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Maldita Hemeroteca, Bertín Osborne y los ‘muckrakers’

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Si el periodismo es la búsqueda de la verdad, no puede basarse en una mentira de fondo como la que ahora lo recorre: que las sociedades complejas se sustentan en la pureza inmaculada de los ideales, y no en una transacción permanente entre ellos y la realidad. De la misma forma que funcionan los individuos con su conciencia, las familias, las empresas, más aún lo hace la política si debe alcanzar mínimos comunes denominadores de sociedades cada día más grandes y menos homogéneas. La fragmentación política de los parlamentos no es más que una consecuencia de esto último.

No hay otra forma de explicar la buena prensa que tienen aquellos que se retiran a la pureza doctrinaria y afean a sus “generales mediocres” las transacciones, elevadas a la categoría moral de traiciones. Un Juan Carlos Monedero incapaz de renunciar a un programa de máximos mantiene el prestigio de la incorruptibilidad ideológica, frente a un Manuel Fraga que abraza la democracia fundando un partido de derecha que asume las reglas pero que mantiene para siempre su condición de fascista, asesino y “ministro de Franco”. ¡Si hubiera persistido en su fascismo, sería fascista pero un fascista coherente al menos! Eso es lo que prefiere el periodismo, o ese periodismo.

Epítome de esta mentira que pasa por verdad suprema y que concede bulas de respetabilidad social es eso que se ha dado en llamar Maldita Hemeroteca. Un invento que, si en origen no estuvo mal, se ha olvidado de aquello que dijo Paracelso de que no existen los venenos sino las dosis. Y el abuso empieza a ser ridículo. Ahora, al parecer, la jugada maestra de los programas políticos (siendo generosos en el apelativo) es enfrentar a un político ante sus declaraciones pasadas, mientras éste mantiene estoicamente el gesto e intenta explicar algo tan básico de la vida adulta, de la madurez intelectual e incluso de la salud mental, como que si cambian las circunstancias lo correcto es cambiar de parecer. ¡Pero no! El periodista o la periodista insisten ufanos, con caras de sentirse Frost humillando a Nixon, o de estar despistando con su agudeza a Günter Schabowski en la RDA para que ordene derribar el Muro.

Es lo que ocurrió hace unos días en el programa de La Sexta Al Rojo Vivo, cuando el presentador Antonio García Ferreras (quizá el moderador que más habla en relación a sus contertulios del periodismo político mundial) enfrentó a Albert Rivera ante medio minuto de sus declaraciones de campaña (en formatos tan “políticos” como El Hormiguero de Pablo Motos) recopilados por Maldita Hemeroteca, para pedirle explicaciones a continuación. Con extremada cortesía y cierto cansancio por lo evidente, Rivera estuvo espléndido en su respuesta. Si afeamos los cambios de criterio en circunstancias nuevas, Carrillo no habría aceptado la bandera y la monarquía, Felipe González no habría rechazado el marxismo, no habríamos entrado en la OTAN, el rey Juan Carlos no habría propuesto a Suárez, y éste no habría disuelto el Movimiento Nacional. Y yo añado: Maldita Hemeroteca se cree el garante de la democracia, pero Maldita Hemeroteca es el ministro de la Armada insultando a Suárez antes de dimitir por haber legalizado el Partido Comunista en el 77, como le había “prometido” a los militares que no haría.

Cuando en Twitter me atreví a decir a @mhemeroteca que su posición más bien parecía “una oda al fanatismo” frente al sano cambio de parecer, una de sus respuestas fue claramente reveladora del nivel moral y gramatical de su CM: “Creo q no entiendes la importancia democrática de 1 promesa electoral frente a la vida cotidiana. Es de 1º. Puedes mejorar seguro” (sic) ¡Periodismo de calidad! ¡Al rescate de la democracia secuestrada! Eso sí, luego, cuando no se pongan de acuerdo los partidos, cuando se hable de la posibilidad de nuevas elecciones, exigirán acuerdos y denigrarán la incapacidad de “nuestros políticos”.

El problema de fondo sigue siendo el mismo: ese periodista y ese periodismo piensan que la realidad cabe en un esquema binario, se “cree” las campañas, sin la distancia irónica que establecemos con la publicidad e incluso con las declaraciones de amor. No son la vanguardia, sino la retaguardia social de los observadores políticos. En el fondo son enternecedoramente inocentes. Pero esa inocencia que ellos creen épica deontológica no sólo no cumple el deber de informar y mejorar el debate público, sino que lo empobrece, porque el resultado es que el político “teme”, no porque éste vaya a sacar a relucir lo que quiere ocultar, sino porque va a jugar a ridiculizarlo públicamente por lo esencial de su trabajo: la negociación con la realidad y con el otro. Y por tanto calla. Quien a estas alturas asume con literalidad, no ya los programas electorales, sino las diatribas de los actos de campaña, merece que le espeten aquella cínica sentencia del expresidente francés Jacques Chirac: “Las promesas sólo comprometen a quienes se las creen”.

El resultado de tenerse por Seymour Hersh revelando los Papeles del Pentágono cuando en realidad sólo se tienen declaraciones de pasillo es el plasma, el uso indiscriminado del argumentario, y el desinterés del espectador y lector exigente. El político, en buena lógica, no quiere contribuir a alimentar esa función de bufón social que se le reserva, de punching-ball para desahogar los bajos instintos que alimenta ese periodismo amarillo e indolente que pasa por la quintaesencia de la profesión comprometida. La distorsión cognitiva les lleva a autoconcebirse muckrakers, cuando tienen mucho más que ver con Bertín Osborne, con todos mis respetos hacia don Bertín, que nunca quiso hacer llorar a Dirty Dick. “No pactaremos con el populismo”, “No apoyaremos a un Gobierno que no presidamos”, “Te quiero, Alfonso, coño”. Todos nos echamos unas risas, claro. Pero el periodismo es otra cosa. Pero a mano siempre estará internet y el cambio tecnológico para echarle la culpa de su declive.

El derecho al chivo expiatorio debería entrar, sin falta, en la próxima reforma constitucional.

 
Caricatura del presidente de EEUU Theodore Roosevelt cuando en 1906 empleó (según algunos, “se apropió” de) la figura del muck-raker en su discurso “El hombre con el rastrillo de estiércol”. © North Wind Picture Archives / Alamy.