Contenido

Que todo el año suene a calvario

Modo lectura
Un nuevo proyecto que intenta desestacionalizar la saeta mira a Peter Gabriel o Enrique Morente para enganchar al público menos devoto y procurar, como hicieron otros antes, sorprender con un palo que se resiste al cambio.

Hacer de la saeta algo ameno, para cualquier ocasión y musicalmente variado fue el objetivo de Antonio Pastora cuando compuso el último disco que canta La Trini, una cantante de Córdoba con facilidad para llevar la raíz del flamenco hacia el jazz y viceversa. La empresa parece imposible al tratarse de un palo centrado en un solo y delicado tema: el calvario de Jesucristo en sus últimos días como hombre. Pero ni Antonio ni Trinidad se arredraron y crearon Saeta, once temas con referencias a Debussy o Satie y aires de Peter Gabriel pensados para acompañar en el coche, en casa, en el trabajo o ante la imagen de un santo.  Y no necesariamente en Semana Santa.

Hay muy pocos discos de saetas y aunque su proyecto es el más ambicioso y novedoso musicalmente hablando, no son los primeros que intentan sacar de sus límites a un género que se hizo plenamente flamenco a principios del siglo XX. Otros, la mayoría anónimos, lo intentaron con la letra:

Atormentao y sin culpa

te llevan en una cruz.

Lo mismito trata el amo

al campesino andaluz.

Letras que comparan las fatigas del dios con las del humano, versos con otra intención que reflejan “la recia humanidad de una saeta”, como escribió Manuel Chaves Nogales.

Una visión menos devota

Así, yendo de lo divino a lo humano, se le daba otro cariz al canto procesional por excelencia. Los ejemplos no son pocos, pero quizás fue Antonio Machado el más atrevido cuando se negó a cantarle a un ídolo perdedor y “siempre por desenclavar” en los versos que le dedicó al Cristo de los Gitanos. Antonio Burgos dice que el poeta despreció a los sevillanos, a la Semana Santa y a los calés con esta composición aunque no parece que haya ánimo de ofensa en los versos de Machado, sino más bien un cambio de foco que no atiende tanto a dios y se cuestiona los actos de los humanos.

Las palabras del escritor sevillano sirvieron como punto de partida para que otros osaran, poco y con mucho pudor, darle un sonido distinto a la Semana Santa. Uno de ellos fue Joan Manuel Serrat, que con esa misma letra hizo una canción. La interpretó a su manera, sin la potencia de voz que requiere el palo y sin la fe de quien se arrodilla ante el palio. Pero la popularizó de tal manera que sacó la Semana Santa de donde estaba empadronada y consiguió que incluso algunos descreídos la canturrearan.

Luego Serrat le prestó su hit a Camarón, pues si lo que narra una saeta es un calvario, nadie mejor que la voz del De la Isla para explicarlo. José se acompañó de Tomatito, que le metió guitarra a un estilo que se ha ejecutado siempre a capella, con tambor y poco más, que el luto no admite bullas. Y el resultado fue sobrecogedor:

Cambios de voz

Para acercarla al público y sacarla de su estación habitual, otros artistas también optaron por enlatarla pero sin necesidad de cambiar letra ni música. Es el caso de Diego Carrasco que dejó de lado su soniquete jerezano para ponerse austero y entonar una saeta que aparece grabada en el álbum Voz de referencia. Dice así:

“Espérame en el puente, que vuelvo muerto.”

El cachorro me dijo cuando salía,

“este año no puedo con mi agonía.”

La letra es la de cualquier saeta: hiperbólica, sangrante y sombría. Pero Carrasco la hizo sin alarde de voz, sin santo presente y sin Semana Santa. Y la metió en un disco, como en el caso anterior, para que cada cual la consuma cuando prefiera. El “cachorro” de la letra es el Cristo de la Expiración, al que la leyenda dice que el escultor que lo talló le puso ese nombre porque “cachorro” se apodaba un gitano que murió a sus pies de una puñalada. Al parecer, era mujeriego el chico y alguien le cobró ese gusto. De su cara moribunda cogió los rasgos el artista para esculpir la imagen sagrada, que tiene iglesia en Sevilla y una hermandad que lo adora y lo pasea en Semana Santa.

Qué papel tan importante el de los gitanos en los ritos, nombres y formas de esta celebración cristiana. Será porque de calvarios esta raza sabe un rato.

El toque carnal

Pero la Semana Santa no suena sólo a saeta. Precisamente la Hermandad del Cachorro saca su paso al ritmo de Desamparo, una marcha procesional obra de Germán Álvarez Beigbeder, compositor de principios del siglo XX que también creó marchas militares, obras sinfónicas, himnos y pasodobles.

Beigbeder engendró un hijo que siguió sus pasos en la música aunque optara por pasiones muchísimo más carnales. Es Manuel Alejandro, creador de buena parte de los temas que hicieron famosos a Rocío Jurado y Raphael, emblemas de la carne en años donde estaba prohibida, no tanto comerla como enseñarla. No hablemos ya de gozarla. Debía pensar Manuel que si un calvario es un rosario de adversidades y pesadumbres, nada como el amor para gestarlas.

Y fue la Jurado quien, a golpe de garganta prodigiosa y estilo propio, se atrevió a darle otro aire a las saetas. Como otras folclóricas hicieran antes, cantó a vírgenes y a cristos, derrochando voz, sí, pero también escote, que para algo fue ella quien sacudió los restos de la sentimentalidad franquista y aupó la sensualidad usando como bandera las letras del mismo Alejandro. Por eso, igual le cantaba a la Macarena sin peineta y con un hombro al aire, que con peina pero vestida de azul. Ni de morado, ni de negro, colores más propios de Jueves y Viernes Santos, con lo que demostraba que la falta de respeto suele estar siempre en el fondo y rara vez en la forma.

Percusión senegalesa para la pasión de Cristo

Como se ve, la saeta flamenca ha cambiado poco en su siglo largo de historia. Saeta es seguramente el ejemplo de un cambio más profundo y se centra en lo musical. El cante de La Trini es ortodoxo pero en el disco hay además de percusión senegalesa, ecos de Omega, de Enrique Morente y Lagartija Nick o de La leyenda del tiempo, de Camarón de la Isla. Dos discos “impuros” para la ortodoxia flamenca, pero que le han servido de guía a sus autores para forzarle las costuras al palo y buscar nuevos públicos, quizás no devotos, pero sí melómanos. 

"Cuando lo explicamos, algunos imaginan el trabajo realizado por un DJ", explica Antonio Pastora, que reivindica la saeta para cualquier época "igual que hay torrijas en los restaurantes todo el año o comemos helado de turrón en verano". Es difícil saber si conseguirán su objetivo y que un público más amplio que el que frecuenta las procesiones se anime a escuchar saetas en casa, en el gimnasio o en el coche. De momento, al igual que les pasa a mantillas, pestiños y peinetas, ese canto dirigido al hijo de Dios agonizante sigue siendo todavía un producto de temporada.