoardo Weiss. Es la proyección destructiva de la muerte, y todavía sigue siendo omitida en los esquemas más simplistas de la estructura de la personalidad. Esta energía psicológica la maneja Tsutsui empleando mitologemas de tradición occidental, como el grifo o el demonio Asmodeo.

El grifo, con esa ambivalencia que poseen los grandes símbolos, puede ser Cristo o puede ser un demonio. Es un monstruo-guardián, liminar y fronterizo, relacionado con las vicisitudes cosmogónicas. Del mismo modo, la doctrina simbólica de Asmodeo no es menos compleja; es un demonio lujurioso en El Libro de Tobit, pero en el Talmud es obligado por Salomón a construir el Templo de Jerusalén. 

Las interpretaciones psicoanalíticas están servidas, Tsutsui así lo manifiesta, incluye entre sus influencias el trabajo de Shu Kishida y de Hayao Kawai, freudiano el primero y junguiano el segundo. No se inclina por ninguno y deja que ambos influjos penetren en su obra. Tsutsui sigue jugando con las ideas y con los dioses y Paprika, con toda su influencia sintoísta y occidental, acaba con la sonrisa de un buda satisfecho. Del mismo modo, “El bonsái Dabadaba” culmina con unos durmientes que son soñados y arrojados a la nada en la última frase del relato, con ese brutal “todos nosotros dejamos de existir”. Quizás la sátira última sea que, al fin y al cabo, somos sueños. Pero no hay nadie que nos sueñe.

Alberto Ávila Salazar

Alberto Ávila Salazar (Madrid, 1975) es licenciado en Derecho y escritor. Es autor de la novela Todo lo que se ve, IX Premio de narrativa joven de la Comunidad de Madrid. Su poemario El color y la forma es de inminente aparición.

Henry McCausland (1981) vive en Londres, trabaja como ilustrador freelance y le encanta ver brillar el sol.