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Cuba, el paraíso de la ciencia ficción

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Jorge Enrique Lage es, para la ciencia ficción cubana, justo eso: ciencia ficción. Otra vuelta de tuerca. Su penúltimo libro, La Autopista: The Movie, aterrizó en España en 2015, y si nos bebemos esa coctelería alucinante —que, como bien apunta Juan Pablo Villalobos en el prólogo, desliza escenarios improbables para una isla apocalíptica: “conversación entre Fidel Castro y el presidente de la Coca Cola, beisbolistas confinados en Guantánamo, un capítulo que es un concurso de skateboard”—, descubriremos que el residuo del fondo, lo que no nos podemos beber, lo que no se diluye, es realismo mineral. Una piedra de sal en el riñón.

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A través del pretexto de la ciencia ficción, la literatura cubana en general ha arribado con Lage a un punto de incontrastable originalidad, siendo Lage el narrador más conspicuo de su generación y siendo su generación —la llamada Generación 0; grupo que, digámoslo rápido, hoy ronda entre los treinta y los cuarenta y que irrumpió en la escena cubana a comienzos de siglo— una de las que más significativamente decidió buscar referentes narrativos fuera de esa granja avícola, cooperativa bucólica, que los hermenéuticos al uso tipifican como “lo cubano”.

El problema con los paisajes áridos, el neón y los buitres, los galpones abandonados, los cyborg tropicales y las chicas metálicamente rubias salidas de revistas de improbable circulación en La Habana, postales todas que a través de varios libros van conformando el muy particular escenario lageano, es que son verdad. De un tiempo a esta parte lo que caracteriza cierta ciencia ficción cubana es que, tal vez como toda ciencia ficción, todavía no es comprobable, pero no porque pueda ocurrir, sino porque está ocurriendo a escondidas.

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Dice Fabián Casas que lo tenebroso con Gregorio Samsa es que es real y no una parábola, está ahí. Es una cucaracha y va a morir aplastado. Dice David Foster Wallace que, si leemos a Kafka tal cual, descubriremos que su literatura está llena de humor. Tienen razón ambos. Sólo no hay que ponerse sofisticados. Si, por un momento, somos simples, antiliterarios, el punto de horror va a aparecer.

Y ése es el quid de la mejor ciencia ficción cubana contemporánea. No es sofisticada. Es escandalosa por su visceralidad. La ciudad derruida, el escombro y el desamparo ya están ahí. Apenas un error de paralaje, la desacertada creencia en la consecutividad histórica, nos hace pensar que la precariedad del retablo cubano es aún más consecuencia que causa. Hemos pasado suficiente tiempo enquistados en un presente que de sobra tenía que haber concluido como para que ese presente ya no sea también el futuro.

El costumbrismo cubano es una versión inducida del porvenir. La literatura de Lage es el rayo X de la postal cincuentera de La Habana, ese grisáceo espeluznante de la anatomía interna, el pistoletazo en la sien de los que pretenden seguir viendo un Chevrolet en un auto que, por fuerza, después de todas las adaptaciones a las que ha tenido que someterse, ya no puede ser un Chevrolet sino, literalmente, una nave espacial. Congelarse, y Lage lo sabe, produce una deformidad que nadie quiere mirar y que, si miras, vas a querer posponer. Cierta ciencia ficción cubana no es más que eso: decirle sí, ya, a lo que el resto le dice todavía.

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Pero la mayoría de la ciencia ficción cubana no vale la pena. Y no la vale porque hay demasiada. Siguiendo la máxima del campo literario como una competencia, me temo que Lage se sostiene sobre esa montaña de voluntariosos cienciaficcioneros, obreros embarrados con la grasa de la mala prosa y la pirotecnia futurista, acumulación de cadáveres que, después de todo, por suerte, cimentan un corpus vivo.

En un texto publicado en 2009, la escritora Gina Picart decía: “…hoy la gran mayoría de los escritores de cf no proviene de medios de formación literaria, sino de campos tecnocientíficos donde el empleo y dominio de la lengua y la posesión de una cultura sólida no son los primeros requisitos exigidos para considerar aceptable un desempeño; en segundo lugar, la enorme mayoría de lectores y escritores de ciencia ficción no consumen más que productos del género, leen poco o ninguna literatura general…”.

Hay aquí un par de aseveraciones muy discutibles, de evidente sesgo intelectual (Lage, por ejemplo, es bioquímico, ¿y qué?), pero en algo Picart parece tener razón: el grueso del ejército de liberación nacional de la ciencia ficción no parece leer literatura general, y en ocasiones no parece leer en absoluto. Saturación de cultivadores del género. En Cuba: marabú, barahúnda política y ciencia ficción. Los dos primeros se saben. Pero, lo último, ¿por qué?

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No hay una razón concreta y tampoco tendría por qué haberla. Probablemente el mayor sacrilegio sea intentar encontrarle a la ciencia ficción una respuesta desde campos discursivos que, por su propia naturaleza, ya la contradicen.

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Epigramas:
CF vs FC.
Ciencia Ficción versus Fidel Castro.
CF: Ciencia Ficción. O Castro Fidel.

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Hastiados, agotados, asqueados del realismo, los escritores cubanos se pusieron a figurar, a torcer. Ensayaron a coro una respuesta política y literaria. En los noventa, gracias a la falta de periódicos, la ficción cubana se cebó y se corrompió en la fauna testimonial: jineteras, proxenetas, balseros, mulatas, delincuentes. Trilogía sucia de La Habana, como La Autopista: The Movie en su contexto, también se sostiene sobre una montaña de cadáveres.

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La reacción, en los dos mil, fue alejarse de todo eso. Nadie soportaba otro arquetipo sufrido de la postrevolución.

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Ambiente punk, chicos orgullosamente nerd, lectores de Carl Sagan y de Philip K. Dick. Evasión. Rechazo tácito al status quo. Oscurantismo freaky. Incomprensión. Sensación de no haber nacido en el sitio correcto. Vade retro al comunismo: tan cutre, tan seriote, tan almidón. En algún momento la ciencia ficción cubana hecha por narradores jóvenes tenía que dar algo bueno porque su eclosión, al fin y al cabo, es perfectamente comprensible.

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Entre los profesores del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, una escuela ya antológica donde los aspirantes a escritores de la Isla reciben un curso de técnicas narrativas, se encuentra Raúl Aguiar, reconocido como uno de los maestros del género, alguien que ha debido moldear e influir a decenas de muchachos.

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Se sabe además que dentro de Cuba, sin mercado editorial, sin crítica literaria, sin catálogos especializados, sin selección de autores, se escribe sobre todo para premios. Consciente e inconscientemente pensando en estructuras o argumentos que quepan dentro de las bases o géneros que convocan los premios. Es la única manera más o menos rápida, efectiva y decente con que un desconocido puede publicar. Y casi no hay premio cubano que se respete que no convoque la ciencia ficción. Y casi no hay premio cubano que no termine premiando. Como si les apenara declararlo vacío.

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Ya no son los tiempos de Oscar Hurtado, Miguel Collazo o Agustín de Rojas, precursores que se batían de contrabando. Lo que valdría la pena averiguar es en qué momento canonizaron el género y tantos premios comenzaron a convocar ciencia ficción y literatura infantil. Y, más que en qué momento, ¿por qué? ¿Géneros que creyeron políticamente correctos? Es una respuesta pobre y paranoica. De cualquier premio te puede salir un Lewis Carroll.

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Estamos de nanas y entropías hasta el tope, y al agujero negro que es el pintoresquismo cubano contemporáneo ya habría que sumarle el intento de fuga, definitivamente digerido, que significó la ciencia ficción. De hecho, este texto se escribe después de que un editor extranjero terminara preguntándome a qué se debía tanta ciencia ficción cubana y yo le prometiese una respuesta que, visto lo visto, no tengo.

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¿Por qué Philip K. Dick sabía que su hijo estaba enfermo cuando ni su mismo hijo ni los médicos lo sabían? La ciencia ficción cubana que surgió y se escribió como respuesta a algo va a morir o ya está muerta, como mueren los arrebatos políticos. Nuestra mejor ciencia ficción, como la de Jorge Enrique Lage, ha sido siempre una corazonada.

 

[1] La lancha Apache Star del alemán Roger Klüh tras implantar un récord de velocidad sobre agua entre Cayo Hueso y La Habana. Agosto de 2015. Fotografía de Fernando Medina Fernández para Cubahora. © Cubahora.
[2] Cubierta de La Autopista: The Movie, de Jorge Enrique Lage (Esto No Es Berlín, Madrid, 2015).