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La cocina de los dictadores

La cocina de los dictadores

¿Somos lo que comemos? Aunque los futuristas sostuvieron que “se piensa, se sueña y se obra según aquello que se bebe y se come”, seguramente no sea así. Sin embargo, los paradigmas totalitarios siempre han querido abarcar aspectos integrales de la vida de sus gobernados.

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Desde el vegetarianismo oportunista de Hitler, partidario de los alimentos vegetales crudos por mero beneficio personal, que sembró de misticismo el consumo de verdura y barruntó que la humanidad del futuro sería vegetariana, hasta la gran panoplia plurinacional de la cocina soviética, de carácter clasicista, a la que Stalin se había aficionado durante sus destierros en Siberia y con la que pretendía elevar el tono de la humanidad socialista, pasando por la  (pasta en seco) de Mussolini, en cuya defensa se enfrentó a la vanguardia futurista.

Los pichones de Hitler, como su poderosa Luftwaffe, tenían ese músculo hecho para las grandes migraciones y abarcar grandes distancias. Lenin profetizó a sus discípulos que Stalin “les serviría un estofado picante”, y el chanakhi fue el guiso con que se instrumentaron las purgas. Mussolini vería por su parte cómo el sur de Italia, la cuna de la pasta que defendió, fue la puerta de Troya por la que los aliados entraron, con ayuda de la Mafia, para derrotar al fascismo.