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El 5

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El 5 es un autobús especial porque es el único que llega desde el centro de la ciudad a la estación de Chamartín y porque una vez que enfila la Castellana no mantiene el rumbo, sino que realiza su particular desvío por Chamberí para volver luego a la “normalidad”, camino de la Plaza de Castilla y de la estación de Chamartín.

Todavía muchos recuerdan cuando se abrió la estación y se pensó en ella como un ejemplo de modernidad asociado al entretenimiento a la americana. Duró poco aquello. Desde hace muchos años a lo que se asocia es a la Operación Chamartín. Un negocio multimillonario basado en la urbanización de un espacio, cuyo eje es la calle Antonio de Cabezón, donde se mezclan antiguas instalaciones industriales y campamentos improvisados. La organización del entorno ha aislado la Estación. Por sus puertas sólo pasan a día de hoy dos autobuses, el 5 y una línea especial T62 que lleva trabajadores desde la Plaza de Castilla al edificio de Correos de la Avenida de Burgos. El 5, a su manera, es el explorador de un territorio comanche del que los especuladores de la ciudad, los enemigos de Madrid Puerto Aéreo y partidarios del Madrid Solar en Venta, esperan grandes beneficios.

El caso es que el 5 parece un autobús normal y corriente en su parada de la calle Cedaceros. Los arreglos de Sol y Sevilla han desplazado su salida hasta ese punto, donde espera solitario frente a un club de aristócratas y a pocos metros del ex cine Bogart y su secreta arquitectura.

El 5 inicia su camino de forma convencional bajando a Cibeles y tomando el lateral de la Castellana. Su verdadero inicio tiene lugar en la intersección de Martínez Campos y Castelar. Es un giro que nos lleva al terreno de los padres de la patria y la relación freudiano-política que Madrid establece con los mismos a través del callejero y la estatuaria. Martínez Campos fue hacedor de la restauración alfonsina  y Castelar el más conservador de los presidentes de la primera república. A Arsenio Martínez Campos se le otorgó esta calle, que anteriormente se llamó del Obelisco. Además de albergar la casa de la Institución Libre de Enseñanza, incorporó también a las misioneras de Boston, que levantaron el Instituto Internacional de la calle Miguel Ángel, y la Residencia de Señoritas que se extendió por la calle Fortuny. Una calle pues señorial y reformista, con ese toque aristocratizante de la Institución, pero también con ese sabor protestante y reformista que tenía, en el Madrid moderno del primer tercio del siglo XX, todo lo burgués que no fuera estrictamente católico. A Martínez Campos también le obsequió el Ayuntamiento madrileño con una estatua a caballo en el Retiro diseñada por Benlliure. Por iniciativa del Marqués de Cabriñana, que ha pasado a la historia por ser el último gran defensor del duelo y el individualismo radical a la antigua usanza, se organizó una suscripción popular que consiguió terminar su monumento antes que el de Alfonso XII sobre el Estanque. La idea de Cabriñana era que Don Arsenio no podía faltar en el relato de la restauración y, como las autoridades no le habían dejado sitio en el “supermonumento”, él se encargaba de que Martínez Campos estuviera presente aunque fuera de espaldas. Hace pocos años Fernando Sánchez Castillo dibujó unas cuerdas que unían el caballo del general a la columna que sostiene a Alfonso XII para subrayar la unidad de los dos conjuntos y expresar que, con su aire de soldado triste, es el caballo de Arsenio el que sostiene en la orilla el edificio de la restauración y evita así que naufrague en el Estanque. O sea que Sánchez Castillo le reconocía a Cabriñana un cierto éxito en su intervención y así se reconoció, también, en su momento inaugural al que asistió el rey y en el que pronunció un discurso Antonio Maura, Presidente del Consejo de ministros.

Por su parte Emilio Castelar fue un padre de la patria querido y respetado. La restauración lo eligió entre los cuatro presidentes republicanos como el más llevadero y además de darle durante un tiempo su nombre a la que hoy es Plaza de Cibeles, encargó el actual monumento para conmemorar la mayoría de edad de Alfonso XIII. En él se permitieron los mayores atrevimientos liberales de la estatuaria madrileña con un elogio del escaño, único en Madrid, y tres mujeres desnudas coronando el conjunto que dan cuerpo a la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Un detalle afrancesado que en el Madrid de comienzos del siglo XX no dejaba de tener su picante y que durante el franquismo se sostuvo sin comentarios, en ese silencio espeso de años rabiosamente antiintelectuales.

El caso es que el 5 acepta la invitación de Martínez Campos y eso le permite hablar con la Embajada de Colombia, la Fundación Ortega, el Instituto Británico, los Juzgados de lo social, el Museo Sorolla o la renovada ILE, antes de girar a la derecha y encajonarse en la calle de Alonso Cano. Este es un tramo que carece de lógica. Entre Martínez Campos y Fernández Villaverde recorriendo calles estrechas que retardan su camino. ¿Qué podemos sacar en claro de analizar esa conducta de un autobús llamado por su numeración a los más altos destinos?

Alonso Cano representa uno de los grandes tabús contemporáneos: el del artista asesino, modo Caravaggio. Coetáneo, compañero y amigo de Velázquez fue un artista prolífico y reconocido aunque haya quedado opacado por su colega. Fue acusado del asesinato de su esposa, a la que encontraron cosida a cuchilladas en su lecho. Tuvo que dejar Madrid. Antes había tenido que dejar Sevilla por herir a otro pintor en duelo. Vivimos el mito de la bondad de la cultura. El 5 educadamente nos recuerda que no siempre. Y en los colegios se evita hablar de su mal carácter. El 5, al elegirlo para su extraño camino, nos hace reparar en él y atender a su singularidad.  

Como calle, Alonso Cano tiene el suficiente número de árboles como para poder pisarla en verano. También un toque popular con su mercado de Chamberí o el restaurante Paulino, con un lugar destacado en ese libro de culto titulado Donde come la burguesía cuando no paga la compañía. Además tiene sus arquitecturas destacadas, compartidas con Modesto Lafuente, en las manzanas contrapuestas que dan a José Abascal y en la última manzana que da a Raimundo Fernández Villaverde. En José Abascal las Hijas de la Caridad encargaron, a principios del XX, un hospital de convalecientes a Rafael Martínez Zapatero, arquitecto del monumento cervantino de la Plaza de España. Construyó un hospital neomudéjar que hoy aloja un colegio y algunas otras cosas. Treinta años después, dado el éxito, las monjas cruzan la calle y encargan un hospital para niños a Rafael Martínez Higuera, que levanta un edificio racionalista. Ambos hospitales los ocupa el ejército durante la guerra y, una vez finalizada, las Hijas de la Caridad recuperan el primero y el segundo queda en manos de Auxilio Social. Eso explica que haya sido sede del Ministerio de Asuntos Sociales. En la última manzana entre Alonso Cano y Modesto Lafuente hay un antiguo cuartel de artillería que se supone uno de los primeros edificios madrileños con estructura de hormigón. Levantado cuando la calle era Ronda, y se teorizaba sobre la conveniencia de colocar los cuarteles en las afueras, ha merecido sus quince minutos de fama porque se va a derribar para levantar una promoción de pisos de lujo. El edificio no tendría mucha pinta de cuartel si no fuera por el símbolo del cuerpo de Artillería, que remata la verja.

Para el camino de vuelta el 5 enfila Modesto Lafuente, otro olvidado con misterio. Periodista y escritor, su Historia General de España fue la primera en su género y adornó las bibliotecas de las clases medias españolas con los ramalazos integristas del liberalismo conservador. Renunció a ser cura para hacerse isabelino, pero renegó siempre de la Desamortización de Mendizábal. Fue el paradigma del historiador durante muchos años y nunca renunció a una idea de España concebida como nación unitaria, amparada por la Providencia, desde tiempos inmemoriales. Tuvo gran difusión y está en el origen de la conciencia nacional española que nos aflige.

La calle se distingue por sus instalaciones sanitarias. El Centro de Especialidades en el número 21 depende del Clínico y tiene sello racionalista. La Milagrosa en el número 14 nos recuerda la parroquia que está del otro lado de la manzana y mezcla sus aires de clínica moderna, su origen de padres paúles e hijas de la caridad y un centro de medicina nuclear en el que los isótopos domesticados trabajan a las órdenes del doctor Pérez Piqueras. También son interesantes para el viajero las vistas del Palacio del Marqués de Taurisano, que se construyó en los años veinte y que permanece escondido y misterioso en el número 41 de la calle, o los tres bloques que proyectó César Cort en los números 16, 18 y 20, que ensayan una nueva forma de ocupar la manzana. Son bloques, proyectados antes de la guerra y terminados después, que nos hablan del ensanche de Chamberí, que se seguía rematando en los años treinta, y de César Cort, creador de la Quinta de los Molinos, en el que se juntan la política, el urbanismo, los negocios, y la academia.

El pasajero suele estar más atento a que el autobús no se roce con los coches aparcados que a darle vueltas a los matices del callejero. Los analistas coinciden en que, con ese rodeo para llegar desde Sol a Chamartín, el 5 explora Chamberí y las dificultades de la ciudad para constituirse como comunidad. Pero no todo es absurdo, el 5 también resuelve. No hay más que apreciar su orden interno, la distinción de sus conductores, la capacidad de circular sin apenas conflictos por espacios estrechos y su escrupuloso cumplimiento con los cruces para entender que, como el resto de la flota de la EMT, conforma uno de los escuadrones principales del orden ciudadano  y que su desvío es una manera de hacerse interesante.

La huella profunda de la Ronda se nota al cambiar de lado. No sólo cambia el nombre de la calles (Alonso Cano pasa a llamarse General Moscardó) sino que la atmósfera se transforma por completo. Pasamos de Chamberí, dibujado en 1860, a un trozo del municipio de Chamartín de la Rosa incorporado a Madrid en 1948. El objeto urbano más interesante es la Basílica Hispanoamericana que proyectaron Sáenz de Oiza y Laorga tratando de repetir la maravilla de Aránzazu. Pero no acaba de entenderse en este contexto. Además hace unos diez años le aplicaron un revoco igualador que destruyó su particular piel rugosa.

El 5 percibe ese cambio de presión y disfruta de la cercanía de Ivorypress. Se asoma a General Perón un instante y se encajona por General Varela hasta girar por General Yagüe para volver a la Castellana. De ese laberinto de militares franquistas queda el 5 exhausto y felizmente, a la vuelta, resuelve el problema con una larga recta por la calle Orense. Calle que simbolizó un tipo de vida y diversión en los años ochenta que luego se ha ido apagando sin perder la comodidad de que le dota su amplitud y la densidad de su comercio.

El 5 circula. Cruzar Raimundo Fernández Villaverde es cambiar de siglo. Más allá de los generales se estira hasta la Plaza de Castilla y desde allí, por Mateo Inurria, Enrique Larreta y Agustín de Foxá, a la Estación de Chamartín. Mateo Inurria fue escultor. Los pescadores del monumento a Alfonso XII y el Lope de Vega que está delante de la Encarnación son obra suya. El argentino Enrique Larreta escribió La gloria de don Ramiro, un libro curioso para sumergirse en la antigua Ávila. Agustín de Foxá fue prócer franquista y Embajador en Buenos Aires, lo que le cualifica para rematar esta extensión hispanoargentina del recorrido. Al final de la calle, la estación espera al 5 porque como autobús único tiene sus derechos. En alguno de los giros el pasajero atisbará los campamentos de refugiados que se han ido creando en los intersticios de lo que algún día se tendrá que ordenar. El 5 tiene suficiente con llegar a la estación y sentir el vacío urbanístico que flanquea sus vías. 

 

De arriba abajo:

El chalet en la esquina de Obelisco (hoy Martínez Campos) con Fortuny en la época en la que lo adquirieron los Gulick para instaurar su Colegio Norteamericano en Madrid, animados por Giner de los Ríos, Manuel Cossío y Gumersindo Azcárate. Actualmente alberga la fundación Ortega-Marañón. 

Placa de la calle Alonso Cano dedicada a Luis García Berlanga, que vivió en ella durante algunos años. Fotografía de Sara Chinarro

Manzana de la calle Modesto Lafuente con los tres edificios proyectados por César Cort, según se ve en Google Street View.

Retrato de Mateo Inurria aparecido en La Esfera en 1915. Fotógrafo desconocido.