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Tibidabo

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Bajando la colina de Barcelona, apeados de la noria desde donde el diablo tentó al profeta y dejando atrás la zona de mutuas y aquellas calles de puertas adentro llevo conmigo y del brazo a don Luis, que viene acompañándome toda la semana porque se me han juntado un par de cosas en torno a él, volver sobre sus películas que son tan de hablarse, evocar su figura, el asunto de siempre pero siempre con mucha humildad. Don Luis es muy don Luis, no me lo quito de la cabeza, pero hoy está muy tranquilo creo que pensando en insectos.

A don Luis siempre le ha preocupado la posibilidad de morirse con el mundo en movimiento, morirse en mitad de todo como si no hubiera otra manera, así que lo llevo conmigo a todas partes y le voy satisfaciendo la curiosidad, le voy dando el parte cuando me acompaña al Caprabo con un saco de arpillera, se viene a nadar, salimos juntos a mirar marchangadas a donde los chinos o montamos en bici si el invierno está afectuoso por la mañana. Pasear con don Luis es una manera riquísima de pasear, irlo pensando por la calle de la providencia de camino a la calle del mar, donde nos comeremos un borreguito o un bacalao con ciruelas y al café le preguntaré cuál es el sonido del sol porque estoy convencido de que él es uno de esos hombres que llegaron a escucharlo.

El cine de don Luis es todo apogeo, es un fuego en la noche oscura del alma que nos alumbra zonas que manteníamos inexploradas, a las que sin asistencia no conseguíamos llegar. En algunas de sus películas, todas tan magnánimas que sólo en nosotros pueden consumarse, la trama es tan poderosa que el argumento acaba por sernos indiferente, y otras veces es el argumento el que prevalece como un conjuro por encima de cualquier embrollo, a tomar por culo el melodrama. Las películas de don Luis le vienen a uno como un gato a los pies, te entregan el espinazo y te escamotean una caricia, te dejan sin ella. Son películas que te resuelven cosas cuando no te encuentras bien.

Cruzando el ensanche llevo el ritmo de mi corazón hasta las dos pulsaciones por minuto y en modo reptil le expongo que me gustaría tener dos vidas. No más de dos, no es mucho pedir, tres no las quiero para nada. Un par de vidas me bastaría para sanarme y ya me cuidaría de no repetirme, sé que si repites algo acabas por convencerte, y él me señala el hueso de la risa y añade que justo ahí se aloja el sentido crítico.

Me apetece mucho oírle hablar de películas de miedo, que creo que tanto le interesaron, pero antes quiero hacerle otra consulta que nada tiene que ver con el cine, una inquietud preternatural mía que consiste en aclarar si a la hora de escribir ha de ser más importante la música o la imagen, qué latido debo escuchar, pero cuando voy a abrir la boca me parece leerle en los labios que no me ponga aburrido, que la duda me hará crecer y que por donde se desangra el mundo es por la vía del pensamiento teórico.

En el cine me es difícil sentir una conexión más fuerte que la que promueven las películas de don Luis, que se te agarran a las vísceras y no atacan el cerebro hasta pasado un rato, cuando se detiene a mirar una iglesia y le explico que el cielo rojo de la ciudad responde a un viento del Sahara y a la relativa vergüenza que nos produce acoger un congreso de telefonía móvil para el que no tenemos suficientes inhibidores de frecuencias. Ah, y que al tren bala hoy se lo llama ave, le informo, esto es un desgobierno.

Le hablo también de una muchacha que conozco que cuando duerme, si la miras, abre los ojos sin despertarse y te sonríe un instante enseñando los dientes. Una vez se levantó sonámbula y meó a través de las bragas en un cajón del sifonier. Era una mujer, en principio, con la cara llena de dificultades, pero que al poco de conocerla se te hacía expresiva y familiar. Yo a estas alturas la entiendo tan guapa que me gustaría follármela delante del rey de España, pero creo que si me caso con ella acabará escupiéndome en la comida, don Luis, así se lo digo en este día que estamos teniendo sin complicaciones.

 

En portada, Luis Buñuel en el festival de Cannes de 1972.