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DISCURSO INAUGURAL DEL CURSO POLÍTICO 

 

Señor Presidente, señoras y señores diputados, antes de hablar me gustaría decir unas palabras. Habría que convenir en ello enseguida y con carácter urgente, puesto que la disyuntiva que nos lleva temerariamente a prescindir del anhelado consenso no es consecuencia del desaire tan reiteradamente manifestado por una de las partes, sino por intereses ajenos a esta iniciativa y totalmente inesperados. Y me apresuro a decir que, nos guste o no, señorías, deberían ser atendidos, dado que la precariedad aumenta. Según el célebre politólogo Allen Buchanan, una cadena de desaciertos en el gobierno de una nación con mayoría absoluta en el Parlamento puede fácilmente derivar en cadena de váter incapaz de vaciar un depósito atascado y pestilente, saturado de prejuicios y miasmas ideológicas, o viceversa. Y disculpen el símil.

En todo caso, el auge del concepto postmoderno que nace
—confusamente, todo hay que decirlo, pero con inusitado vigor— de la fotografía digital sobre lino, por decirlo llanamente, nos llevaría a la síntesis paulina que no tuvo su origen en la vicaría de Vic, sino en la humilde sacristía de un cura de pueblo, lo cual no procede por cuanto no comparte nuestra idiosincrasia ni constituye en absoluto el recto proceder ansiado, puesto que el pantalán industrial instalado recientemente tampoco garantiza la vigencia ni la utilidad de lo que hemos venido en llamar lo genuinamente catalán, sea industrial o meramente artesanal. Ahora bien, lo que aquí se manifiesta claramente, sin menoscabo de futuros enunciados estatutarios, es la firme voluntad de conceder crédito a plazo medio y confiar en todo aquello que, premonitoriamente, entronca con lo perenne, es decir, lo no sujeto ni a la banca ni a la veleidosa modistería, que no moda, de la transacción de caudales, que no transición. Está muy claro, señorías, puesto que nunca dijimos que lo dicho por nosotros entonces admitía como cierto e irrebatible lo proclamado una y otra vez por algunos de manera entusiasta y apresurada en coyuntura tan difícil, como se ha dicho y repetido insensatamente a rebujo de ocultas ansias de reemplazo masivo, por lo que hoy es aconsejable el nombramiento de una comisión que investigue a la subcomisión creada con el objeto de esclarecer los magros resultados de la comisión, es decir, para que elabore un informe sobre los resultados de la investigación efectuada por aquella primera y remota comisión dependiente, por cierto, del Poder Judicial Español, ¡español, español!

Sus señorías dispensarán la pasajera efusión lírica. Y prosigo. En la medida en que tales medidas sean correctamente aplicadas se podrá medir el alcance de aquellas medidas. Ahora bien, el informe de la segunda subcomisión que investiga el oscuro comportamiento agropecuario y los no menos oscuros e inciertos —si bien no mal intencionados, debemos ser ecuánimes— métodos de la primera comisión encargada de investigar los claros indicios que sugerían la necesidad de crear un comité de expertos o sabios en materia de comisiones extraoficiales (a cargo, por supuesto, del erario público), ese informe, digo, parece finalmente algo confuso y en muchos aspectos nada pertinente.

Ciertamente el uso moderado de estos materiales evitaría el progresivo deterioro del anteproyecto, pero no es seguro que ejerza el mismo efecto benefactor en el proyecto de la oposición, obcecada con la moción de censura, y tampoco en un observador imparcial, si es que tal personaje existe todavía. Una callada ceremonia de adioses sin la menor condescendencia dramática —el sabio nihilismo sentimental que define la obra del Tàpies maduro, por ejemplo— propiciaría tal vez nuevos brotes, verdes o ya en sazón, eso se vería, pero no es seguro. En la obra decididamente abstracta y libre de una beneficiosa oposición ideológica, a veces deleznable pero siempre necesaria en una joven e inexperta democracia, constituye una línea de infinito en cuyos límites se contradice un complejo de relaciones sensibles a la búsqueda de una cuarta dimensión: el tiempo inmediato pasado, pues es bien sabido que el primer trago de cerveza siempre es el mejor. A semejanza del primer trago de cerveza —hagamos memoria por un momento, señorías—, el arte chino reafirma su armonía trasegada en frío entre las coyunturas estéticas —yin y yang, que serían dos equivalentes guturales percibiendo en la piel el paso de la helada realidad coyuntural y cervecera— traduciendo la percepción oriental y espumosa del universo que se fundamenta en el contraste y la complementariedad (densidad, empaste y línea) sobre el sedimento espacio desnudo y transitivo, como suele ser toda garganta y todo lienzo en buen estado. Así pues, debemos convenir que el informe de la segunda comisión es, cuando menos, ambiguo.

De tal modo, señorías, que con harta frecuencia lo que se nos ofrece en este histórico hemiciclo, seamos merecedores de ello o no, es el delicado aroma de las preguntas no formuladas, de la callada por respuesta, de las promesas no cumplidas, de las miradas que se caen bajo los párpados abrumados. Pese a todo, nuestra vocación de servicio no se limita a convocar y concertar propuestas y sugerencias acerca de las urgentes inmersiones sociopolíticas, culturales o medioambientales, o simplemente rebozadas y acompañadas de un buen vinito blanco. Ciertamente no, señorías, no es tal nuestro primordial cometido en estas vísperas selectivas que los poderes legislativos y ejecutivos anhelan, como si, afortunados, escucháramos la bonita canción Rosó interpretada por el inolvidable tenor Emili Vendrell o por el no menos inolvidable cantor melódico Pep Guardiola (no el Pep del Barça), altrement dit Pepe Hucha. Pues bien cierto es —y este dato procede del primer informe de la segunda comisión, y no ha sido desmentido por la tercera— que la patria es un artefacto sentimental que los catalanes llaman guardiola (es decir, hucha), pero posiblemente se trata de una apreciación apresurada. Puesto que el relato postmoderno no escatima el tejido intertextual, tampoco se vislumbra que quiera perderse ninguna teoría, y la retrospectiva del subconsciente invade el proceso político tendente a convicciones formales, en las que nada es casual, por lo que urge mitigar el ridículo internacional y la vergüenza histórica que, según no se cansan de repetir los agoreros de siempre, acarrea nuestra negativa a condenar los crímenes del purulento e insepulto franquismo.

De modo que la gran pregunta, señorías, no es qué pasa con los sobres, sean marrones o blancos, abulten mucho o poco, sino por dónde pasan, si en las inmediaciones o aledaños o aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o quizás pasan lejos del tacto que, de tan discreto, dificulta la necesidad de confirmar su densidad y espesor. Francamente, no sabría decir, señorías. Porque yo, y con esto termino, señor President, nunca leo las instrucciones de este medicamento ni consulto con el farmacéutico.

 

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DISCURSO DE APERTURA DEL AÑO JUDICIAL 

Señorías, honorables magistrados, acreditados juristas, distinguidos miembros y miembras del TSJD. Es un verdadero privilegio dirigirme a ustedes un año más para anunciarles, en primer lugar, que no ha lugar. Es decir, el auto no procede. Caso archivado. Y no caben lamentaciones: contra todo pronóstico, según recientes estudios debidos a causas ajenas a nuestra voluntad, tampoco en este curso judicial que estrenamos lloverá a gusto de todos si la fiscalía, como es de rigor, recurre. En consecuencia, se prevé que esta fructífera crisis propicie una jurisprudencia a tiempo completo y saturada de dilaciones, pruebas sin practicar y ocultación de datos, con relevancias inesperadas y vistosas de juezas de piernas cumplidas, flamígera toga, airosa melena y cintura juncal, que la fiscalía observa siempre con recelo y cálida pupila, amén de contenciosos encharcados y litigios trabados de diversa procedencia y confuso origen, derivados de algún afanado botín, bancario o no, cuya naturaleza políticorrapiñosa podría, si fuéramos incautos, que no lo somos, confundirnos. Conviene insistir en que el auto no ha lugar, porque, si es cierto que por fin el paro toca suelo, lo pertinente sería ir convenientemente calzados. Sin embargo, nada se nos dice al respecto, señorías, por lo que cabe pensar en una recusación que considere exentos de tributar los donativos ilegales y los exhortos caducados. Es decir, el hecho de que un banquero se apellide Botín no es ninguna broma. Es lo que hay, señorías.

Habrá pues que investigar por qué ese empeño en investigar los crímenes del franquismo sin haber antes investigado por qué no se investigó el crimen de la madrileña calle de Bordadores. Prescripción, archivo y amnistía son palabras sagradas, y desde luego sobran los juicios apresurados, ya que el inculpado en ningún momento expresó lo de si tú me imputas por un delito fiscal moroso, yo te imputaré con un dedito fecal amoroso. De ningún modo; lo que dijo fue “si un puro cerdito amoroso”, que al parecer es el título de una inocente canción de Amy Winehouse, lo cual propiciará exhortos y dilaciones, requerimientos y requiebros y tocamientos furtivos por debajo de la toga —dicho sea sin deseo de imputar a nadie, señorías, pero hablando claro, desechando de una vez por todas aquellas florituras verbales propias de una jurisprudencia rancia felizmente desacreditada— que confluyen hoy sobre el tantas veces maltratado pero siempre jovial cuerpo jurídico —un tanto ajamonado, si se me permite la observación—. En cualquier caso, decía, el nuevo curso se presenta moderadamente halagüeño.

Pasaré seguidamente a exponer las razones de mi discreto optimismo, pero antes, haciendo uso del privilegio que conlleva mi condición de Presidente del Tribunal Superior de Justicia Diferida, me permitirán que exprese mi estupor por la extraordinaria diligencia con que han ocupado ustedes sus asientos. No es asunto baladí, señorías, y sugiero que se dicten medidas cautelares. El ímpetu con que la presunta chusma se ha abalanzado a las sillas ha sido evidente, hay pruebas abrumadoras de pisotones y codazos, empujones y achuchones de todo punto punibles y más que probable causa de demanda. Señoras y señores magistrados, dejo a su criterio la conveniencia o no de abrir una causa para determinar las posibles responsabilidades, pero sin duda se trata de unos hechos repudiables y contrarios al espíritu sosegado de nuestra jurisprudencia. Haber llegado tan apresuradamente al lugar de los hechos y haberse sentado tan rápidamente, guardando respetuoso silencio y apremiando con ello al orador a tomar la palabra, sin darle apenas tiempo a carraspear ni a ponerse las gafas o a coger aliento para una oratoria imparcial, ajena por completo a los intereses de partidos y gobierno (algo que la prensa canallesca nos exige una y otra vez, ni que fuéramos tontos), sin concederle tampoco al conferenciante ni siquiera un segundo para lanzar una mirada al auditorio y calibrar las extraordinarias expectativas que ha suscitado su discurso, en fin, quizá cabría considerar, estarán de acuerdo conmigo, ilustres magistrados, que todo ello podría acarrear procedimiento por vía contenciosa y de paso acelerar el pago de algún aguinaldo retrasado y atender a la provisión de más ordenadores, folios, bolígrafos y togas de falda corta. ¡Y que luego no me vengan con nacionalismos! ¡Para espasmos emocionales, los míos, señorías, que añoro el imperio austrohúngaro y no digo nada!

Disculpen la repentina efusión sentimental histórico-geográfica, pero es que la nostalgia independentista me provoca siempre unos irrefrenables chorros de emotividad. Si bien es cierto que en muchos casos es dudoso que corresponda depurar responsabilidades, ya que los medios de comunicación públicos gozan de libertad (aunque sometidos al control de quien sabemos y no conviene dejar de saber), en otras demandas deberán ser decididamente descartadas. Veraz y jurídicamente hablando, señorías, es decir, dejando que la Fiscalía General de Demoras e Indultos agravie y escandalice a la opinión con sentencias asnales, la necesaria impunidad está más que garantizada, es decir, quedarán lejos de ser amputados (sic) todos aquellos que por justificada demora pierdan un brazo o una pierna, y en cambio quedarán sin efecto aquellas demandas que requieran a la justicia austrohúngara abrir causa criminal contra, por poner un ejemplo, el torturador Billy the Kid, por cuanto, como es bien sabido, el llamado Billy the Kid reside al otro lado del río Pecos y goza de impunidad vitivinícola. Fiscales y jueces la pifian una y otra vez, dicen las malas lenguas, sin querer ver en las puñetas de nuestras togas una afiligranada metáfora de nuestra incorruptible judicatura.

En fin, volviendo al hilo del ovillo o madeja de la lana que más nos importa, por cuanto afecta al cabal entendimiento de las normas del Derecho, sea éste acelerado o demorado, añadiré que una sentencia sobre la reprobable celeridad en sentarse en esta sala y ponerse temerariamente a escuchar mis palabras, podría sentar precedente, ya que mediante escrito se procedería acto seguido a formular demanda, por supuesto sin ánimo de lucro y a condición de renunciar al careo la parte demandante, decisión harto probable y más que deseable en el contexto postmoderno del magisterio fiscal en el que se ajusta la sentencia. Sabemos que no está el horno judicial para bollos contenciosos de compleja harina, y además en este lamentable caso las pruebas apuntan a que la diligencia y rapidez con que han sido ocupadas las sillas podría atribuirse al celo laboral de los ordenanzas o ujieres del Palacio de Justicia, que trabajan eficazmente pero no siempre interpretan correctamente las normas estrictas y las leyes que sirven a los intereses de la Nación. No creo necesario sugerir que se constituya una comisión para que investigue las responsabilidades penales a que haya lugar. Y termino, señorías, expresando una vez más en nombre de todos la esperanza, tantas veces frustrada, de disponer de puñetas almidonadas y birretes de nuevo diseño, y de ver finalmente atendida la sugerencia de usar la toga de falda corta en juicios de larga duración y popular controversia. Muchas gracias.

 

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DISCURSO INAUGURAL DEL CURSO DE EDUCACIÓN Y CULTURA

Ilustres rectores y vicerrectores, autoridades académicas, dignísimos catedráticos, doctores y doctoras en filología, queridos profesores y profesoras de institutos y colegios desconcertados, estudiantes matriculados y cuadriculados (es broma: yo también he sido joven insumiso, asambleario y contestatario), ilustres docentes y docentas cuya presencia acoge hoy esta aula magna, permitidme que despoje de vana retórica mi discurso y acorte su longitud, según exigencias de la vigente normativa en recortables, para decir lisa y llanamente, conforme al estilo lacónico que me distingue: Señores, auguro tiempos de libérrima burricie.

Diré ante todo que la ley Wert ofrece sutiles tapices para la reflexión, no percibidos del todo por los analistas, y relativos a la sempiterna grey elitista y enchufista, discutiblemente filológica y doctoranda, es decir, fraudulentamente pedagógica. La aplicación wertiginosa de la nueva ley lo demostrará, pues ya no podemos negar la necesidad de cambiar algo para que todo siga igual, según nos previno la cautela gatopardesca, sobre todo viendo al joven profesorado sudoroso y en mangas de camisa cortando el césped del campus para ganarse un plus extra, pues su paga no llega a los 500 euros, estimulante ejemplo de sacrifico y de superación personal que imita al del insigne profesor A. Cadenal Bouco afilando sus lápices con maquinilla propia por los recortes y exigiendo recuperar el recitado de los reyes godos en primaria, memorizar el santoral católico y de paso implantar como asignatura optativa la gestión apostólica del añorado obispo Guerra Campos. Que materia tan piadosa se estime optativa es una cuestión de tapiz. Y a propósito de opciones: no ignoro que tapiz se escribe con m, pero he optado por la t. Y sigo.

Dicho sea con todos los tapices que quieran, lo cierto es que la propuesta de A. Cadenal ya se planteó en todas y cada una de las 45.870 leyes de Educación que en los últimos dos meses han sido aprobadas en el Congreso de los Imputados, por lo que ahora cabe abordar la reflexión que nos propuso recientemente el hombre providencial que ha capitaneado el rescate de la Banca: puesto que en España ya entra el dinero por todos lados y exportamos con tanto éxito nuestra calidad docente asombrando al mundo entero con los acuerdos sobre educación y cultura cerrados en nuestros Congresos de la Lengua Española Transoceánica, y teniendo en cuenta el más que satisfactorio nivel de lectura de los españoles en la comprensión de textos farmacéuticos y de recibos de la luz, de libros bimbociencia de Eduardo Punset y de puntuales informes sobre los estupefacientes amoríos de Paquirrín o los estridentes triunfos sociales de pedorras famosas que exhiben en el plató sus impudicias sentimentales y sus presuntas aventuras de entrepierna, ¿cómo no ver que esta deslumbrante excelencia pedagógica se debe a que exportamos unidad de destino en lo universal y a que el nivel de los salarios es el del año 1999, según dictamen de la Patronal refrendado por el banquero Botín?, dichos sean oficio y apellido de este señor sin ánimo de burlona redundancia.

No conviene olvidar, sin embargo, que el último informe del Departamento de Élites y Enchufes Meritorios nos previene ante el imparable avance de la marea verde, que no es navegable ni permite detectar, en medio de su turbulento oleaje, ninguna bandera nacional con la gallina, por lo que la nueva ley que se está gestando, la Ley Wert de TVEducación (¡Wert, el wertiginoso!), que ya ha sido aprobada por mayoría y que va a sustituir la que todavía no se ha puesto en práctica, deberá tener en cuenta, en previsión de males mayores, que la marea no se mueve solamente contra los recortes y la perenne reforma educativa, sino que también se mueve con una populista y facilona pretensión lírica espoleada por un cante flamenco que dice: Tiré un limón al aire / por ver si amarilleaba / subió verde y bajó verde / mi pena nunca se acaba.

Maravillosos versos, por supuesto, que no merecen apoyar el irresponsable reclamo de otras reformas auspiciadas sin duda por intereses ajenos a la sagrada vocación docente que nos honra, sobre todo después del discutible éxito populachero de la pancarta de los verdes con la leyenda “FRANCO HA WERTO”, que de todos modos no ha conseguido borrar la famosa y discreta sonrisa ladeada del vilipendiado, su risueña gentileza de ex tertuliano televisivo de sutil maestría dialéctica. Se ha corrido la voz, sin base para ello y sin matizar los tapices, que a tan relevante personaje le afecta ocasionalmente y de repente un aire fantasmal y aparece ante los medios como transmutado en una especie de antiguo y arrogante procurador en Cortes con el mentón alzado y beligerante, impoluta chaqueta blanca de gala falangista, gomina en el pelo y bigotito recortado a lo Martínez-Pujalte (el vetusto diputado de la derecha se afeitó el bigote, cierto, pero su cara es de ésas que, incluso con el bigote afeitado, parece que presume de llevarlo), y clamando a la bancada izquierdosa (es un decir) del parlamento: “Hay que españolizar a los niños catalanes”, cuando lo que habría que hacer es baturrizarlos.

Republicanas extravagancias pretendidamente educativas abrigan hoy de nuevo insondables esperanzas supuestamente progresistas reivindicando una escuela pública, laica y gratuita, y movilizando verdes mareas sin posibilidad de éxito en nuestros esquilmados campus cuyo drenaje funciona bien, lo mismo que el de los campos de fútbol donde los educandos vociferan debidamente desbecados y desmatriculizados, a semejanza del muy edificante drenaje en las vociferantes tertulias televisivas, no menos eficaces pedagógicamente hablando y de suma importancia educativa, es decir, todo aquello que podríamos considerar una puesta al día de la antigua y añorada asignatura de Formación del Espíritu Nacional. Me refiero a la programación previamente ordeñada, pues resulta evidente que el aparato televisivo que preside los hogares españoles incide en la formación cultural del pueblo con tanta eficacia que está dejando obsoleto el Ministerio de Educación y Cultura. Programas como Sálvame, de dialéctica ejemplar y riqueza verbal y valores educativos incuestionables, o como Corazón en la cadena pública, de gran audiencia y dos emisiones diarias, dos, una a las 14:30 y otra a las 18:30, han sido ya propuestos para sustituir a los informativos totalmente obsoletos, del mismo modo que las amenas e instructivas tertulias radiofónicas y la pantalla virtual hacen ya innecesarias las ruedas de prensa sin preguntas y sin periodistas.

Recientes y alentadoras noticias, como la del president Artur Mas blindando TV3 mientras recorta un 11% en Universidades, confirman este pronóstico. Dicen que en la enseñanza ya no existen saberes, sino interpretaciones, así que es hora de admitir que esa omnipresente pantalla que arroja basura felizmente reciclable en el comedor de nuestros hogares ha suplantado al Ministerio de Educación y Cultura, pues su gestión incide en los educandos de manera mucho más efectiva y decididamente más glamurosa, poniendo de manifiesto que la auténtica ilustración moderna a partir de ahora será televisiva y no libresca al haber alcanzado por fin la perfecta y ansiada simbiosis entre televisión y cultura, algo que permite augurar un futuro de verdes mareas, sí, pero con más platós para debates de pedorras, más educandos y educandas ilustrados, vociferantes y desinhibidos, más paquirrizados.

Esta nueva ley de Educación ya está en marcha, ilustres pedagogos. Wert el wertiginoso vela por todos nosotros.

Muchas gracias.

Juan Marsé

Juan Marsé (Barcelona, 1933) es escritor. Ha publicado, entre otras, las novelas Últimas tardes con Teresa (Premio Biblioteca Breve), Si te dicen que caí (Premio México de Novela), Un día volveré, Rabos de lagartija (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa) y Caligrafía de los sueños. En 2008 recibió el Premio Cervantes de Literatura.