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¿Qué pasa en Catalunya?

Se está hablando mucho de Catalunya. ¿Se está hablando mucho de Catalunya? Depende. Catalunya en el siglo XVII declaró una república —la primera de por aquí abajo—, con un par. En el siglo XVIII participó en la primera guerra civil española defendiendo opciones constitucionalistas y confederales.

Perdió por K. O. 

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A lo largo del siglo XIX, en Catalunya se proclamó un cantón, como en todo el mundo, y diversos comités revolucionarios o gobiernos provisionales declararon, en al menos tres ocasiones, el Estado catalán (un solo dirigente federalista extrovertido, Abdó Terrades, proclamó el Estado catalán, federado a la República española, en más de ocho ocasiones y balcones). En el siglo XX se proclamó la República catalana dos veces. Sólo hay una revolución en la que Catalunya no declara Estado: la revolución libertaria de 1936, con la que, no obstante, Catalunya accede a un autogobierno jamás visto. De hecho, sólo hay una revolución en la que Catalunya no declara Estado: la revolución libertaria de 1936, con la que, no obstante, Catalunya accede a un autogobierno jamás visto (competencias plenas en Justicia, Defensa, y Relaciones internacionales) y, como siempre, no reconoció al Gobierno central. Que en Catalunya se hable de Estado, de república o de independencia no es, pues, una novedad. Es una normalidad. Si me fuerzan, una normalidad democrática. O, al menos, siempre ha aparecido esa discusión en momentos de auge de movimientos sociales. Desde el siglo XIX sólo se ha dejado de hablar de ello en épocas de extrema represión, como la Restauración o el franquismo. De lo que se deduce que la democracia, al contrario de la Restauración o el franquismo, consiste en hablar, entre otros temas, de independencia, de república, del Estado. Una tendencia que no es catalana, sino genuinamente peninsular (Cádiz, Cartagena, Alcoi…). Y, posiblemente, eso es lo que está pasando. La sociedad ha creado, en contra de la política, uno de esos periodos de discusión. Y está hablando de un tema tabú del Régimen del 78: el territorial. Paralelamente a esa tendencia rupturista, en Catalunya se está dando también la situación inversa: la defensa desesperada del Régimen del 78 por parte de la clase política.

Parece un lío, ¿no?

DRAMATIS PERSONAE (I). Palau de Sant Jordi. Noviembre de 2010. Mitin final de CiU. No se cabe. Se respira un ambiente de victoria. El local está abarrotado de banderas catalanas. Por supuesto, no independentistas. Se respira en el aire que CiU va a barrer al segundo Tripartit, presidido por José Montilla, un “presi” con tan poca vitalidad que parece que se conecta con la sociedad vía ouija. Comparado con él, Mas es la alegría de la huerta. Pero, lamentablemente, sólo si se lo compara con él. Mas es una persona gris, en el pleno sentido de la palabra. Antes del Tripartit entrevisté a Mas. Era conseller en cap, una figura creada por Jordi Pujol para explicar al mundo que Mas era su heredero. La entrevista fue un plomo. Aquel hombre hablaba como un burócrata carente de electricidad. Incluso de ideología. O de la prima de ideología exigible en una entrevista: cambios de ritmo, golpes sorpresa. Mas es un caso de catálogo de la última hornada de dirigentes del Régimen ‘78: personas grises, formadas en el aparato de un partido y en la gestión de diversos cargos ascendentes. Personas cuya mayor gestión política ha sido su carrera. La sensación es que llegan a su cargo final después de haber demostrado que, cuando lleguen, no harán nada. Es decir, no tocarán nada de ese extraño edificio que es la Transición, un régimen y un corpus cultural del que conocen bien el mecanismo. Lo gracioso es que, años después, esta generación —Zapatero, Rajoy, Mas— se verá obligada a tocarlo todo. Anyway.

En este mitin que les digo, Mas, de hecho, no dice nada. Habla —con lágrimas en los ojos, literalmente— de “la travesía del desierto” que CiU ha tenido que hacer durante el Tripartit y del gran qué de su programa: el pacte fiscal, el intento de cambiar el sistema de financiación, común al de cualquier otra comunidad autónoma, por un sistema de financiación de tipo foral. La operación será un éxito. Siempre lo es. Estos retos son una dinámica de la Cultura de la Transición en Catalunya. Yo, de hecho, los llamo la conga.

LA CONGA. Generalmente, esos logros consisten en cesiones anecdóticas del Estado a Catalunya, que ilustran la relación que el Estado tiene con Catalunya en periodos de democracia: una tolerancia con mirada de póquer, que fijó Ortega en 1932. La primera ceremonia de ésas fue el retorno de Tarradellas. Sinopsis: el president del Govern de la Generalitat en l’exili realiza un viaje sorpresa a Madrid y pacta con el aparato del franquismo. Los partidos catalanes, absolutamente desorientados (la Transición en Catalunya la modulará Tarradellas, en lo que es un duro golpe, sobre todo para las izquierdas), deciden celebrar el retorno del president como un éxito. Las calles se llenan de militantes de esos partidos y de ciudadanos con banderas. Desde entonces, en Catalunya, se vienen reproduciendo periódicamente este tipo de “éxitos”, que siempre acaban en conga. La aprobación de un Estatut en muchos aspectos inferior al otorgado por la República española es celebrado con conga. La desimputación de Pujol en el caso Banca Catalana es pura conga. Cuando Pujol consigue para la financiación catalana dos puntos más de IVA, conga. La última conga, de hecho, fue en 2006, cuando se publicita el pacto sobre el apartado de financiación del nuevo Estatuto, entre Mas y Zapatero. Aquel pacto acabó con una opción federal de financiación, a la alemana. No obstante, hasta el Tripartit decidió celebrarlo con una conga. La conga, en fin, ilustra el acceso catalán al único tema de discusión posible en la CT: el territorial. La discusión de ese tema aparca otros posibles temas (verbigracia: la corrupción, la calidad democrática, el conflicto social, en fin). A su vez, ese tema problemático se desproblematiza con diversos finales felices/congas.

ESTRELLA AMARILLA.  2006. Taxi a toda leche por la ciudad. Desde el taxi, observo a las chicas de Madrid. Llevan medias de colores, no como las barcelonesas, que avanzan enseñando más pierna, con medias negras y cara de tener un mal día. Pero el taxista me saca de mis meditaciones al grito de: “Hace rato que estoy pendiente de ese coche. Es catalán. Y, como es hijo de puta, sabía que me iba a cerrar”. Por la radio suena la COPE a toda milk. Le da la razón al taxista: hay una pinza entre ETA y el Tripartit para acabar con la democracia. Los demócratas deben estar unidos, etcétera, contra esos coches de hijos de puta catalanes que sabes que te van a cerrar. Los diarios de la Brunete, por fin, tienen otro tema para vertebrar la democracia española aparte de ETA. En El País, los intelectuales del Régimen ‘78 están dando un giro llamativo al punto de vista oficial sobre Catalunya (el orteguiano tolerar, aguantarse mutuamente). El giro empezó en el último gobierno Aznar, cuando se produce un cambio cultural llamativo. Se abandona el aludido punto de vista orteguiano frente a la periferia, y se crea un marco central en el que la Constitución, la libertad y la idea de España que defiende el Gobierno es la única democracia posible. Lo que queda fuera no es democracia. La periferia, como su nombre indica, queda fuera. Mi artículo favorito de esta escuela periodístico-gubernamental-frentenacionalista es de un par de años atrás, de 2004. Se trata de Muñoz Molina y su “Con plomo en las entrañas”, un resumen de lo que da de sí un intelectual de la Transición: el atentado de ETA en Atocha (el Gobierno, el día que se redactó el artículo, decía eso frente a los medios internacionales, y no hay razón para desconfiar de un Gobierno democrático y central, no periférico, etcétera) era la consecuencia de oxigenar a ETA con tonterías como eso de hacer un nuevo Estatut para Catalunya. Todos, el Tripartit, el PSOE y, por supuesto, ETA, son ETA. All-stars del PP/la democracia, según veo ahora desde mi taxi, recogen firmas, dos años después de aquel artículo, contra el Estatut que ha elaborado el Tripartit y que, tan alegremente, en su parte de financiación, ha enviado al garete Mas. La crispación es total, y perceptible, tridimensional y —en este taxi— surround. Políticos y comercios alientan un boicot non-stop a productos catalanes. En ocasiones, en un taxi, un bar o una habitación, descubres con estupor que eres un producto catalán. El nuevo Estatut, por cierto, no era un mal producto. Suponía lo máximo que se podía hacer sin salirse del Régimen. No fue posible.

DRAMATIS PERSONAE (II). El nuevo Estatut reconocía la existencia de una nación catalana, ampliaba derechos y, hasta que Mas se arrancó, disponía de una financiación federal. La idea básica era proclamar el federalismo desde la autonomía. Fijar un anclaje de Catalunya en el Estado que dejara sin discurso identitario a la derecha catalana y que dejara sin función al discurso identitario de la derecha española. No se calculó, snif, que ese discurso identitario era el del régimen, el que, por ejemplo, también compartía el PSOE. Eso de la bilateralidad, por cierto, descansaba en una lógica catalana antigua, detectable ya en la Edad Media, que debe de ser, de tan vieja, una arruga en el cerebro, y que a mí me tira mucho. A saber: la idea de que Catalunya negocia en bilateralidad con el Estado, la idea de que el Estado debe ser reconocido y negociado all-day-long por Catalunya. Se trata de una obsesión catalana que nunca ha sido admitida, pero que provocó conflictos sin fin entre las instituciones catalanas y el rey de Aragón, posteriormente con los Austrias y, finalmente, con el primer y último Borbón que juró las Constituciones Catalanas, en el siglo XVIII. Es una idea protodemocrática que, en cierta manera, retoma Pi i Margall cuando dibuja el federalismo —lo dibuja, por cierto, desconectado de Proudhon, y unos meses antes— como “la división del Estado en Estados, de éstos en otras entidades y de éstas aún en otras, de manera que podamos controlar al Estado”. Es una idea que, por otra parte, llega tarde. En el momento de elaboración del nuevo Estatut, queda claro que ya no hay federalistas. Ni en España ni en Catalunya. El concepto nación, la ampliación de derechos y la financiación federal eran los tres puntos innegociables del Estatut. Un conseller, es más, me lo dijo en el Camp Nou, un sitio en el que, salvo en tribuna, nadie miente. El concepto nación, la ampliación de derechos y la financiación federal eran los tres puntos innegociables del Estatut. Eso me lo aseguraron varios consellers de los tres partidos del Tripartit. Uno, es más, me lo dijo en el Camp Nou, un sitio en el que, salvo en tribuna, nadie miente. Un día después de que se fuera al garete la financiación, le entrevisté. Me dijo que no se había ido al garete. Que la cosa aún era un éxito. A las izquierdas catalanas también les va la conga (un dato a tener en cuenta para hacer futuribles). Los otros dos puntos innegociables del Estatut se los cargó el Tribunal Constitucional en 2010. 2010 es una fecha clave para entender los movimientos posteriores en Catalunya. Es cuando el PSC se queda sin discurso ni aliados fuera de Catalunya. Es decir, sin función. Es cuando un desánimo inaudito se empieza a dibujar en la sociedad. La sensación es que no es posible establecer pactos con el Estado. Que el Estado español es una democracia que nació canija, pero que, con el tiempo, ha ido empequeñeciéndose. Y que eso es irreformable.

MOMENTO JOHAN CRUYFF. Vaya, he hablado del Camp Nou y eso me ha hecho recordar que, por esos días, asistí a una mesa redonda con Johan Cruyff. Siempre es un placer hablar con ese tipo. Contrariamente a un político en el Camp Nou, nunca miente cuando habla de fútbol. Y siempre habla de fútbol. Su conversación es colorista, con estilo propio. Por ejemplo “Todos los jugadores sienten los colores. Hasta los del Madrid… Si bien el blanco no es un color”. Ese día le asalto en un descanso del acto e intento hablar de política. “No hablo nunca de política. Desde los setenta, cuando un periodista me preguntó por Tarradellas y yo entendí que me preguntaba por Taradell [un pueblo al lado de donde Cruyff tenía su segunda residencia] y respondí, en mi castellano chungo: Taradell es un bien pueblo”. Al día siguiente apareció el titular: “Cruyff dice que Tarradellas es un bien para el pueblo”. Aun así, Cruyff me define el franquismo que se encontró cuando vino al Barça, en 1974, con una imagen cruyffista/bella/incomprensible: “Con Franco, la mano estaba en Madrid”, y con explicación cruyffista: “Me sorprendió que, al contrario que en Holanda, las chicas pudieran salir de noche con minifalda sin que nadie les dijera nada. Luego comprendí que nadie podía decir nada nunca”. Finalmente, hablamos del topos España: “En España no hay selección, porque en España nadie es de España, todo el mundo es de Guadalajara”. Cruyff es, guau, el Gerald Brenan del siglo XXI. Cruyff, el fútbol total, hablaba de algo que no ven los políticos locales. Lo que apunta a la idea de que en España no hay política total.

GUADALAJARA. En 2010 (¿recuerdan?: ese año he dejado a Artur Mas hablando en el mitin final de CiU sobre el pacte fiscal) la selección española gana los mundiales. Para eso ha sido necesario cambiarle el nombre (desaparece España del trade-mark selección y aparece la cosa, “La Roja”), y el patrón del juego muta de la furia española al barcelonismo cruyffista. Esa selección es, por tanto, el único objeto federal creado desde la Primera República. El nuevo Estatut, por cierto, no ha conseguido nada de eso. Ni siquiera ha podido convencer a la sociedad catalana de que era verosímil intentarlo. Los catalanes no pueden dibujar su Guadalajara, ese sitio lejano en el que no se emite democracia, esa cosa que sólo se puede tabular desde el centro. El desánimo es tan palpable que, desde un año antes, desde 2009, se está produciendo un fenómeno en la sociedad: una respuesta ciudadana, sin partidos, al desastre del Estatut. La cosa empezó en Arenys de Munt, un pequeño municipio cercano a Barcelona.

FIESTA. Es domingo. Hace solete. Y Arenys está revolucionado. La razón: en el municipio, gobernado por la CUP (listas municipalistas, antiautoritarias, independentistas de izquierdas y, en general, desprovistas del lenguaje identitario del nacionalismo de derechas), se ha organizado una consulta ciudadana sobre la independencia de Catalunya. El acto ha motivado la visita de un autobús de Falange desde Madrid y la condena del Partit dels Ciutadans, PP, PSOE, PSC y de sectores de CiU. El Régimen ‘78 siempre ha tenido serios problemas con la democracia directa, esa cosa que no se ha convocado mucho, y que la Constitución fija como no vinculante. La votación está organizada por una entidad cívica, Decidim, que rápidamente, en los meses siguientes, va organizando referéndums de este tipo por toda la geografía catalana. Con motivo de estos plebiscitos (insisto: con una CiU muy de perfil, que miraba con inquietud y preocupación un fenómeno con el que no tenía nada que ver culturalmente), y en sus campañas municipales previas, se va perfilando un argumentario derechista e izquierdista ante la independencia. Las izquierdas que están a favor argumentan que la fabricación de un Estado es un reset político, un ERE a la clase política de la Transición, que un Estado garantiza la soberanía, y que la soberanía consiste en plantarse ante la UE y negociar el impago de deuda (desde 2008, hace un año, ha empezado la crisis). Las derechas (la gran novedad es, de hecho, el inicio de la vertebración de una derecha catalana por primera vez independentista) argumentan el espolio económico: España nos roba, etcétera; sólo con lo que ganaríamos con el IVA, no serían necesarios los recortes, etcétera. Este razonamiento (según el cual Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y España nunca hubieran realizado recortes, pues se habrían puesto las botas sólo con lo del IVA) no tiene mucho trayecto. Pero es importante. Es el que adopta CiU en 2012. Pero no nos adelantemos. Estábamos en 2010, con Mas llorando ante el micrófono en el acto final de campaña. Será mejor que lo saque de ahí, le seque los mocos y lo ponga en el Palau de la Generalitat, pues, de hecho, ya ha ganado las elecciones.

EL HUNDIMIENTO. El primer Govern de Mas es absolutamente traumático. La crisis ya está campando a sus anchas. Las primeras medidas gubernamentales de un Gobierno ya salpicado por la corrupción antes de tomar posesión son la auditoría de las ayudas sociales (se paraliza el pago de esas ayudas) y la supresión del impuesto de sucesiones (el impuesto de sucesiones, por cierto, es la única demanda de la Primera Internacional que se ha prolongado en el tiempo; su progresiva desaparición en Europa ilustra un fin de época dramático). Paralelamente se empiezan a dibujar los primeros recortes sociales en el Estado. De una violencia inusitada. El discurso es, no obstante, absolutamente triunfalista. A una o dos casillas de la conga. Catalunya saldrá de la crisis porque, al contrario que España, es productiva y sabe aplicar recortes con precisión y decisión de cirujano y bla-bla-bla. Paralelamente, se inicia la ofensiva —más propagandística que efectiva— para negociar un pacte fiscal con el Estado. La sensación es que el Govern no ha entendido el carácter de la crisis (una crisis estructural, que se prolongará décadas, y de la que, aparentemente, sólo se prevé invertir las dinámicas de recesión a partir de 2015), no ha entendido la magnitud y las consecuencias de los recortes que está diseñando, no ha entendido la magnitud de las opciones que CiU ha votado en el Congreso. En 2011, CiU es el gran palmero de la reforma exprés. Como todos los partidos votantes de esa reforma, es muy posible que no calculara que aceptarla (hacer que el Estado pasara de ser el garante del bienestar a ser el garante del pago de la deuda) suponía una frontera, un cambio de sistema. A partir de 2012, CiU vota todas las grandes contrarreformas democráticas que acomete el PP. Para entonces ya es un gobierno desautorizado, en franca crisis, rodeado de casos de corrupción y con un juguete para entretener a la población hasta una conga que no viene: el Pacto Fiscal, que nadie se toma en serio. Ni siquiera sus votantes. El acoso, el descrédito absoluto del Govern se inicia en 2011, con una manifestación aparentemente anecdótica.

LA REPRESIÓN. El domingo 15 de mayo de 2011, Barcelona, junto a otras ciudades, vive una manifestación bajo el lema “Som persones y no mercaderies”. Es una manifestación ciertamente nutrida, pero que no tira de espaldas. Lo llamativo son las nuevas coreografías. Los asistentes no llevan banderas ni pancartas. Llevan pequeñas cartulinas con pequeños lemas individuales. Al final de la manifestación, un reducido grupo de personas decide quedarse a dormir en Plaça Catalunya. El miércoles, ya son miles de personas. Ir a la plaza es un shock. Las personas, con total tranquilidad, hablan de política, de recortes, de corrupción, de sus vidas afectadas por todo eso. Es algo nunca visto. El Govern reprime esa acampada única como no se ha reprimido ninguna otra acampada de las muchas que han tenido lugar en el Estado. En junio intenta desalojar la plaza por la fuerza. En unas imágenes de una violencia desproporcionada, que dieron la vuelta al mundo, se vio cómo, por primera vez en democracia, un Gobierno perdía la autoridad frente a grupos de manifestantes. El Govern no podía utilizar las palabras mágicas que amparaban sus golpes de fuerza en los últimos treinta y cinco años (democracia, libertad), pues esas palabras estaban en el campo de los manifestantes. Era una auténtica ruptura cultural. Esa ruptura se hizo más patente unos días después, cuando en el Parlament se votaron los primeros presupuestos recortados (salieron adelante gracias a los votos de CiU y PP): el Parlament estaba rodeado por manifestantes y el president de la Generalitat, para acceder a la cámara, tuvo que emplear un helicóptero. Como en el Saigón de los últimos días. El aislamiento del Govern, las manifestaciones ciudadanas y la represión policial, de una violencia inusitada, se prolongaron hasta, exactamente, el 12 de septiembre de 2012.

DRAMATIS PERSONAE (III). Barcelona, 11 de septiembre de 2012. Celebración de la Diada. Manifestación convocada por la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC), una entidad que, en breve, será determinante. Sus animadores fueron un puñado de independentistas veteranos, procedentes, mayormente, de las izquierdas independentistas de los setenta. En marzo de 2012 ya estaba constituida como tal. No se trata de una asamblea propiamente dicha. Tiene una presidencia. A pesar de esa estructura vertical, es una agrupación de formación muy horizontal. En su seno (unos 14.000 asociados, que pagan cuota y votan, y otros 14.000 voluntarios, que no pagan ni votan) hay libertarios, marxistas, militantes de todos los partidos del ámbito catalán. No hay partidos. Pero sí militantes. De hecho, es ahí donde CiU y ERC hablaron y llegaron a acuerdos amplios sobre el tema de la cosa. Tiene varias sectoriales, que ilustran un poco lo que es la Assemblea: una sectorial de defensa, en la que se habla del futuro ejército; una sectorial masónica; y, me dicen, una sectorial monárquica, que defiende a un heredero de la casa de Saboya como futuro rey de Catalunya. Aparte de esas frikadas, de ese mangoneo político entre partidos en su cúspide barcelonesa, la ANC constituye un fenómeno en los municipios de Catalunya. Agrupa a movimientos sociales, a todo lo que se mueve. En ocasiones, comparte el mismo campo semántico que el 15-M. Se podría definir, en sus resultados, como un lobby amable sobre el Govern, al que le pide un programa hacia la independencia, sin exigirle verificación ni ejercerle control. Es una primera criba, un nexo —es decir, una zona oscura, con conversaciones discretas— entre el movimiento ciudadano que creó y creyó en los referéndums municipales, y los partidos, no todos interesados en aquel movimiento. Y, bueno, la “mani” de hoy tiene el lema “Catalunya, nou Estat d’Europa”. Que está resultando un fenómeno. No se cabe. Unos días antes he realizado un viaje por toda Catalunya. En todos los pueblos había banderas independentistas (estelades) a gogó. Las ventanas de los pueblos estaban repletas de banderas editadas por la ANC, unas con el triangulillo amarillo (la estelada utilizada por las izquierdas desde los setenta), y otras, quizás más, con el triangulillo azul (la estelada de Estat Català, una organización de corte derechista de los años treinta, utilizada ahora por CiU y ERC). El éxito de esta manifestación, en fin, estaba cantado. Verla, no obstante, apabulla. Un día después, Artur Mas recibe a una delegación de los manifestantes en el Palau de la Generalitat. Y asegura que el Govern asumirá sus demandas: un proceso que lleve a una consulta sobre la independencia de Catalunya. Se inicia así el Procés Català. Ah, para que vean lo difícil que puede resultar dibujar la ANC —esa cosa tan horizontal, como las nuevas formas democráticas, y tan vertical, elitista y dada al pacto en las alturas, como el Régimen ‘78— y, por el mismo precio, las culturas implicadas en el Procés Català: recientemente, la entidad de extrema derecha Manos Limpias se ha querellado con la ANC. Eso ha supuesto, en una sola semana, la adhesión de más de diez mil ciudadanos a la ANC. Por otra parte, Manos Limpias, junto a la Generalitat y el Parlament, ha sido la acusación del juicio en la Audiencia contra veintidós ciudadanos catalanes, acusados de asediar el Parlament.

DRAMATIS PERSONAE (IV). El Procés Català es un proceso ciudadano, democrático, nacido en Arenys, posteriormente modulado por la ANC —una entidad extraña, en la que se comunican los partidos— y asumido por el Govern. Para entonces, el Pacto Fiscal, ninguneado por los gobiernos de Zapatero y de Rajoy, es una opción de conga sumamente improbable. Lo es aún más un referéndum por la independencia, algo que sin duda va directo hacia la línea de flotación del Régimen ‘78, que el Gobierno de Rajoy no tolerará y que, es más, va contra la cultura de CiU, un partido que fue ponente constitucional, que desconoce —como tal vez la ANC— la cultura de la participación que se le propone gestionar, y que —y ése ha sido su éxito hasta ahora— se mueve como pez en el agua en todo lo contrario, en la Cultura de la Transición en su versión catalana. El Procés Català es, así, la instrumentalización, por parte de un Gobierno, de una demanda ciudadana. La instrumentalización empieza con la convocatoria de unas elecciones en las que CiU aspiraba a ganar por mayoría absoluta. Y que CiU gana por los pelos. En tanto que gobierno oficialmente secesionista, una de las consecuencias de su minoría es que debe cambiar su socio natural en el Parlament, el PP, por ERC.

GESTIÓN DEL ÚNICO TEMA POSIBLE. CiU y ERC, en un pomposo acto, firman una hoja de ruta, en la que se pactan y explican los plazos hasta la consulta. Conga. De 2012 a 2013 se ha ido cumpliendo cada punto. Con conga. De manera precaria, con congas cada vez más precarias, salvo en sus tramos propagandísticos. La Generalitat no ha intensificado, o ha sido incapaz de intensificar, iniciativas diplomáticas de calado. No consta, de hecho, ningún contacto directo con la UE. Lo mismo sucede con la “embajada” de Berlín y la RFA. No obstante, la gestión gubernamental de Mas copa la prensa. ¿Existe ese proceso más allá de la prensa? Es posible que no. Al menos no ha habido pugna entre el Estado y la Generalitat para rivalizar entre sí ofreciendo derechos a la ciudadanía catalana, como sucede en los contenciosos Escocia-UK o en el de Quebec-Canadá. Más bien, ambos gobiernos han recortado derechos ciudadanos en direcciones parecidas. Un Govern virtualmente secesionista no ha defendido a sus ciudadanos frente a los cambios legislativos estructurales, emitidos por el Gobierno central, que acaban con el estado del bienestar y rebajan la democracia y los derechos. Un Govern virtualmente secesionista no ha defendido a sus ciudadanos frente a los cambios legislativos estructurales, emitidos por el Gobierno central, que acaban con el estado del bienestar y rebajan la democracia y los derechos. De hecho, CiU ha votado en el Congreso el grueso de esos cambios estructurales. Por parte de la Generalitat (un gobierno, se supone, secesionista, es decir, rupturista) no ha habido la más mínima instrumentalización del hecho de que el régimen agoniza. Así, no se ha cuestionado la monarquía corrupta y acosada por la justicia y la opinión pública, no se ha cuestionado el funcionamiento corrupto de la democracia que, a través del caso Bárcenas —y de, ejem, el caso Palau/Ferrovial—, ha evidenciado cómo los gobiernos y partidos venden a las empresas sus políticas. No se ha denunciado la ausencia de soberanía del Gobierno español, sometido a instancias no democráticas, como la Troika. Todo eso no ha pasado porque el Govern es parte de ese régimen y de esa cultura. No dispone de otra. Cualquier proceso que lidere, limita con ese régimen y esa cultura, que es la suya. La opción de ERC ha sido parecida. Ha visto en el proceso la posibilidad de desbancar electoralmente a CiU. Es decir, ha visto el proceso a partir de la misma cultura, como una opción electoral, no rupturista, no de cambio. El proceso, por ahora, no se puede decir que apunte a la ruptura. Es más bien una gestión de la conga, una gestión del tema territorial, tal y como se ha entendido y solucionado en los últimos 35 años. A pesar de sus innovaciones coreográficas y discursivas, las propuestas de CiU y ERC tienen especial interés en no ser tildadas de inconstitucionales. Por ejemplo, no utilizan jamás la palabra independencia. El proceso apunta a ser, definitivamente, una apropiación gubernamental de un debate ciudadano. Su función parece ser la de mantener vivo un gobierno. Y su cultura. Es decir, mantener vivo el Régimen ‘78 en Catalunya. Es una invitación al pacto. Al pacto en las alturas, entre representantes de la clase política. El Govern ha anunciado ya que la mismísima pregunta del hipotético referéndum (una pregunta que ha sido calificada por los promotores de los referéndums de Quebec como ambigua, lo que indica que no es una pregunta validable internacionalmente, sino elaborada para el consumo interno, para el pacto) es negociable, como también lo es la posibilidad de un Estado (“Que nos ofrezcan”, ha dicho Mas, aludiendo al Gobierno central, “una propuesta de Estado”). Los chicos de CiU y ERC han hecho sus deberes. Y quieren pactar —se están pactando encima— y pasar a la conga. Quizás quien esté fallando no sean ellos. Quizás sea el Gobierno central.

YA TAL. 2103. Rueda de prensa de Rajoy. No contesta a preguntas y habla desde una pantalla de plasma. Es una metáfora del aislamiento. Su Gobierno, el primero después de la reforma constitucional, ha emprendido el único camino legal desde entonces: un cambio de sistema sin cambiar el régimen. Desde 2011, por ejemplo, ningún político utiliza la palabra democracia para argumentar los nuevos cambios legislativos. Y tienen toda la razón del mundo. Después de leyes que alejaron de la crisis a la banca, al alto empresariado y a la clase política, después de contrarreformas laborales, educativas, sanitarias, después de la desaparición del bienestar —la forma de democracia en Europa—, el Gobierno ahora acomete leyes restrictivas de derechos, como la Ley del Aborto o la Ley de Seguridad Ciudadana. Rajoy no contesta a ninguna pregunta porque aún no existe un lenguaje aparentemente democrático para todo esto. Tampoco responde a Mas. No lo hace porque tal vez quiera eliminar el tema territorial como único tema discutible. Lo sustituiría por el debate confesionalidad/laicismo, algo que ya intentó Zapatero. No lo hace porque no entiende que lo que pide Mas es pactar. O no lo hace porque cree que lo de Mas es un atentado a la Unidad Nacional, ese concepto creado, sin participación ciudadana, en la Restauración y el franquismo. Cualquiera de las posibilidades supone, en todo caso, una ruptura cultural y consiste en desatender la Cultura de la Transición y sus reglas. Las respuestas, desde la Cultura de la Transición —el futuro, si no se produce una ruptura, un fin de Régimen y una participación social—, llegan, por ahora, de instancias no gubernamentales. El PSOE ya ha anunciado su voluntad de una reforma constitucional federal. Informes de FAES orientan sobre la viabilidad de esa apuesta como mal menor. Es la opción que ha empezado a defender el Grupo PRISA y, recientemente, el Grupo Godó. El alto empresariado catalán y español, así como entidades financieras españolas y catalanas, también se ha decantado por esa opción. Todo apunta a que el pacto en las alturas —la esencia del régimen— es la opción perseguida por el régimen. Esta opción supondrá —todo apunta a ello— cambios aparentes y mínimos en el régimen, salvo un reforzamiento de roles de la monarquía —el sello de lo indiscutible— en una federación en la que el rey sería el jefe de Estado de varios Estados.

¿QUÉ PASA EN CATALUNYA? Como en cualquier momento de auge de los movimientos sociales, en Catalunya se habla sobre el significado de la independencia, sobre la forma republicana, sobre el rol del Estado. Posiblemente, esa misma discusión se esté realizando en otros puntos de la Península. El 15-M, de hecho, es una discusión sobre eso, sobre la democracia, sobre la soberanía en un momento en el que la deuda la ha hecho desaparecer, sobre las funciones y razones del Estado. Ese debate, en Catalunya, ha sido raptado por los partidos del régimen. Lo gestionarán hasta el 9 de noviembre de 2014, fecha de una consulta que jamás se realizará. Lo podrán marear aún hasta el fin de la legislatura, en 2016. Como en el resto del Estado, en este momento de fin de régimen será un debate que conducirá a acuerdos entre los grandes partidos, si no es que la sociedad retoma este proceso, que no es otro que decidir intensificar la democracia o seguir delegándola en quienes se la han cargado.

Guillem Martínez

Guillem Martínez (Cerdanyola del Vallès, 1965) es escritor, periodista y guionista, y autor de libros como Grandes hits, Pásalo, La canción del verano o Barcelona rebelde. También ha coordinado el volumen Cultura de la Transición, un concepto acuñado por él.