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Semana LIII: Todo a 99 euros

Prólogo de la Cuarta Parte
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1. Melancolía y ciencia

Recibo algunos mensajes y comentarios a través de El Estado Mental. Al parecer, un porcentaje nada desestimable de los lectores de mi calvario se ha olvidado de mi destino y tiende a comentar más la composición de los lotes de recuerdos que describo cada semana, así como su efecto inspirador: los textos ad hoc. En esa selección espontánea están los restos de mi vida. Ese proceso de definición de mi legado que comencé, no sólo por aliviar a mi hijo de un alud de objetos inútiles y dejarle una herencia breve y asumible, sino también por conocer qué es lo que me identifica, me está permitiendo descubrir cómo lo que descarto también me define y, por supuesto, me explica. Hay una parte de mí en lo que elijo como legado, pero hay otra que no es menos importante: la que deposito con amor y con la dosis mínima de nostalgia en cada uno de esos lotes que he ido regalando a mis pocos amigos (Pablo, Bruno, Cristina –aunque el suyo me vino devuelto- y algunos más).

Cada mañana, después de caminar durante un par de horas, sigo eligiendo objetos, libros, discos y papeles y los distribuyo en una superficie llena de cajas vacías. Junto a ellas tengo un gran cubo de basura al que lanzo la mayoría de mis cosas, las que han dejado de ser mías. Por las noches, arrojo esos escombros al contenedor de papel y cartón, o al de vidrio, o al de otros residuos. Después, armo un lote y escribo algo sobre él. Sé con certeza que es una tarea que no acabaré, pero eso no le resta belleza ni sentido.

 

2. Tasación

Uno de esos mensajes que me hace llegar El Estado Mental es el de M. M., que pregunta si puede comprar esos lotes. Es curioso, porque hace un par de semanas estuvimos hablando, más en broma que en serio, de hacer una exposición con todos estos lotes. Una exposición póstuma, claro, porque esta serie acabará cuando yo ya no pueda seguir escribiéndola.

M. M. indica que, junto al lote, le sea enviado el texto referente al mismo, a ser posible en sobre lacrado, impreso en papel de alta calidad y firmado por El Herrador, no por mí, por El Herrador, lo que es un detalle de respeto a mi condición anónima, y ofrece una cifra (extraordinaria) por hacerse con uno de ellos. Su oferta me produce cierto vértigo. Al margen de los lotes que he regalado (y esos no están reflejados en estas páginas) puedo tener otros veinte preparados. La posibilidad de que esas cajas queden en manos de los lectores y seguidores de esta serie me resulta inquietante.

Comento todo esto con los amigos de El Estado Mental y les parece una buena idea intentarlo. En cuanto al precio, nos resulta imposible tasarlo: depende del valor que le dé quien quiera hacerse con este recuerdo. Sumar el valor de cada objeto de los que componen cada lote es absurdo. En tiendas on line podrían sumar 50 euros o mil, según cada caso, dependiendo de si incluye alguna rareza o algún tesoro de coleccionista. Hay quien considera cada lote como “una creación artística única e irrepetible, con el extra de llevar el texto ad hoc y tu firma”. Le pido que elimine lo de artística y lo deje en creación o en selección, a veces un tanto azarosa. Alguien se atreve a añadir este matiz: “Es una creación moral”. Y esa consideración parece devaluar la cosa. Se proponen sistemas complejos, como subastas on line y, entre unas ideas y otras, se filtra la de utilizar la cifra que protagonizó el último capítulo de Los Últimos Días de El Herrador: 99. “Es una cifra muy de supermercado, grandes almacenes o mercadillos: Lotes a 99 euros”.

“Vender pedacitos de mi vida a 99 euros”, pienso, y no sé si ese concepto me gusta, me hace gracia o me espanta, pero es la propuesta con mayor aceptación. Así que decidimos que 99 es el precio de venta de este lote.

 

 

LOTE 000/G

1. Two Pence. Moneda oficial. Elizabeth II. 1997. ACERO CHAPADO EN COBRE
2. EL CANTO DE LA TRIPULACIÓN: “El último viaje de Fernando”. Madrid, 1994. PAPEL, TINTA, VIDA Y AMOR
3. Barómetro exiliado. Pieza inútil pero metafórica. Rango: de 0 a 6 Kg/cm
2. Años 80. COBRE, PLÁSTICO, TINTA Y CRISTAL. MOHO Y CONCIENCIA
4. Talk Talk: “Spirit Of Eden” (EMI, 1988). VINILO
5. Gilles Guilleron: “Le petit livre des gros mots”. (Éditions First. París, 2007). INSULTOS, TINTA Y PAPEL
6. Iggy Pop: “BLAH-BLAH-BLAH”. (A&M Records. 1986, Los Angeles). VINILO
7. Agnes Varda: “Sofía Loren en Portugal”. Povoa de Varzim, 1956. Postal intacta, sin texto, sello, franqueo ni dirección. (Ediç
oes 19 de abril, 1997). CARTULINA EN B/N
8. Yasujiro Ozu: “El sabor del sake”. (Sochiku Films, 1962 – S.A.V., 2003). DVD  
9. Charles Aznavour: “Charles Aznavour”. (Hispavox, Madrid 19xx). VINILO
10. Álbum blanco de fotografías sin fotografías. Papelera Palermo. Buenos Aires, 2007. CARTÓN COUCHÉ, PAPEL DE SEDA, CARTULINA BLANCA Y MUELLE GENEROSO

Texto del Lote 000/G:

Todo lo que escribimos responde a un tipo de presión u otra.

En nuestros tiempos, incluso en los que ya dejan de serlo, el barómetro es el rey.

Jugábamos al tute cuando llegó Ismael y nos dijo esa frase, absurda pero con su imán a cuestas: “El agua es muy diferente del aire, pero ambos gozan de la propiedad de fluir”. Puse las cartas sobre la silla y me fui a buscar conceptos. El siglo XXI se recordará por la búsqueda histérica de conceptos.

No me resulta extraña la melancolía científica del kilopondio (“el término kilopondio es escasamente utilizado, tanto en el ámbito científico y técnico como en la práctica cotidiana. Normalmente no oiremos decir ‘yo peso 70 kilopondios o kilogramos-fuerza’"). Y menos mal. Porque, copio literalmente, “estamos hablando de un peso; es decir, de una fuerza, y no de una masa”.

Paseábamos por las afueras de Guijuelo, a pesar de la insistencia de Pedro en ir en su furgoneta.

–Vamos en el coche que te vas a cansar, me decía.

–Es bueno andar, Pedro.

–Yo ya anduve todo lo que tenía que andar.

Me llamó la atención que dijera “anduve”, porque Pedro era un anciano que no sabía escribir ni leer. Tampoco sabía muchas cosas que yo daba por supuestas. Cosas como el nombre de las plantas o de los pájaros, ni parecía tener interés en recordar nada de su vida de pequeño ganadero. Me dio la impresión de que ya ni los hombres del campo sabían nada del campo.

Pedro me dijo que llegaríamos hasta la señal de tráfico que había sobre el cambio de rasante y después volveríamos al pueblo, porque quería ver un concurso en la tele. Fue allí donde encontré una herradura oxidada.

–Tira eso que vas a pillar una infección, me gritó Pedro.

–¿No dicen que las herraduras dan buena suerte?

–¿Buena suerte? Después de tocar eso no creo que llegues a vivir ni un año.

 

 

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Fotografía: Espiral Tab (PG, 2017).