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Citas

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Botas de montaña, sudaderas viejas, pijamas gastadísimos. Unas mallas polares adquieren cierto ápice de elegancia. Inviertes en babuchas de calidad porque son tu calzado principal. Cuando llueve o hace mucho calor pueden pasar días de soledad e interiorismo. Días y días. ¿Vosotros os peináis y os vestís por inercia todas las mañanas aunque no haya nada que hacer? ¿Os gusta saborear la melancolía del domingo en el sofá, comiendo galletas de chocolate y patatas fritas, enlazando capítulos de lo que sea y rezando para que llegue ese sagrado lunes en que no tengáis que trabajar más?

Voy a ponerme sincera porque no suelo hablar con mucha gente y creo que me viene bien compartir algo de información con el exterior. Estoy un poco harta de tanto pensar mirando al horizonte con los brazos en jarra. Las pocas personas que me rodean han pasado ya tanto tiempo conmigo que se saben de memoria todo lo que soy capaz de decir. Procuro aplicar un giro de ingenio si me preguntan, pero me empiezo a quedar sin trucos. Estamos siempre juntos a lo largo de este domingo que a veces dura un mes.

Hoy es jueves. Llevo un pantalón de chándal rosa y un jersey de lana azul con un agujero en la manga izquierda del tamaño de una moneda de veinte céntimos. Zapatillas con relleno de borreguito. Me levanté a las once y media pero me arrepentí y decidí volverme a acostar hasta la una. A las dos y cuarto tosté una rebanada del excelente pan que hacen en el pueblo y la compartí con un gato. A las tres y media nos comimos un potaje. Después me di al anís y a la escritura como una ancianita sentimental.

Esta vida es el sueño de cualquier niño. Es mi sueño. No tener que ir al cole, sólo entregar algunos deberes de los que no parecen deberes y procurar que la habitación no apeste a podrido a menudo. Ningún padre supervisa esta actividad. Lo que siento a veces es que he pasado de la infancia a la vejez. Los estudios complicados y los trabajos miserables parecen una vieja pesadilla. A los que hayáis sido niños quejicas os sonará esta sensación. Estábamos deseando que llegaran las vacaciones para no hacer nada pero a finales de julio nos hemos empezado a deprimir.

La ausencia de compañía y eventos, de excusas para seguir rutinas saludables, han conseguido que nos veamos cambiando el armario de invierno por el de verano con toda la ropa cubierta de polvo. Esta observación nos ha llevado a reflexionar. De tanto arrastrarnos del sofá a la cama y de la cama al sofá se nos olvida que somos jóvenes y hermosos, que en ocasiones podríamos estar, qué sé yo, brindando con modelos de lencería en un reservado. Se nos olvida que no lo hacemos porque no queremos, que ya no somos los feos de ninguna clase, que nuestra marginación es voluntaria. Que rechazar el lujo es el mayor lujo. Resulta difícil de recordar cuando la mayor parte del tiempo nuestro aspecto roza la mendicidad.

Así que hemos establecido un sacramento. Los viernes tenemos una cita. Nos vestimos de gala, barremos el salón y nos sentamos a la mesa a degustar un menú agradable. Que nadie vaya a presenciar la escena lo hace más divertido porque puedes llevar tu estilismo todo lo lejos que te dé la gana. Las combinaciones más arriesgadas tienen cabida en nuestra cita. Esta posibilidad de exagerar sin preocupaciones es un estimulante de enorme impacto para la autoestima y la monotonía. No hay críticas, no hay complicaciones climáticas, no hay caminatas incómodas. Cuando nos cansamos regresamos al pijama que, por contraste, ha recuperado sus virtudes y vuelve a brillar como prenda estrella de nuestras jornadas.

Mientras escribo esto, de vez en cuando pierdo el hilo y fantaseo con lo que me voy a poner mañana por la noche. Vitaminas semanales para este cerebro enguatado. Ya lo veis, mis problemas ahora vienen cortados por la falta de disciplina que te aplica la ausencia de problemas de verdad.

Es necesario separar de algún modo el ocio del no-ocio. Que todo sea ocio consigue que al final nada lo sea y nos veamos atrapados en una espiral de vagancia y desorganización. A la extrañeza que produce la idea de la muerte se suele replicar con que la finitud dota a la existencia de sentido. ¿Será cierto que la vida eterna nos sumiría en el aburrimiento y la autodestrucción? Siempre me dio rabia este argumento porque desearía no tener que morirme, claro, pero de la despreocupación he aprendido que el contraste es importante para nuestro desarrollo. Me gusta imaginar a los dioses griegos, felices y bellos en su infinitud plagada de sabiduría y hedonismo celestial, pero cuando a mí se me ha brindado la oportunidad de relajarme lo que he hecho ha sido entregarme a la pereza y la procrastinación. Esta conclusión me tortura porque implica un duro análisis de mis comportamientos fallidos, pero al menos he llegado hasta aquí sin repercusiones graves, con un firme ánimo de enderezamiento.

A todo el mundo le da rabia que los niños mimados, malditos ingratos, se pongan tristes y se echen a perder, pero es cierto que hace falta entrenamiento para llevar la escasez de conflictos con dignidad. Soy nueva en esto, entendedme. Pero empollo rápido.

Lo de la cita de los viernes, lo de la necesidad de los contrastes, la arriesgada teoría de los contrarios. A lo tonto son algunas de las reflexiones más productivas y útiles que hemos llevado a cabo este año. No sé cómo sonará desde fuera. Pido perdón a todos los madrugadores del mundo por si acaso, a todos los que se afeitan y se maquillan cada día cuando aún no ha amanecido. Juro no volver a olvidar por lo que estáis pasando. No volver a olvidar la suerte que tengo.

 
Fotografías de Joaquín León.