Contenido

El oasis de los vinilos busca casa

Modo lectura

Rafa Jiménez es el propietario de la única tienda dedicada en exclusiva a la venta de vinilos en Cuba. En el corazón de Centro Habana, al fondo del fondo de un establecimiento de la calle Neptuno compartido por diferentes actividades comerciales, después de la grifería, la quincalla, pequeños cacharros de cocina, la papelería, detrás de las piñatas, está escondido el tesoro de este amante de la música, único en su especie. En unos cinco metros cuadrados acumula miles de discos de segunda mano –tiene seis mil en total, entre este espacio y un pequeño almacén–, todos ordenados y catalogados en su cabeza; su memoria prodigiosa no falla. Ante cualquier consulta, él sabe si lo tiene y en qué lugar se ubica.

Economista, sesenta años, compró su primer vinilo de adolescente y a los cuarenta y cinco decidió dedicarse profesionalmente a su afición: el coleccionismo. Meticuloso, cuidadoso, detallista, ordenado, le encanta atender a sus clientes. Y más aún poder complacerles. Siente amor por esos discos, y le produce placer intermediar para que vayan a las manos de alguien que los sepa apreciar como se merecen. “Esto va más allá. Hay que sentir lo que uno hace. Satisfacer al que un día venga buscando. Espérate, ahí tienes lo que tú buscas. Vino el que lo quería y lo encontró, se llenó de regocijo y yo fui parte de ese regocijo.”“Han venido personas que han llorado cuando han visto esto y han encontrado lo que buscaban. Pasó con una edición soviética del Álbum Blanco de los Beatles. También con un disco de los mexicanos Los camisas negras. El señor que lo buscaba se sorprendió mucho de encontrarlo. Era un disco que añoraba.”

“Es un hombre culto, de modales auténticos, ajenos a la cortesía impostada y excesiva con que te abruman en muchos negocios de escasa data”, dice de él la promotora cultura Rosa Marquetti en en el artículo Rafa, Neptuno y los discos de vinilo, una copia del cual luce como único adorno del lugar. Comenzó a interesarse por la música a raíz de la afición de su padre, obrero, quien, por las noches, cuando él se acostaba, “ponía a grandes boleristas y trovadores”. Después coincidió de estudiante con amigos melómanos. A los trece “empecé a comprar discos sin tener tocadiscos, los oíamos en casa de amigos. Esto era un pasatiempo de gente con recursos, de clase media, aficionados muy ávidos. En mi niñez, las personas que tenían una buena casa no tenían un refrigerador o un televisor, y mucho menos un tocadiscos. Como mucho tenían una radio”. “Los discos se empezaron a vender por la cartilla.” Se refiere a la libreta de distribución de productos industriales, popularmente conocida como la libreta de la ropa, emitida paralelamente a la libreta de abastecimiento, por el Ministerio de Comercio Interior de Cuba en el año 1962, a través de la cual se vendían artículos subvencionados por el Estado: ropa, calzado, juguetes, perfumes, bisutería, telas, pequeños electrodomésticos, ropa de casa, mobiliario... Al principio se marcaba en casillas, más tarde pasó a ser de cupones y con días asignados para comprar, dependiendo de si se era mujer, mujer embarazada, hombre o niño, del estatus laboral y de la numeración de la libreta. “Recuerdo que para comprar el Thriller, de Michael Jackson, te marcaban en el cupón que habías cogido un disco, ése era un cupón de selección, si te comprabas un disco, no te podías comprar un pulso (pulsera) o un perfume.” “Paulatinamente se fueron liberando* cosas, no creo que los discos entraran en esa liberación, algo pasó, no sé si fue el Periodo especial. Yo recuerdo que en los noventa todavía había lugares del Estado donde se vendían discos.”

Ahora él vende todos los L.P. a cinco CUC (cinco dólares). No importa si son joyas o si están buscadísimos, los vende todos al mismo precio, a clientes nacionales, extranjeros, coleccionistas, despistados o a los vendedores de la Plaza de Armas (el mercadillo de libros antiguos y piezas vintage de la Habana Vieja. No le preocupa que estos después los revendan más caros. Lo que a él le angustia es no disponer de un local decente para su negocio, un espacio adecuado donde pueda exponer los discos, que ahora viven encajados en estanterías de madera y amontonados de la mejor manera dentro de sus posibilidades.“Esto es un tugurio. De hecho, un tugurio dentro de un tugurio más grande. No es una tienda que me prestigie. Al contrario, esto le quita mérito a la hora de vender. Desde 2009 tengo hechas una serie de solicitudes (al Ministerio de cultura y a la Oficina del Historiador de la Ciudad). Siempre han considerado esto como una actividad fabulosa, diferente, pero todo se ha quedado en una señal de humo, se ha desvanecido, esto ha pasado al olvido.” El disgusto por el silencio de las autoridades ante sus demandas por un espacio que le haga justicia a su actividad le ha llevado a no conceder entrevistas. Esta conversación se realiza después de varias visitas y mucha insistencia, pero se niega en rotundo a ser fotografiado aquí porque siente vergüenza.

“Al principio estuve en otro espacio que ahora es un Trasval (tienda estatal en CUC), en Galiano, cuando autorizaron la actividad por cuenta propia en locales del gobierno, que en aquel momento estaban desolados y deteriorándose. Yo formé parte de ese primer grupo. Estuve más de tres años ahí. Empezamos con un pequeño monto y creció. Esto crece y crece, y muchas veces tengo que decirles que no a los proveedores, cuando hay artículos que no son apremiantes.” “Ahora tengo proveedores fijos. En los principios yo mismo empleaba mi tiempo libre en ir a buscarlos, me daban direcciones. La gente compraba discos antes para disfrutarlos, el que no tiene motivaciones musicales, se deshace de ellos, y son los discos que recibimos para otros que los deseen.” Lorenzo, vecino de la calle San Miguel, está liquidando a precio de saldo su colección personal. El tocadiscos se le estropeó hace tres años y no ha encontrado la forma de repararlo. A sus 70 años vive en un apartamento pequeño; la falta de espacio ha pesado más que el apego a ellos en la decisión de venderlos.

El comercio de la calle Neptuno adquiere más significación todavía si uno es consciente de la dificultad de encontrar soportes fonográficos con música grabada en Cuba hace más de diez años. En la red de tiendas Artex suelen vender cds pero el catálogo es muy muy pobre. Lo mismo sucede en Egrem y en los puestos con souvenirs para turistas. En cuanto a vinilos, además de Rafa hay algunos anticuarios y coleccionistas que los venden de forma puntual, no exclusiva, junto con otros objetos, por la izquierda (ilegalmente) y a precios habitualmente más elevados. En el oasis de Rafa conviven variedad de géneros, desde folklore argentino a copla, tropicalismo brasileño, crooners americanos, rock -con mención especial al rock en español, la debilidad de Rafa-, hay de todo y de todos los tiempos hasta los noventa, pero la estrella es sin duda la sección de música cubana y música grabada en Cuba. Debería ser un lugar de culto, con visita obligada para los amantes de la música.

 

* Vender por la libre, en establecimientos no gubernamentales, propiedad de particulares.

En portada, detalle de la tienda de Rafa, que no quiere aparecer en las fotos porque se avergüenza de no disponer de un lugar mejor para vender sus vinilos.

En un mismo espacio de la calle Neptuno, en Centro Habana, se venden objetos de papelería, bisutería, cacharros de cocina, grifería y vinilos.

Fotos de la autora del artículo.